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Mente Sana…

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

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Mente Sana…
Nuestros Hijos/as en el Deporte

Considero que los “dichos” son uno de los mejores
medios didácticos de que disponemos, aún ahora, para facilitar la comprensión y
memoria, y con ello la transmisión de organizadores para lo que vamos entendiendo.
Así que procuremos decirlos bien, je.

Uno que permite focalizar el sentido y la importancia
de la actividad física y los deportes en la vida y en la formación es el que
indica “mente sana en cuerpo sano”; que para nuestros tiempos se emplea
asumiendo que refleja la atención y acción que debemos disponer a nuestra
dimensión física para que la mental se mantenga en un punto deseable; o un
simple lugar común que, de cuando en cuando, mencionamos al volvernos a
inscribir al gimnasio o recordarle a alguien que debe aplicarse a hacer alguna
forma de ejercicio.

Esa frase atribuida (parece que inadecuadamente) a
Platón, tenía otro sentido originalmente, cuando las Sátiras de Juvenal, en la
Roma de inicios de la era cristiana, afirmaban: “Orandum est ut sit mens sana
in corpore sano” (Se debe orar que se nos conceda una mente sana en un cuerpo
sano), refiriendo más al fortalecimiento de la virtud y el esfuerzo, en medio
de diversas tentaciones que el cuerpo tiene al alcance como la comida y el
descanso.

Finalmente, el punto es que partiendo de fortalecer
nuestra voluntad a partir de actitudes o actividades, podemos alcanzar un
equilibrio; cuya ruta cada vez queda menos clara para los padres en el proceso
de propiciar el desarrollo integral de sus hijos/as, a quienes el ritmo de la
vida les pone cada vez menos requerimientos, dada la multiplicidad de elementos
resueltos y los dispositivos para lograr los que les falten.

En mi memoria está una clasificación sencilla, estar
de flojo (fodongo si era crónico), estar activo, hacer ejercicio (educación
física si era en la escuela, correr o una rutina en casa) y practicar algún
deporte. Hoy se ha desarrollado a tal grado la ciencia y técnica de la
actividad física que existen una amplia variedad de estados en que se divide
cada una de mis categorías.

Esta vez quiero referirme a una dimensión poco
abordada de los derechos para humanos que abordo cada tercera semana del mes:
lo que toca al espacio de las disciplinas deportivas. Incluso quienes poca
relación tenemos con ese mundo o no llegamos a tener la aspiración de
desarrollamos en un equipo o competencia tenemos a la vista una serie de
estereotipos y costumbres que es importante desglosar y focalizar en su
dimensión social y personal.

En películas, programas y una u otra experiencia queda
a la vista la imagen de ese entrenador/a exigente que, para espabilar a sus
alumnos o impulsar a sus atletas a un desempeño máximo, se torna en una versión
caricaturesca de sargento, gritón, exigente y hasta agresivo o tiránico. Así
como la imagen de ese/os padres que buscan continuar una tradición familiar o,
incluso, realizarse a través de los éxitos que el potencial del hijo/a permiten
proyectar.

La pregunta que me ha hecho mi buen amigo, Luis
Quintal, ya conocido como El Zar de los Deportes, gira en torno al respeto a
los derechos humanos de las personas, niños/as y mayores, cuando tienen una
dedicación intensa al deporte y requieren interactuar en esas y otras
relaciones; esto para una amable entrevista en SIPSE Televisión, donde él comparte
sus saberes. Específicamente: ¿qué derecho tienen nuestros niños/as frente a
estas formas rudas de exigencia de entrenadores/as y padres/madres?

Tenemos a la vista casos graves, y consecuencias
peores, del bullying, el maltrato diverso a los niños/as por parte de adultos
(sea por inconciencia o francas patologías o sociopatías) y discriminaciones de
las más diversas y grotescas en múltiples escenarios y condiciones; lo cual
multiplica ampliamente cuando nuestros hijos/as tienen en una actividad formativa
o de competencia cifrados sus sueños o por lo menos su éxito en una etapa de su
crecimiento. Más grave en cuanto menos recursos podemos brindarles para contar
con el equipo, entrenamiento y oportunidades que les allanen el camino. Y peor
aún cuando esta formación requiere que en entrenamientos y competencias
nuestros hijos/as queden bajo el cuidado o tutela, aunque sea breve, de
personas ajenas a la familia.

¿Hasta dónde la virtud deportiva requiere o se forma a
partir de una exigencia permanente, en qué momento se vuelve excesiva o
abusiva? ¿Cuál es la forma en que ser “duro” en el entrenamiento y en el trato
al deportista en formación efectivamente tiene un impacto en el temple y dónde
es innecesario o mera manifestación de un estilo errático o el desahogo de la
personalidad o patología de la persona a cargo?

Procedo a plantear algunos elementos que pueden
considerarse, si bien la decisión progresiva y final está en la familia, que
sabe escuchar y acompañar a sus integrantes en sus elecciones y aprovechamiento
de oportunidades dentro de un equilibrio personal y colectivo sanos.

