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Mente Sana…

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.* 

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.

Mente Sana…
Nuestros Hijos/as en el Deporte

Considero que los “dichos” son uno de los mejores medios didácticos de que disponemos, aún ahora, para facilitar la comprensión y memoria, y con ello la transmisión de organizadores para lo que vamos entendiendo. Así que procuremos decirlos bien, je.

Uno que permite focalizar el sentido y la importancia de la actividad física y los deportes en la vida y en la formación es el que indica “mente sana en cuerpo sano”; que para nuestros tiempos se emplea asumiendo que refleja la atención y acción que debemos disponer a nuestra dimensión física para que la mental se mantenga en un punto deseable; o un simple lugar común que, de cuando en cuando, mencionamos al volvernos a inscribir al gimnasio o recordarle a alguien que debe aplicarse a hacer alguna forma de ejercicio.

Esa frase atribuida (parece que inadecuadamente) a Platón, tenía otro sentido originalmente, cuando las Sátiras de Juvenal, en la Roma de inicios de la era cristiana, afirmaban: “Orandum est ut sit mens sana in corpore sano” (Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo sano), refiriendo más al fortalecimiento de la virtud y el esfuerzo, en medio de diversas tentaciones que el cuerpo tiene al alcance como la comida y el descanso.

Finalmente, el punto es que partiendo de fortalecer nuestra voluntad a partir de actitudes o actividades, podemos alcanzar un equilibrio; cuya ruta cada vez queda menos clara para los padres en el proceso de propiciar el desarrollo integral de sus hijos/as, a quienes el ritmo de la vida les pone cada vez menos requerimientos, dada la multiplicidad de elementos resueltos y los dispositivos para lograr los que les falten.

En mi memoria está una clasificación sencilla, estar de flojo (fodongo si era crónico), estar activo, hacer ejercicio (educación física si era en la escuela, correr o una rutina en casa) y practicar algún deporte. Hoy se ha desarrollado a tal grado la ciencia y técnica de la actividad física que existen una amplia variedad de estados en que se divide cada una de mis categorías.

Esta vez quiero referirme a una dimensión poco abordada de los derechos para humanos que abordo cada tercera semana del mes: lo que toca al espacio de las disciplinas deportivas. Incluso quienes poca relación tenemos con ese mundo o no llegamos a tener la aspiración de desarrollamos en un equipo o competencia tenemos a la vista una serie de estereotipos y costumbres que es importante desglosar y focalizar en su dimensión social y personal.

En películas, programas y una u otra experiencia queda a la vista la imagen de ese entrenador/a exigente que, para espabilar a sus alumnos o impulsar a sus atletas a un desempeño máximo, se torna en una versión caricaturesca de sargento, gritón, exigente y hasta agresivo o tiránico. Así como la imagen de ese/os padres que buscan continuar una tradición familiar o, incluso, realizarse a través de los éxitos que el potencial del hijo/a permiten proyectar.

La pregunta que me ha hecho mi buen amigo, Luis Quintal, ya conocido como El Zar de los Deportes, gira en torno al respeto a los derechos humanos de las personas, niños/as y mayores, cuando tienen una dedicación intensa al deporte y requieren interactuar en esas y otras relaciones; esto para una amable entrevista en SIPSE Televisión, donde él comparte sus saberes. Específicamente: ¿qué derecho tienen nuestros niños/as frente a estas formas rudas de exigencia de entrenadores/as y padres/madres?

Tenemos a la vista casos graves, y consecuencias peores, del bullying, el maltrato diverso a los niños/as por parte de adultos (sea por inconciencia o francas patologías o sociopatías) y discriminaciones de las más diversas y grotescas en múltiples escenarios y condiciones; lo cual multiplica ampliamente cuando nuestros hijos/as tienen en una actividad formativa o de competencia cifrados sus sueños o por lo menos su éxito en una etapa de su crecimiento. Más grave en cuanto menos recursos podemos brindarles para contar con el equipo, entrenamiento y oportunidades que les allanen el camino. Y peor aún cuando esta formación requiere que en entrenamientos y competencias nuestros hijos/as queden bajo el cuidado o tutela, aunque sea breve, de personas ajenas a la familia.

¿Hasta donde la virtud deportiva requiere o se forma a partir de una exigencia permanente, en qué momento se vuelve excesiva o abusiva? ¿Cuál es la forma en que ser “duro” en el entrenamiento y en el trato al deportista en formación efectivamente tiene un impacto en el temple y dónde es innecesario o mera manifestación de un estilo errático o el desahogo de la personalidad o patología de la persona a cargo?

Procedo a plantear algunos elementos que pueden considerarse, si bien la decisión progresiva y final está en la familia, que sabe escuchar y acompañar a sus integrantes en sus elecciones y aprovechamiento de oportunidades dentro de un equilibrio personal y colectivo sanos.

