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Los Derechos para Humanos ¿Fe de Ratas o de Erratas? (3)

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez. *

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Existe en nuestra historia, lenguaje y costumbres sociales la tendencia a atribuir a animales, creaciones y objetos cualidades humanas, para ilustrar a qué nos referimos más fácilmente, cuando lo usamos bien, o para evitarnos detallar, para confundir o porque no sabemos explicar lo que queremos decir, cuando lo usamos mal. Se llama antropomorfizar (de humano y de forma). Es así como puede ser más fácil captar o contestar a las siguientes frases, que revisar su sentido: el perro es el mejor amigo del hombre; mis plantas ya quieren agua; la playa me está llamando; el ron me da malas ideas; mi estómago está protestando; los dioses nos hicieron a su imagen; la soledad es mala consejera; la economía nos controla; la política hace que nos distanciemos; tu indiferencia me mata.

En la conversación cotidiana eso no parece tener mayor importancia; pero para quien estudia científicamente a los perros o la economía o trabaja profesionalmente con plantas es indispensable tener una comprensión adecuada, y con términos precisos, para poder entender adecuadamente sus temas y atender las necesidades que le corresponden. De lo contrario, el entrenamiento de perros se resolvería con café y charla, las cosechas se asegurarían escuchando a las semillas y el desarrollo económico vendría con sólo ponernos flojitos y cooperar.

Un hábito mental que se suma y nos aleja de reflexionar y conocer en detalle cualquier tema se llama sobregeneralización. Consiste en aplicar sin medida una tendencia de la razón humana a generalizar, y da lugar a los estereotipos y sus consecuencias muchas veces lamentables. O sea, a partir de uno o pocos casos, asumir la posibilidad de que muchos o todos los otros casos sean así, es útil y natural, sirve para organizarnos y adaptarnos. Pero darlo por hecho es el error, que nos lleva a asumir y manejar ideas como: todos/as son iguales; perro que ladra no muerde; los niños siempre dicen la verdad; nada va a cambiar; el que no transa no avanza; una lana lo resuelve todo; esto así funciona, ni le busques; la cárcel está llena de pobres que se robaron un pan; las cárceles son verdaderas escuelas del crimen; no hay político honesto.

A mí nunca me ha mordido un perro, pero tampoco me he quedado parado esperando tranquilo cuando alguno viene ladrando. Conozco a maravillosas personas, mujeres y hombres, muy distintas entre sí; pero ya ni se lo digo a quien se acerca inmediatamente después de una decepción amorosa. He tratado con personas en prisión y conozco decenas de razones por las que están allí y cuatro o cinco grandes variantes de lo que hacen dentro y cuando logran salir. Un veterinario, una psicóloga, un sociólogo, una historiadora, un criminólogo, una politóloga podría explicarme más de cómo algunas de mis creencias reflejan sobregeneralizaciones o prejuicios fácilmente despejables, si le dedicara atención y reflexión a alguno de estos temas.

¡Ajá! ¿Y qué? Estreno en esta nota mi cumplimiento 100% de los estudios como Doctor en Derechos Humanos (DDHH), y lo hago atendiendo otro elemento de lo que en las dos semanas previas La Revista me permitió compartir contigo: muchas veces, varias personas se expresan negativamente sobre los DDHH, con antropomorfizaciones y sobregeneralizaciones como:

– Los DDHH sólo sirven para proteger a los delincuentes.
– México desprecia los DDHH.
– Los asesinos y los corruptos no merecen DDHH.
– El que me dañó es un animal sin sentimientos, una rata miserable, una hiena.
– El corazón de esta administración se fortalece con los DDHH.
– La Presidenta dio una bofetada a los DDHH de ese sector.
– Los DDHH fueron creados en el Siglo XX.
– Si me maltratas (o si no me das lo que pido) voy a acusarte con DDHH.

¡Y sí!, cuando un/a especialista en DDHH diga una frase que ponga en bien la aplicación o la necesidad de protegerlos, frecuentemente hallará, en mayor o medida, cualquier modalidad de insulto, burla, desdén o el inicio de un desahogo de todo lo que personal, social e históricamente va en contra de su planteamiento. Voy a omitir aquí el ruido adicional que genera en el análisis lo que pasa cuando NO es un/a especialista quien habla o cuando hay una doble intención de distorsionar el debate.

