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Monarca

David Moreno
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En la pantalla, por: David Moreno

En un sistema como en el que vivimos, ¿puede crecer el poder económico sin el amparo del poder político y viceversa?. De acuerdo a Monarca, el intenso melodrama mexicano de Netflix, la respuesta es contundente: No. Son poderes que se han convertido en simbiontes, dependientes, si uno es destruido es muy probable que termine por arrastrar al otro a menos que aparezca el único elemento que puede romper esa situación de dependencia: la traición.

Lo mejor de Monarca es que al narrar las penurias y tribulaciones por las que atraviesa la familia Carranza – dueña, en la serie, de uno de los emporios industriales y financieros más poderosos del país – también va ahondando en las formas y las maneras por las cuales tienen que atravesar muchos de los negocios hechos en las más altas esferas. El panorama presentado en el programa es bastante oscuro: para triunfar no basta con el trabajo duro, ante todo lo que más importa es meter en tu bolsillo a los funcionarios en turno, olvidar a la ética empresarial y comportarte como un depredador, como un cazador que posee las mejores armas para arremeter contra sus indefensas víctimas representadas por posibles competidores o incluso por socios, hasta familiares, que pretenden salirse de las sendas trazadas por quienes están en lo más alto de esa singular cadena alimenticia.

Los Carranza, como se vio desde la primera temporada, están marcados por la tragedia. La violenta muerte del padre y fundador de la compañía ha llevado a Ana María (Irene Azuela), Joaquín (Juan Manuel Bernal) y Andrés (Osvaldo Benavides) a una guerra por el poder en la que se ve envuelta toda la familia. Los tres recurrirán a una serie de artimañas para poder encumbrarse en la cima del emporio y desde ahí influir no solamente en el crecimiento de sus negocios sino también en las decisiones políticas que permiten ensanchar aún más a su área de influencia. La tentación por el poder está enmarcada por fratricidas batallas en las que los lazos familiares solo vuelven a atarse cuando uno de los movimientos de alguno de los contrincantes permite tejer alianzas momentáneas. La segunda temporada de la serie explorará con mayor profundidad todo lo anterior y será aún más contundente al narrar el deterioro de cualquier principio ético que pudieran tener los protagonistas. Principios que aparecerán como destellos a los cuales asirse en situaciones extremas, pero que serán abatidos por la inevitable tragedia a la que será arrastrada toda la familia. A partir de entonces lo que vendrá es la supervivencia del más fuerte, de quien decida que en el mundo planteado por Monarca el valor más importante es el de la ambición.

Escrita con mucha intensidad, manteniendo a personajes con lógicos y bien estructurados arcos de transformación, ambientada en un México reservado solamente para unos cuantos de sus ciudadanos, Monarca es un duro relato del que difícilmente alguien puede salir ileso. Aprovecha a la perfección al melodrama y las características que han hecho de éste un subgénero narrativo del cual los mexicanos hemos bebido por muchos años para generar espectadores, pero ese es solo el contexto pues no se queda solamente en las relaciones emocionales de los protagonistas sino que las usa para contar algo que va más allá de las relaciones familiares o amorosas. Monarca es ante todo, la historia de un sistema en decadencia, de personajes que viven en supuestos mundos ideales pero que tras la fachada perfecta esconden interiores cargados de dolor, de traición, de vidas construidas con base en la mentira y la corrupción.

Al final de la segunda temporada el espectador puede quedarse con la sensación de que se ha tenido solamente un vistazo al borde de lo que será un auténtico precipicio. ¿Podrán caerse más bajo? Seguramente, para ser testigos de ello tendremos que esperar a la siguiente temporada, pero la promesa de la caída libre ha quedado marcada en la que tal vez sea la mejor serie que Netflix ha producido en México.
 

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