En principio, sí, podemos procurar la sanidad de la mente al tomar decisiones sobre cuánto exigirle al cuerpo. Enseñar a nuestros hijos/as (si es que nosotros como padres lo hemos asimilado) que los deseos son un punto de partida, los sueños la inspiración, así como las metas el camino a través del cual transita su posible realización. Que antes y a la par de cualquier deseo, sueño o meta, está la dignidad y la integralidad.

Prevenirles sobre lo que diferencia la dureza de la vejación, y enseñarles a solicitar respeto sobre este y cualquier escenario, ante estas y cualesquiera otras personas y ofrecerles y cumplir el respaldo con el que siempre contarán, que irá sanamente acompañado de conversación y cumplimiento de compromisos.

Darles a probar, regularles las actividades balanceadas y asegurar que encuentren una combinación personalmente adecuada del deporte con el estudio, la cultura, la recreación, el descanso, la convivencia y la socialización. Y brindar el reconocimiento en cada una de esas esferas, partiendo de la posibilidad de que todas sean parte de las actividades que la familia practica y valora. Y como punto difícil, pero gradualmente accesible, que la vida se va definiendo tanto en los logros como en los fracasos, ninguno de los cuales es definitivo, pero sí cada uno compartible, formativo y disfrutable.

Un tercer elemento inicial está en la involucración de los padres con la actividad, de manera que se conozca a detalle a los compañeros/as, al equipo de entrenamiento, las reglas que aplican, las condiciones de las instalaciones y actividades y estar presente y positivamente vigilante en la mayor cantidad posible de momentos, para asegurar saber lo necesario, prevenir todo lo posible y acompañar todo lo positivo.

La complejidad del tema se matiza en sus diversas aristas. La relevancia que llega a tomar el deporte en la vida de algunas familias; el depósito de esperanzas y confianza en los/as entrenadores; la falta de claridad sobre el equilibrio entre derechos, derechos humanos y responsabilidades; las incertidumbres en el ejercicio de la responsabilidad formativa de la familia; los recursos limitados y los niveles exacerbados de competencia que pueden haber en algunas circunstancias y disciplinas.

Sobre la relevancia podemos poner puntos de referencia en dos sentidos. El primero es que así como ninguna actividad puede desarrollarse al grado de la fractura física o ya con ella presente, ninguna medalla o nivel amerita arriesgar la dignidad, ni compensa la pérdida de autoestima. El deporte, su nivel deseado y la dedicación a él tienen que estar claramente anclados en el deseo de quien lo practica, no de las personas alrededor, incluyendo a la familia. Un chico/a dando su máximo esfuerzo y disfrutando en cada avance es una maravilla, pero exigiéndose por motivos ajenos a sí mismo/a o dejando de lado actividades de la edad, es una clara señal de alarma.

Sin duda, hay un elemento de afinidad inicial, o no, en cuanto a la confianza que le podemos tener a un entrenador/a, así como influye la capacidad que tenemos de elegirle, frente a la circunstancia de que no esté en nuestras manos hacerlo. Ya estando en una relación, debemos apoyar y acompañar todo el proceso, un poco por vigilancia, un mucho por estar en apoyo de nuestro hijo/a y lo que falte para asegurar que el desempeño está siendo el adecuado. Sea el mejor, sea buena persona o incluso sea una figura importante para nuestro/a hijo, siempre es alguien ajeno, con todo el potencial de riesgo que ello implica; y no descuidar la distancia profesional que se debe mantener. Ningún contacto físico es necesario, en particular si es fuera de la vista de otros adultos; ninguna burla, ofensa o grosería es útil en el proceso: describir acciones, exigir el esfuerzo y usar adecuadamente la voz es lo que sirve en la guía del esfuerzo. Escuchemos y enseñemos a nuestros hijos a hablar asertivamente de lo que sucede en los entrenamientos, a cumplir y señalar, a agradecer y a pedir.

El uso del término derechos humanos se ha vuelto tan común que todavía no acababa de entenderse en las instituciones cuando ya se estaba distorsionando su uso en las calles. Por ello prefiero decir derechos para humanos en cuanto a la idea de que hay ciertas bases de lo natural a nuestra condición humana, que aun puestos en tratados, no nos ilustran más que lo que una buena reflexión y plática nos permitiría enfocar si somos personas maduras y bien intencionadas. Más adelante apuntaré algunos aspectos que se han establecido formalmente como guía; baste aquí dejar a la vista que aspirar a estar en un equipo, calificar en competencias, ser seleccionado o ganar una medalla no está en conflicto con las condiciones de recibir respeto, un trato igualitario (no discriminatorio) y justicia en el acceso a oportunidades y reconocimiento de méritos. Aplica el concepto de que los derechos, estos, son inalienables: no pueden separarse de la condición de ser personas; ningún aspecto del deporte practicado puede condicionar tolerancia en este sentido. Y sí, como padres lo sabemos, aunque nos cueste mucho lograrlo: nuestros hijos/as tienen que ser crecientemente responsables en la actividad a la que elijan dedicarse. El deseo de participar debe refrendarse con la resistencia a las dificultades iniciales y la dedicación suficiente para que la inversión sea formativa.