Esta reacción es entendible, por los factores comentados y otros varios más de cómo aprendemos, nuestra cultura y el poco tiempo que dedicamos a analizar cualquier tema suficientemente a fondo. Pero sobre todo es válida por la cantidad de casos en los que efectivamente se puede aplicar la generalización natural y brincar de allí a la sobregeneralización ante la ignorancia de muchos funcionarios/as, comportamientos impropios de las autoridades y falta de efectividad de quienes gobiernan. Especialmente si has vivido en tu persona o en alguien que ames la discriminación o la victimización.

Por ello he insistido en simplificar: los DDHH son el conjunto de consideraciones o respeto que absolutamente todos los seres humanos merecemos. Pero hemos llegado al punto de ver algo tan importante y positivo con predisposición negativa a partir de su limitada, parcial y situacional aplicación y de la falta de comprensión de lo que efectivamente son y cómo lograr que sirvan como organizador de nuestra vida social cotidiana.

La prisa de algunos académicos y políticos por postular nuevas generaciones de derechos o alcances en sus textos o reglamentaciones ha atropellado al ritmo en que en la calle entendemos algo que han dicho muchas personas, algunas hace ya miles de años, pero ¡ahh, cómo cuesta trabajo aplicarlo!: “trata a los/as demás, como quieres ser tratado”. La Regla de Oro. Quizá la dificultad empieza en el punto de que, honestamente, no creemos que 7,700 millones de otros y otras merecen ser tratados como uno mismo/a sí merece.

Por eso es tan importante el antiguo saludo maya, que adopto en cada inicio de una relación importante: In lak’ech (yo soy otro tú). Respetar a otras personas porque la ley obliga, porque no podemos hacerles “lo que se merecen”, porque nos veríamos mal actuando en contrario o diciendo lo que realmente pensamos, porque es “cool” o porque “así está el mundo” no tiene nada que ver con lo que entiendo por DDHH. Los DERECHOS PARA HUMANOS se alimentan de pensar y aplicar con cualquiera lo que creo que yo o mi gente amada merece recibir para ser mejor persona en cualquier situación de su vida.

La tolerancia es la versión pirata, mal usada y mezquina de algo que antes teníamos más claro y ya nos da pena o incertidumbre: el respeto. Acudamos a la empatía o aunque sea a la solidaridad, para recuperarlo. Replanteo para cerrar: todos los seres humanos somos diferentes, excepto en que somos humanos; así que los DERECHOS PARA HUMANOS son aquellos que apliquen a cualquiera, en cualquier caso, sabiendo de todas nuestras diferencias. Enorme dificultad precisarlos. Tarea que suena imposible cumplirlos. Así que empecemos por lo que tenemos más cerca y nos importa más. Y dejando una hora a la semana para asegurar que a quienes contratamos para servirnos (con un voto y muchos impuestos) tengan claro eso que más importa y se apliquen sin dilación, ya que en la ley ya dice que proteger y defender los DDHH es su obligación siempre. Por cierto, les llamemos políticos, funcionarios o autoridades, ¡snif!, también son humanos; la pequeña diferencia, ¡Ufff!, cobran por trabajar para toda la gente.

Entre…[*]… el respeto al derecho ajeno es la paz. Fe de Erratas: 1. [las personas]. 2. El respeto de cada cual hacia cada otro/a ser humano. 3. Dentro del derecho aplicado impecablemente por los funcionarios para el mismo fin. 4. Y entonces la paz, entendida como armonía, que es la proporción y correspondencia de cada elemento con los demás en el conjunto que componen.

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*Jorge Valladares Sánchez
Doctor en Ciencias Sociales.
Doctor en Derechos Humanos.
Consejero Electoral. IEPAC Yucatán.
Especialista en Psicología y Licenciado en Derecho.
Presidente 2011-2014 del Colegio de Psicólogos de Yucatán.

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