Algo más que palabras, por: Víctor Corcoba Herrero
Reconozco que me entusiasma el anhelo de esos
auténticos abecedarios que tejen unas circunstancias que verdaderamente alivian
nuestras miserias humanas. Sin duda, tenemos que dejarnos enhebrar por los
sentimientos de certeza, y pensar que detrás de todo conocimiento, están las
emociones que nos reconducen. Lo importante es dejarse oír, asumir las tareas
encomendadas, y arriesgar siempre. Ahí están nuestras propias historias,
también las de nuestros progenitores, marcándonos el rumbo sin desfallecer. Lo
nefasto es perder el ánimo, máxime en un momento en el que todos necesitamos
ser arropados. Si hay algo que la pandemia ha puesto de manifiesto es esa
interdependencia entre todos. Nadie puede caminar por sí mismo. Nos necesitamos
unos a otros, a través de ese espíritu solidario que nos fraternice de verdad.
El apego por el bien común no es un añadido más a
nuestras vidas, es una necesidad tan vital como el pan que nos llevamos a la
boca cada día. Jamás nos dejemos abandonar. Cada ser humano, por grande o
minúsculo que nos parezca, necesita del consuelo anímico de sus análogos. Quizás
nos falte aún tomar esta actitud de servicio permanente. Hay que poner a la
persona, con sus derechos y obligaciones, en el centro de toda atención
asistencial. Cualquiera de nosotros podemos debilitarnos y demandar el
acompañamiento, aunque sea para compartir problemas, con el fin de hallar
soluciones conjuntas. Por desgracia, la respuesta humanitaria sigue sufriendo
un grave déficit, también de fondos. No cerremos los ojos a estas necesidades,
abrámoslos al horizonte de la clemencia y activemos la confianza en cada acción
diaria.
Hoy más que nunca requerimos de coraje ante este duro
acontecer de injusticias sembradas, lo
que puede hacer que nuestras ilusiones se apaguen. Desertemos del miedo a
fracasar. Engrandezcamos nuestros interiores con aquello que sacude el corazón
y nos transforma, haciéndonos vislumbrar el desvelo por vivir en ofrenda
continua, que es lo que francamente hace la vida interesante, sobre todo para luchar
por otras atmósferas de paz y reconciliación.
En este combate por lo armónico, hemos de mostrar
unidad y unión, antes de que la vulgar contienda nos deje sin deseos de
quietud. Ojala el ensueño de la esencia de
la familia humana, impulse su tronco consolador en medio de grandes
adversidades. Propiciar los encuentros es un buen modo de avanzar en la pasión
por crecer. En efecto, con la voluntad del querer, que lo es todo en el camino,
hasta las ficciones se hacen realidad. Por ello, si quieres hallar donación,
dónate tú antes a ti mismo y no desesperes en la espera del descanso, que todo
tiene su tiempo para digerir y dirigir.
Sea como fuere, los moradores del mundo tienen que
apiñarse, no podemos continuar enfrentados, todos debemos apostar por el diálogo
sincero y el amor como las únicas vías que nos permiten avanzar en el respeto y
en la consideración hacia toda existencia. Combatirse a sí mismo puede que sea
un buen inicio de cambio. Si cada cual vence sus egoísmos, no tengo vacilación ninguna,
de que la victoria de la concordia espigará por sí misma. Estas grandes
visiones son las que pueden cambiar la historia, cuando menos para desmembrarla
de las pesadillas que nos ponemos unos a otros. Desde luego, hemos de aprender
a rectificar, para tener la audacia de caminar juntos, no distantes, puesto que
nuestra propia naturaleza nos demanda conjunción de fuerzas. Nada mejor, en
consecuencia, que cultivar el culto a la
cultura del abrazo para engendrar la mejor representación, la caricia del verso
que toma inspiración entre andares celestes y mundanos.
Precisamente, son las pequeñas cosas, ejecutadas en
familia, las que nos abren grandes espacios para conciliar lenguajes. Lo
significativo es reconciliar nuestros propios latidos, ponerlos en disposición
de sumar anhelos y no restar entusiasmo; pues, en el fondo, todos tenemos que
rehabilitarnos para mostrar esa capacidad de subsistencia del linaje,
alimentándonos de afanes y nutriéndonos de esperanzas. En efecto, nuestras
inquietudes humanitarias hay que dejarlas elevarse, acordes con las normas de
derechos humanos y congruentes con la
propia vida. Al fin y al cabo, perseguir los sueños es una manera de rehacerse
de los escombros y de hacerse a los cuidados de la inspiración, que es lo que
en realidad nos mueve y conmueve, hasta imprimir en nosotros el aliento del
ser, bajo las riendas del pensamiento y las bridas de la utopía. Pensemos que
soñar es la acción embellecedora más antigua. Toca, por tanto, cultivar la
estética de la imaginación