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LOS CAMBIOS DE DISCURSO Y ESTRATEGIA DE ANAYA Y MEADE

Guillermo Vazquez Handall
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Por Guillermo Vázquez Handall

Fue el domingo pasado cuando coincidentemente, aunque por razones diferentes en cada caso, los candidatos presidenciales Ricardo Anaya y José Antonio Meade, determinaron cambiar el discurso y estrategia de sus respectivas campañas.

En ambas circunstancias el análisis de su situación, materialmente los obligó a dar un viraje al menos en lo que respecta a cómo afrontar la siguiente etapa de la contienda presidencial.

Ricardo Anaya ofreció una rueda de prensa acompañado de los dirigentes nacionales de los partidos políticos que conforman la alianza de la que es abanderado, llamando poderosamente la atención la mención y el lugar que le dio en este evento a Luis Donaldo Colosio Riojas.

Esencialmente lo que Anaya pretende es erigirse como una víctima de una supuesta, según él, persecución por parte del gobierno federal a través de la Procuraduría General de la República.

Sin embargo, la indagatoria que esa dependencia lleva a cabo, en torno al supuesto lavado de dinero en la compra-venta de un terreno en el estado de Querétaro, de la que se desprende que Ricardo Anaya obtuvo beneficios económicos directos, todavía va a dar mucho de qué hablar y será un tema recurrente de aquí al día de la elección.

Esto significa que de aquí en adelante el discurso que es base de su propaganda, mediante el cual Anaya quiere mostrarse como un feroz combatiente de la corrupción, literalmente queda sin efecto y él personalmente sin calidad moral para esgrimirlo.

Tal vez por ello se le vio nervioso, con un talante muy discreto en comparación con sus acostumbradas arengas y tono elevado, más allá del texto del discurso, en el que le pide al presidente de la República sacar las manos del proceso electoral, lo que se percibió fue a un Anaya apabullado.
 
Un candidato presidencial que al menos el domingo, no mostró esa arrogancia que le caracteriza, ese dejo de superioridad que utiliza en todas sus intervenciones públicas, con el que impone sus criterios por encima de cualquier debate o discusión.

Como si diera la impresión de que el peso de esas denuncias en su contra presagiaran que algo más grave todavía que los señalamientos está por venir pronto y que él lo sabe y por ello actúa de esta forma.

Por tanto el cambio de contendiente agresivo a víctima, lo que claramente busca es transformar la narrativa, mediante una herramienta de distracción, en la cual ya no se discuta su inocencia o culpabilidad, sino únicamente la victimización producto de lo que él denomina una persecución en su contra.

En ese mismo sentido la presencia estelar que le otorgo a Luis Donaldo Colosio Riojas, parece un intento desesperado por cierto, de llevar el reflector a otro lado, aunque eso sea a todas luces incongruente.

El joven Colosio por sí solo no es una figura política relevante salvo por su apellido, que en todo caso es una marca priista con profundas connotaciones vigentes en por lo menos dos generaciones de políticos de ese partido.

El joven Colosio no cuenta con el respaldo de ningún grupo político, ni siquiera de aquellos que fueron colaboradores y amigos de su padre, muchos de ellos por cierto integrantes del equipo de campaña de Meade.
 
De tal suerte que visto de esa forma el intentar explotar el apellido del malogrado candidato presidencial priista se observa inútil y poco rentable.

Más aun en términos de las investigaciones en curso en su contra, es decir una cosa que no tiene nada que ver con la otra, una simple y llana forma de distraer la atención.

Por otro lado, también el domingo pasado, José Antonio Meade, le dio un vuelco a su discurso en dos vertientes fundamentales, en un desmarque personal contundente respecto de su no militancia priista y particularmente de aquellos miembros de ese partido que han sido señalados y acusados de actos de corrupción.

Esto supone que a partir de ahora, Meade proyectara por encima de cualquier otro valor, sus cualidades personales reconocidas, como la experiencia y conocimientos, pero sobre todo de honestidad, haciendo a un lado el vínculo que necesariamente lo une al partido que lo postula.

Aunque es muy probable que eso no le habrá gustado a los miembros más influyentes de su campaña, sobre todo a aquellos que no le son cercanos y que es evidente que hasta ahora han estado más preocupados y ocupados por salvaguardar sus interés y no los del candidato, por ello el nuevo discurso de Meade por fin deja ver que comienza a tomar decisiones propias.

Que a pesar de la tardanza, ya es el momento de marcar una diferencia y aprovechar los elementos por los cuales fue designado candidato, además de hacerlo en el preciso momento en que Ricardo Anaya comenzara a perder presencia y popularidad, una coincidencia que si la aprovecha le deberá rendir buenos dividendos.

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