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Los barcos fantasma de Corea del Norte

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El templo zen que regenta Ryosen Kojima se encuentra ubicado a pocos metros de la costa rocosa que se extiende por la península de Oga. Desde sus inmediaciones se puede apreciar el furioso oleaje que rompe contra las escolleras. Su familia, durante 27 generaciones, se ha dedicado a custodiar este recinto budista. 

Un evocador edificio de estilo tradicional, construido en madera y cuya entrada se encuentra dominada por una escultura de Buda. Cada mañana, siguiendo una rutina aprendida durante décadas, Kojima se postra frente al pequeño altar adornado con manzanas, naranjas, dulces y cirios, y reza una plegaria.”Un residente coreano les trajo esa botella de sake coreano”, apunta el clérigo señalando al envase colocado frente a las urnas. Sobre la mesa se alinean los receptáculos que contienen las cenizas de casi una veintena de despojos humanos que nunca fueron identificados y que terminaron siendo acogidos en el edificio religioso. “Me dan pena. 

Nunca podrán volver a sus casas. Tuvo que ser muy duro. Ver morir uno a uno a tus compañeros de hambre y frío”, añade.Kojima se refiere a los envases blancos que se asignan a los restos de los pescadores norcoreanos. Ahora sólo tiene dos, pero hasta hace pocas semanas llegó a acumular una decena, incluidos los ocho que aparecieron en un paquebote que embarrancó en la playa de Miyazawa, no lejos de Oga. Los cadáveres llevaban tanto tiempo a la deriva que varios eran simples esqueletos. 

Huesos y piel arrugada, según la descripción del hallazgo que hicieron los medios locales.”Los representantes de Chongryon (la Asociación de Residentes Coreanos en Japón, vinculada a Pyongyang) los repatriaron en diciembre”, explica. Ese fue un caso inusual, reconoce. “Lo habitual es que los cuerpos no sean reclamados y terminen en una fosa común”, agrega. Las urnas que custodia Ryosen Kojima son el legado de la misteriosa avalancha de pesqueros norcoreanos -muchos de ellos vacíos, otros con cadáveres a bordo- que está recibiendo Japón en los últimos años y que la prensa local ha apodado “los barcos fantasma”.

Según la Guardia Costera japonesa, la llegada de estas embarcaciones pasó de 66 en 2016 a 104 al año siguiente. La cadena Fuji News aseguró que para el pasado 13 de diciembre ya se habían contabilizado 201. La enigmática flotilla ha venido acompañada de una siniestra carga. Casi medio centenar de cadáveres en los últimos dos años. Algunos de los restos humanos seguían portando el pin con el rostro de Kim Il Sung y Kim Jong il.La presencia de estas embarcaciones se ha convertido una constante en el litoral de regiones japonesas como Akita -donde se encuentra ubicada Oga-, Aomori, Yamagata, Ishikawa, Niigata o Hokkaido. Las primeras se pueden apreciar a pocos minutos de la residencia de Ryosen Kojima. Dos cascos de madera varados junto a un rompeolas construidos con bloques de cemento.

“En los últimos 5 años hemos encontrado 14 pesqueros en Oga. El número se disparó en 2017. Es algo que no ocurría antes”, reconoce Fumioki Ito, portavoz del ayuntamiento de esta ciudad sita en la prefectura de Akita, al noroeste del país.Más al norte, en Aomori, los responsables de la ciudad de Fukaura, mantienen todavía emplazado en un aparcamiento adyacente a la municipalidad el último paquebote que encontraron hace poco más de un mes. La nave, recubierta con plásticos y cercada por pivotes, apareció el 13 de enero. En su interior viajaban dos norcoreanos. Habían sobrevivido durante semanas a la deriva. Durante esas jornadas tuvieron que asistir a la muerte de tres de sus compañeros.”Nos dijeron que se habían ahogado, arrastrados por las olas. 

Ellos se salvaron bebiendo agua de lluvia y comiendo el poco arroz que transportaban. Para calentarse hacía fogatas rompiendo trozos de la propia embarcación”, relata Mitsuhiko Ito, un funcionario del ayuntamiento.El pasado 10 de noviembre, cuando Kazunobu Shibata abrió la cortina de su vivienda, situada frente a la playa, todavía no había amanecido. Eran poco menos de las seis de la mañana.El japonés de 67 años de edad percibió algo extraño entre la bruma mañanera. Pensó que eran trozos de madera que habían llegado flotando. “Cuando aclaró del todo me di cuenta que era una barca. Comprendí inmediatamente que era norcoreana porque hacía poco que habíamos encontrado otra en una aldea cercana. Me asusté. ¿Y si habían desembarcado norcoreanos?”, relata.

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