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Los excesos del resentimiento para culpar al pasado

Eduardo Sadot-Morales Figueroa
Eduardo Sadot-Morales Figueroa
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En el año 896 en Italia, el Papa Esteban VI llega al pontificado en medio de la lucha de dos poderosas facciones que rivalizaban por la silla de San Pedro, los Spoletos italianos, contra los germanos y franceses, representados por Arnulfo de Carintia heredero del trono carolingio.
El resentimiento, odio y frustración del Papa Esteban VI contra el Papa Formoso, que no había sido su antecesor inmediato, ya que entre ambos llegó el malogrado Papa Bonifacio VI, quien ascendió y duró en el papado solo quince días, a su fallecimiento asciende el Papa Esteban VI, pero llega con un odio enfermizo contra el Papa Formoso al grado que ordena desenterrarlo de su tumba, sus restos, de siete meses de muerto y putrefacto, los viste y lo sienta en el trono papal para someterlo a juicio, en un acto de barbarie e irracional, conocido como “el Concilio Cadavérico o Sínodo del Terror”, debió ser un espectáculo grotesco, con una pestilencia de cadáver de siete meses de enterrado, cuentan las crónicas de la época que en las cuencas de los ojos se solazaban los gusanos todavía. Así lo juzga y condena, acusándolo, prácticamente, de todos los males que aquejan al pueblo cristiano y a toda la humanidad, le corta los tres dedos con los que impartía la bendición y lo condena a lanzar sus restos al rio Tiber, simpatizantes de Formoso lo rescatan y conservan hasta que finalmente encarcelan al Papa Esteban VI y lo estrangulan. Y es así como vuelven a sepultar a Formoso con los honores que le pretendió quitar su sucesor.

El juicio de Formoso es el más claro ejemplo, de hasta donde puede llegar el resentimiento humano, lo que ese odio puede provocar, enardeciendo a las plebes y logrando temporalmente una gloria efímera a costa de sus simpatizantes ignorantes. La humanidad es así, con frecuencia se vienen encima las miserias humanas y los gobernantes en turno, si las saben aprovechar las utilizan contra el pasado, pero finalmente sucumben ante lo mismo que criticaron.

Algo similar sucedió en la revolución francesa con el incorruptible Maximilien Robespierre, las comunas francesas, comités de vecinos donde decidían quien era enemigo de la revolución, cuando en realidad era el instrumento para dirimir los odios entre vecinos, donde cualquiera era acusado de traición a la revolución aunque en realidad el origen eran diferencias de convivencia, pero que terminaban en el cadalso, a eso lleva siempre el rencor popular exaltado y enardecido, y Robespierre también termina en el cadalso como los mismos a los que juzgó, sentenció y asesinó.

Lanzar la culpa a los antecesores es lo más fácil y práctico, culparles de los errores propios, también es un ejercicio simplista y eficaz pero temporal y momentáneo, el juicio del pueblo sabio alguna vez se ha revertido a los gobernantes. Tal es el caso del Mismo Benito Mussolini – a propósito de las tierras italianas – también el Duce (guía del pueblo) gozó de la simpatía del pueblo sabio, disfrutó de las lisonjas, de las bienaventuranzas, de las adulaciones que le profesó su pueblo, que sabe amar ilimitadamente pero cuyo carácter es volátil y con la misma pasión que defiende a sus gobernantes, cuando descubre el engaño, con esa misma pasión y odio que despertó entre su pueblo, así se le revirtió con fuerza multiplicada por el odio que lo destruyó.

Mussolini logró controlar al parlamento y como todos los que consolidan un poder absoluto sin decirlo, cubiertos en el manto de una diatriba a favor de su pueblo se erigió en Dictador.

Pasados los tiempos de bonanza cuando el péndulo del destino le fue desfavorable terminó fusilado y su cuerpo arrastrado por las calles de Milán, colgado como animal junto con sus secuaces, desfigurado y castrado. Como dice la canción – sexenalmente popular – le cortaron el badajo y aún después de muerto y vejado, nunca dejaron descansar sus restos.

A los políticos mexicanos no les resulta ajeno el ejemplo de Mussolini, se aprecia en la canción-himno de las izquierdas latinoamericanas, del “Necio” cuyo autor es Silvio Rodríguez, que recientemente canta Beatriz Gutiérrez en su letra, como premonición, en una parte dice: “… dicen que me arrastraran por sobre rocas, cuando la revolución se venga abajo, que machacarán mis manos y mi boca, que me arrancarán los ojos y el badajo …”

Ese es el riesgo de sembrar odio. En la historia de la humanidad, ejemplos sobran, quien siembra tormentas cosecha tempestades.  
                            sadot16@hotmail.com

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