En principio, sí, podemos procurar la sanidad de la
mente al tomar decisiones sobre cuánto exigirle al cuerpo. Enseñar a nuestros
hijos/as (si es que nosotros como padres lo hemos asimilado) que los deseos son
un punto de partida, los sueños la inspiración, así como las metas el camino a
través del cual transita su posible realización. Que antes y a la par de
cualquier deseo, sueño o meta, está la dignidad y la integralidad.

Prevenirles sobre lo que diferencia la dureza de la
vejación, y enseñarles a solicitar respeto sobre este y cualquier escenario,
ante estas y cualesquiera otras personas y ofrecerles y cumplir el respaldo con
el que siempre contarán, que irá sanamente acompañado de conversación y
cumplimiento de compromisos.

Darles a probar, regularles las actividades
balanceadas y asegurar que encuentren una combinación personalmente adecuada
del deporte con el estudio, la cultura, la recreación, el descanso, la
convivencia y la socialización. Y brindar el reconocimiento en cada una de esas
esferas, partiendo de la posibilidad de que todas sean parte de las actividades
que la familia practica y valora. Y como punto difícil, pero gradualmente
accesible, que la vida se va definiendo tanto en los logros como en los
fracasos, ninguno de los cuales es definitivo, pero sí cada uno compartible,
formativo y disfrutable.

Un tercer elemento inicial está en la involucración de
los padres con la actividad, de manera que se conozca a detalle a los
compañeros/as, al equipo de entrenamiento, las reglas que aplican, las
condiciones de las instalaciones y actividades y estar presente y positivamente
vigilante en la mayor cantidad posible de momentos, para asegurar saber lo
necesario, prevenir todo lo posible y acompañar todo lo positivo.

La complejidad del tema se matiza en sus diversas
aristas. La relevancia que llega a tomar el deporte en la vida de algunas
familias; el depósito de esperanzas y confianza en los/as entrenadores; la
falta de claridad sobre el equilibrio entre derechos, derechos humanos y
responsabilidades; las incertidumbres en el ejercicio de la responsabilidad
formativa de la familia; los recursos limitados y los niveles exacerbados de
competencia que pueden haber en algunas circunstancias y disciplinas.

Sobre la relevancia podemos poner puntos de referencia
en dos sentidos. El primero es que así como ninguna actividad puede
desarrollarse al grado de la fractura física o ya con ella presente, ninguna
medalla o nivel amerita arriesgar la dignidad, ni compensa la pérdida de
autoestima. El deporte, su nivel deseado y la dedicación a él tienen que estar
claramente anclados en el deseo de quien lo practica, no de las personas
alrededor, incluyendo a la familia. Un chico/a dando su máximo esfuerzo y
disfrutando en cada avance es una maravilla, pero exigiéndose por motivos
ajenos a sí mismo/a o dejando de lado actividades de la edad, es una clara
señal de alarma.

Sin duda, hay un elemento de afinidad inicial, o no,
en cuanto a la confianza que le podemos tener a un entrenador/a, así como
influye la capacidad que tenemos de elegirle, frente a la circunstancia de que
no esté en nuestras manos hacerlo. Ya estando en una relación, debemos apoyar y
acompañar todo el proceso, un poco por vigilancia, un mucho por estar en apoyo
de nuestro hijo/a y lo que falte para asegurar que el desempeño está siendo el
adecuado. Sea el mejor, sea buena persona o incluso sea una figura importante
para nuestro/a hijo, siempre es alguien ajeno, con todo el potencial de riesgo
que ello implica; y no descuidar la distancia profesional que se debe mantener.
Ningún contacto físico es necesario, en particular si es fuera de la vista de
otros adultos; ninguna burla, ofensa o grosería es útil en el proceso:
describir acciones, exigir el esfuerzo y usar adecuadamente la voz es lo que
sirve en la guía del esfuerzo. Escuchemos y enseñemos a nuestros hijos a hablar
asertivamente de lo que sucede en los entrenamientos, a cumplir y señalar, a
agradecer y a pedir.

El uso del término derechos humanos se ha vuelto tan
común que todavía no acababa de entenderse en las instituciones cuando ya se
estaba distorsionando su uso en las calles. Por ello prefiero decir derechos
para humanos en cuanto a la idea de que hay ciertas bases de lo natural a
nuestra condición humana, que aun puestos en tratados, no nos ilustran más que
lo que una buena reflexión y plática nos permitiría enfocar si somos personas
maduras y bien intencionadas. Más adelante apuntaré algunos aspectos que se han
establecido formalmente como guía; baste aquí dejar a la vista que aspirar a
estar en un equipo, calificar en competencias, ser seleccionado o ganar una
medalla no está en conflicto con las condiciones de recibir respeto, un trato
igualitario (no discriminatorio) y justicia en el acceso a oportunidades y
reconocimiento de méritos. Aplica el concepto de que los derechos, estos, son
inalienables: no pueden separarse de la condición de ser personas; ningún
aspecto del deporte practicado puede condicionar tolerancia en este sentido. Y
sí, como padres lo sabemos, aunque nos cueste mucho lograrlo: nuestros hijos/as
tienen que ser crecientemente responsables en la actividad a la que elijan
dedicarse. El deseo de participar debe refrendarse con la resistencia a las
dificultades iniciales y la dedicación suficiente para que la inversión sea
formativa.

