La Revista

Los hermanitos y el Circo

Marco Cortez Navarrete
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Por: Marco A. Cortez N.

Tenía entre 8 y 9 años. Vivía en el sur —no profundo— pero al fin sur, un sector históricamente olvidado por todos.

En la casa de su padre había un espacio para ejercer el comercio de abarrotes, tenía éxito ya que entonces no había los supermercados y esto permitió educar a sus hijos y enviar a los que así quisieran a la universidad y tener una profesión.

El detalle es que detrás de su predio (por cierto lleno de árboles frutales) había una enorme quinta y ahí en un pequeño espacio llegaban pequeños circos, aquellos de la época, integrados básicamente por los miembros de una familia, y la atracción principal casi siempre era un mono araña.

La llegada del circo era una fiesta y por medio de un camioncito, donde estaba todo lo necesario para levantar la carpa e iluminarla, desde muy temprano y por medio de un altavoz se hacia la difusión para convocar a los vecinos a la inauguración de la temporada del circo; el boleto valía 2:50 niños y 5 pesos adultos.

Era solo una carpa color blanca pero suficiente y bien iluminada y junto a ella el camioncito de donde emanaba todo lo necesario además de ser taquilla, vestidor y centro de la música y generador de energía, sin olvidar que de día era la casa.

Aquel papá comerciante le daba a su hijo mayor 10 pesos para que pague la entrada de su hermana menor y la de él. Ahí se iban 5 pesos quedando otros 5 para dos refrescos pequeños de cola, en envase de cristal, y dos pequeñas bolsas de papel llenas de palomitas.

En la a taquilla del circo estaba el papá, la bienvenida a la concurrencia a cargo de la mamá y la venta de refrescos y palomitas de sus hijos, y mientras el mono araña seguía amarrado a las puertas de acceso al circo ya que sin duda era la atracción.

Comenzaba la función y el papá de boletero se volvía payaso poniéndole sabor a la función, la mamá se transformaba en una hermosa bailarina que hacía brillar la función.

Después, un pequeño receso para de nuevo vender más palomitas y más refrescos. Posteriormente salía a escena el payaso, o sea el papá; con la bailarina, o sea la mamá; y los payasitos, o sea los hijos; todo como preámbulo para presentar al gran protagonista, o sea, el mono araña, que cumplía con precisión todas y cada una de las indicaciones del entrenador (el papá) arrancando las risas y alegría de las 50 personas, cupo total de la carpa.

Al final todo eran aplausos, gritos y alegría, los niños salían contentos y los papás no dejaban de comentar, en tanto la familia circense cumplía un día más de trabajo con la satisfacción del haber tenido éxito en su presentación.

Al día siguiente aquel niño y su pequeña hermana veían como la familia cirquera desfilaban en el comercio del padre comprando todo lo indispensable para la comida del día y así prepararse para la segunda función de su corta temporada.

Hasta la próxima.

Marco Cortez Navarrete
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