En artículos previos, que amablemente La Revista Peninsular ha compartido, he desarrollado aspectos importantes de la incertidumbre que acompaña a la parentalidad. En este caso se manifiesta en mayor medida cuanta menos experiencia tenemos con el deporte, cuantos menos recursos disponemos para apoyar a nuestros hijos y cuanto más anhelamos verles triunfar o incluso aspiramos a que sea esa su vía de realización o compensación de otras áreas en las que no les ha ido bien. Si además tenemos a nuestro hijo/a en una disciplina de alta exigencia o competencia las cosas se nos complican a diario o con cada nivel o reto. Algunas ideas que pueden servir: el desempeño es de él/ella, a ti te toca apoyar hasta donde puede la familia y acompañar a lo máximo, el resultado no es tuyo; conversar de lo deseado, lo avanzado y lo importante, siempre sirve; y… cualquier paso es positivo si se vive en familia, sea éxito o error, lo más valioso es que forma experiencia y convivencia.

El nivel de competencia existente no es el punto principal del desgaste o satisfacción que se pueda tener con el éxito o del efecto de la frustración que ocurra. Lo que sí hace la diferencia es cuánto aprende nuestro hijo/a a identificar la relevancia de la disciplina para su persona, la conexión entre su dedicación y sus avances, la existencia de factores no controlables y que luego de una etapa viene otra, así que vivir intensamente la actual es correcto, como también la expectativa y paso a la siguiente es sana.

Una nota adicional, pensando en que sí hay padres que pierden el piso (o al menos se marean) cuando ven un talento excepcional en sus hijos/as… Sólo como ilustración menciono que existe una organización llamada “Centro de Deporte y Derechos Humanos”, ubicada en países europeos, hace el planteamiento de que en buena medida puede considerarse que cuando a un niño/a accede a un programa de alto rendimiento está en riesgo de pasar por algunas de las prácticas más extremas del trabajo infantil. Planteamiento interesante, que conviene revisar en detalle en su sitio web es.sporthumanrights.org, donde incluso nos comparten el llamado Libro Blanco del Trabajo Infantil en los Deportes, para la protección de los derechos de los niños/as atletas.

Hasta ahí algunas ideas para el manejo de una participación deportiva sana, que logré el máximo en el cuerpo y lo correspondiente en la mente de nuestros hijos/as. Es importante ponderar que mediante los deportes aprendemos la consecución de objetivos colectivos, la honestidad, la unidad y el respeto, especialmente el respeto de la diversidad y la valoración del esfuerzo propio y ajeno.

Tanto las Naciones Unidas como el Comité Olímpico Internacional cuentan con documentos base que postulan objetivos similares. La Declaración Universal de Derechos Humanos y la Carta Olímpica prohíben la discriminación en todas sus formas. La Declaración hace hincapié además en la universalidad e interconexión de los derechos humanos y promueve condiciones de vida que nos permiten vivir con dignidad e igualdad. Estos principios también se reflejan en la Carta Olímpica, que insiste en el juego limpio y el respeto en el deporte. Hay filosofía y estética que se comparten entre estos dos sectores de nuestra vida.

De hecho, los Juegos Olímpicos han sido por siglos y siglos la máxima aspiración de muchas/os deportistas, y ¿cómo no?, si su origen es auténticamente una consagración a lo divino, con el máximo de los talentos que hubiera en esa decena de siglos que se iniciaron mucho antes de nuestro año Cero y lo siguieron buen tiempo después. Ya en el Siglo XIX se estableció la versión moderna de los mismos, que se inspiran en el lema: “Citius, altius, fortius’ (más rápido, más alto, más fuerte), que sin duda refleja no sólo el espíritu deportivo, sino la ruta que frecuentemente anhelamos para nuestros hijos/as.

Aunque reitero mi planteamiento de que tal lema se ejerza sobre una base de “más seguro/a, más adaptable, más eficiente”, que en suma significa Más Autosuficiente. Como padres y adultos, mantengamos la aspiración de una mente sana que permita el respeto por nuestros hijos en el deporte y su óptimo aprovechamiento y disfrute.

*Jorge Valladares Sánchez
Papá, Ciudadano, Consultor.
Doctor en Derechos Humanos.
Doctor en Ciencias Sociales.
Psicólogo y Abogado
Representante de Nosotrxs, A.C. en Yucatán

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