Por Manuel Triay Peniche
El Partido Revolucionario Institucional está a unas horas de iniciar su asamblea nacional que marcará tiempos e inicios de acción en las próximas elecciones de 2018. Quienes saben dicen que al concluir ese evento habrá resuelto quién podría ser postulado como su próximo candidato a la presidencia de la República y es posible se decante por alguno de estos cuatro:
Aurelio Nuño, Enrique De la Madrid, José Narro o José Antonio Meade.
De acuerdo con reciente análisis FODA (fortalezas y debilidades) son quienes más posibilidades reúnen de vencer a Andrés Manuel López Obrador, están cerca del ánimo del presidente Peña Nieto, no tienen o tienen poca cola que les pisen, son bien vistos en diferentes ámbitos locales e internacionales, hombres exitosos, con buen desempeño, una vida sin escándalos y salvo Narro son jóvenes maduros que podrían conducir a México por el buen camino, quizá con una nueva política económica y social.
El PRI no la lleva fácil, como partido está haciendo agua por diferentes y profundas grietas, consecuencia de tantos años en el poder, de una disciplina tradicional que se ha roto merced a los nuevos tiempos y nuevas oportunidades, y su principal haber político, el señor Presidente, termina su mandato con número rojos, consecuencia de fallidos programas económicos, de decisiones, o de la falta de éstas, que incrementaron la violencia y acentuaron la pobreza, hasta descender la aceptación del primer mandatario a una de las más bajas de la historia.
No ocurre lo mismo con el PRI yucateco, aquí la presencia de López Obrador no es suficiente para poner a temblar a nadie, los votos que pueda sumar no le alcanzarían para inclinar el triunfo en favor de Morena, y la situación del gobernador Rolando Zapata Bello no es igual a la del señor Peña; en Yucatán el gobierno es ajeno a los escándalos, la economía pasa por un buen momento, el turismo y la industria aportan muchos empleos y esperanzas y la imagen de nuestro mandatario es buena.
Además, el principal opositor, el PAN, está haciendo de su parte por perder simpatizantes y votos, su lucha intestina no parece tener fin y no vemos un liderazgo que la frene. Lejos de sentarse a la mesa para pactar acuerdos y suturar heridas se empeña en la política del avestruz: “aquí no pasa nada”, y eso tarde que temprano les pasarla factura y no hay peor enemigo que aquel que tenemos en casa.
Por su parte, los priistas locales parecen estar conformes con lo que tienen y están trabajando con verdadero interés en algo que es básico para obtener un triunfo: sus estructuras, mismas que servirán por igual para cualquiera que resulte candidato. Si acaso tendrá días difíciles cuando haga la designación y los buenos puestos no alcancen para todos los aspirantes, pues sus seis principales caballos que han levantado la mano posiblemente queden inconformes con lo que les toque, pero de ahí quizá no pase.
A esos seis grandes habrá que sumarles a la ex gobernador Ivonne Ortega Pacheco pues es de preveerse que sus aspiraciones presidenciales terminen en la actual asamblea nacional priista; que la llamen a capítulo y le ofrezcan algún puesto -que eso es lo que pretende- y así se convenza de que todo lo que ha criticado de su partido es falso, que el PRI es un paraíso, una familia de buenos y queridos hermanos y, ya asegurada de nueva encomienda, reconozca que fue un error todo lo que ha dicho.
Sin embargo, dice un viejo adagio que un buen gobierno no da votos, pero uno malo los quita.