En Mjaydel una pequeña aldea cristiana en el sur del Líbano, se observa cómo los cazas israelíes parecen bombardear una colina cercana cada lunes a las 3 de la tarde. Esta zona, predominantemente chií, ha sido uno de los principales focos de la ofensiva aérea israelí que comenzó hace más de cinco semanas, lo que ha llevado a muchos de sus habitantes a huir en busca de seguridad.
A diferencia de estas localidades, Mjaydel, habitada mayoritariamente por maronitas, ha logrado mantener a gran parte de su población, convirtiéndose en un refugio para los desplazados de otras áreas afectadas por la violencia. La aldea cuenta con una iglesia centenaria y una clínica que marcan su centro, mientras que las relaciones comunitarias son estrechas y familiares.
El ‘mukhtar’ de Mjaydel, Yihad Yagi, explica que, aunque la aldea tiene 750 habitantes, solo 430 son votantes, ya que muchos han emigrado a países como Estados Unidos, Australia y Europa. Pese a la situación, la mayoría de los residentes ha decidido quedarse. La carretera que conecta Mjaydel con Sidón, la ciudad más cercana, permanece transitable, aunque recientemente se han registrado ataques aéreos en las cercanías.
En Mjaydel, actualmente se acogen a 350 “huéspedes” de otras zonas afectadas por los bombardeos, creando un ambiente de solidaridad entre los residentes y los desplazados. Yagi destaca la fuerte conexión histórica con sus vecinos y su deseo de que todos puedan regresar a sus hogares una vez que termine el conflicto.
La aldea carece de escuelas debido a la baja población infantil, lo que ha impedido abrir albergues en instituciones educativas como en otras regiones del Líbano. En su lugar, se han habilitado tres centros improvisados, entre ellos un restaurante y un complejo religioso, donde los desplazados pueden encontrar refugio. La iglesia, situada en una cima cercana, ha visto una disminución en la asistencia a misa, pero continúa siendo un lugar de esperanza y oración por la paz en el país.
El diputado de Jezzine, Charbel Massaad, resalta que esta área es un modelo de convivencia, donde la comunidad cristiana ha recibido con los brazos abiertos a aquellos que huyen de la violencia en el sur.
