Por Jordy Abraham Martínez
Jordy Abraham @gmail.com / @JordyAbraham
Mucho se ha hablado en los últimos años sobre la importancia de desarrollar la inteligencia emocional para dar cara a los retos que se nos presentan en la vida de manera ecuánime, congruente y asertiva. Lo cierto es que conservar el equilibrio mental para tomar decisiones en momentos difíciles, es fácil de decir, pero sumamente complejo de realizar.
Cuando aparece una adversidad en nuestro camino es común sentirnos abrumados, como si aquello que hemos construido con base a esfuerzo arduo estuviese a punto de derrumbarse. Las emociones negativas se hacen notar, pareciera que entonces todo se nubla y se vuelve aún más difícil encontrar soluciones viables.
Los problemas son inevitables, por mucho que nos conduzcamos con orden y compromiso, siempre hay factores externos que no están bajo nuestras manos, por lo cual son circunstancias que no podemos controlar. Así, tenemos que confiar en que el empeño personal, nos ayudará a sobreponernos a las adversidades cuando estas emerjan. Ahora bien, si no se tiene un plan trazado ni un proyecto sólido, no habrá modo alguno de aspirar a lograr aquellos objetivos deseados. Ningún viento es favorable para quien no conoce el puerto al cual se dirige.
Un antiguo planteamiento filosófico asegura que los problemas no nos deben causar angustia excesiva ni hacernos caer en la desesperación. Si el problema en cuestión tiene solución, entonces no debemos preocuparnos sino activar en marcha la estrategia para resolverlo. Por otro lado, si el problema que nos aqueja no tiene solución, no tiene sentido alguno agobiarnos, ya que sucederá lo que tenga que pasar. El gran dilema consiste en sacudirnos las emociones nocivas que afectan nuestro juicio y nos impiden salir de situaciones desfavorables.
La educación, la experiencia y el talento deben hacerse presentes precisamente en tiempos desventajosos. La grandeza viene tras superar las afrentas. Los personajes más legendarios de la historia son aquellos que pudieron vencer las circunstancias más hostiles, con valentía y entrega apasionada.
Depende de cada uno cuál será la actitud que tomará en esas horas críticas donde hace falta actuar con convicción. La preocupación puede ser un mal cuando se apodera de nosotros para quitarnos la concentración, el sueño e incluso consigue bajar nuestros ánimos. En vez de sumergirnos en el temor o la consternación, debemos darles cara a los problemas. Quien solo se preocupa, pero no se ocupa, no hallará respuestas a los obstáculos que se le interpongan.
Seamos trasformadores de nuestra propia realidad y aprendamos a disfrutar del recorrido que nos toca vivir, con sus altibajos y satisfacciones, con sus victorias y sus derrotas. Todo suma para bien, si sabemos tomar como lecciones aquello que nos ocurre mientras el tiempo sigue su marcha implacable.