En artículos previos, que amablemente La Revista Peninsular ha compartido, he
desarrollado aspectos importantes de la incertidumbre que acompaña a la
parentalidad. En este caso se manifiesta en mayor medida cuanta menos
experiencia tenemos con el deporte, cuantos menos recursos disponemos para
apoyar a nuestros hijos y cuanto más anhelamos verles triunfar o incluso
aspiramos a que sea esa su vía de realización o compensación de otras áreas en
las que no les ha ido bien. Si además tenemos a nuestro hijo/a en una
disciplina de alta exigencia o competencia las cosas se nos complican a diario
o con cada nivel o reto. Algunas ideas que pueden servir: el desempeño es de
él/ella, a ti te toca apoyar hasta donde puede la familia y acompañar a lo
máximo, el resultado no es tuyo; conversar de lo deseado, lo avanzado y lo
importante, siempre sirve; y… cualquier paso es positivo si se vive en familia,
sea éxito o error, lo más valioso es que forma experiencia y convivencia.

El nivel de competencia existente no es el punto
principal del desgaste o satisfacción que se pueda tener con el éxito o del
efecto de la frustración que ocurra. Lo que sí hace la diferencia es cuánto
aprende nuestro hijo/a a identificar la relevancia de la disciplina para su
persona, la conexión entre su dedicación y sus avances, la existencia de
factores no controlables y que luego de una etapa viene otra, así que vivir
intensamente la actual es correcto, como también la expectativa y paso a la
siguiente es sana.

Una nota adicional, pensando en que sí hay padres que
pierden el piso (o al menos se marean) cuando ven un talento excepcional en sus
hijos/as… Sólo como ilustración menciono que existe una organización llamada
“Centro de Deporte y Derechos Humanos”, ubicada en países europeos, hace el
planteamiento de que en buena medida puede considerarse que cuando a un niño/a
accede a un programa de alto rendimiento está en riesgo de pasar por algunas de
las prácticas más extremas del trabajo infantil. Planteamiento interesante, que
conviene revisar en detalle en su sitio web es.sporthumanrights.org, donde
incluso nos comparten el llamado Libro Blanco del Trabajo Infantil en los
Deportes, para la protección de los derechos de los niños/as atletas.

Hasta ahí algunas ideas para el manejo de una
participación deportiva sana, que logré el máximo en el cuerpo y lo
correspondiente en la mente de nuestros hijos/as. Es importante ponderar que
mediante los deportes aprendemos la consecución de objetivos colectivos, la
honestidad, la unidad y el respeto, especialmente el respeto de la diversidad y
la valoración del esfuerzo propio y ajeno.

Tanto las Naciones Unidas como el Comité Olímpico
Internacional cuentan con documentos base que postulan objetivos similares. La
Declaración Universal de Derechos Humanos y la Carta Olímpica prohíben la
discriminación en todas sus formas. La Declaración hace hincapié además en la
universalidad e interconexión de los derechos humanos y promueve condiciones de
vida que nos permiten vivir con dignidad e igualdad. Estos principios también
se reflejan en la Carta Olímpica, que insiste en el juego limpio y el respeto
en el deporte. Hay filosofía y estética que se comparten entre estos dos
sectores de nuestra vida.

De hecho, los Juegos Olímpicos han sido por siglos y
siglos la máxima aspiración de muchas/os deportistas, y ¿cómo no?, si su origen
es auténticamente una consagración a lo divino, con el máximo de los talentos
que hubiera en esa decena de siglos que se iniciaron mucho antes de nuestro año
Cero y lo siguieron buen tiempo después. Ya en el Siglo XIX se estableció la
versión moderna de los mismos, que se inspiran en el lema: “Citius, altius,
fortius’ (más rápido, más alto, más fuerte), que sin duda refleja no sólo el
espíritu deportivo, sino la ruta que frecuentemente anhelamos para nuestros
hijos/as.

Aunque reitero mi planteamiento de que tal lema se
ejerza sobre una base de “más seguro/a, más adaptable, más eficiente”, que en
suma significa Más Autosuficiente. Como padres y adultos, mantengamos la
aspiración de una mente sana que permita el respeto por nuestros hijos en el
deporte y su óptimo aprovechamiento y disfrute.

—————————————
*Jorge Valladares Sánchez
Papá,
Ciudadano, Consultor.
Doctor
en Derechos Humanos.
Doctor
en Ciencias Sociales.
Psicólogo
y Abogado
Representante
de Nosotrxs, A.C. en Yucatán

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