La Revista

Mexicanos al grito de ¡Vengan! Que ¡Retumba en su centro la tierra!

Eduardo Sadot-Morales Figueroa
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Y volvimos a sentir agolparse en el pecho la sangre hirviente del amor por nuestros semejantes, por nuestros hijos en los hijos de otros, por nuestros padres revividos en otros padres, en los hermanos de otros, que sin ser nuestros hermanos también son nuestros, la angustia de la vida amenazada, impotentes pero en píe, entre la tierra y los escombros, que estremece nuestra Patria, derribados sin piedad y a destiempo, sin cortesía, sin miramientos, intempestivamente en la alborada de la vida, de la sorpresa, al susto, al miedo, al pánico por los otros, que sin ser nosotros sentían lo mismo, nos miramos hundidos en la incredulidad, gritaban sin oír mientras algunos, oían sin escuchar, sumidos en nuestros propios pensamientos, que volaron de golpe en busca de nuestros seres amados, intentaron comunicarse sin acertar marcar el numero preciso, mientras la angustia crecía y los pensamientos se agolpaban, atormentando la razón y obnubilando el pensamiento, que presagiaba lo peor, a veces con verdad, a otras no tanto y, la esperanza que favoreció a muchos y que a otros los golpeó, descarnada y cruel el rostro de la muerte, enmascarada en realidad que deja marcada para siempre a otros. 

Para muchos, en segundos, la vida no será la misma, ya nada será igual, bastaron segundos para enterrar entre las cosas materiales, a personas amadas e indispensables, insustituibles, reducidas a nada en el viaje sin retorno. Así es la muerte de soez, grosera, tosca, impertinente, cruel y despiadada. Mientras el tiempo pasa y sentimos el impulso de ayudar, nos unimos desesperados por sobrevivir y hallar sobrevivientes, volvimos a mover la tierra con las manos, con las uñas, con los dientes con el alma en un hilo y la respiración contenida, sentimos lagrimas sin llorar y lloramos sin sentir, al sentir bajo nuestros pies los corazones latentes de los sepultados, no hay tiempo que perder, rápido que los segundos pasan, escarbamos también con el anhelo de que en otros lugares si fuera el caso tampoco pierdan tiempo para ayudar a los nuestros reciproco al dolor de nuestra sangre, en silencio como los condenados, nos sumamos a las cadenas de rescate improvisado, hombro con hombro, ahí están, desconocidos, ricos y pobres, blancos y rojos, un arcoíris de razas mestizadas, lejos están las divergencias, los ideales, las costumbres y clases, los estudios, los sueños e ilusiones, la opulencia y la pobreza se unen, sin miserias, pasando piedras con escombros y a veces, no pocas, en cubetas, restos de lo que fueran cosas apreciadas por sus dueños, cual fue el último día o en que momento, tocaron unas manos y vieron unos ojos con cariño esos recuerdos que hoy van de mano en mano al basurero. 

Las piedras nos arrancan pensamientos, reflexiones con la esperanza de regresar a alguien, arrancar de las garras de la muerte, a quien merece aún seguir con vida, devolverle a quien conserva con cariño la esperanza, de volver a ver a un ser querido. Es que te entierren por que ya estas muerto y te desentierren y vuelvas a vivir, quien esta entre los escombros y quienes viven muertos fuera de ellos. México tierra de volcanes y como volcanes, también es de gigantes, México bronco, pueblo generoso y noble y de tan noble. Humano. Porque – como dice el poema – tiene una equis de cruz y de calvario, ¡México creemos en ti! Porque creer en ti es creer en nosotros mismos, y a pesar de temblores de la tierra, eres eterno, porque quien escribió la letra de tu himno, tuvo razón que se adaptó en el tiempo.

Eduardo Sadot-Morales Figueroa
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