Claroscuro, por: Francisco
López Vargas.
Andrés Manuel López Obrador insiste: despedirá al Estado Mayor Presidencial y lo enviará a la Secretaría de la Defensa Nacional y él será cuidado por “profesionales” que han sido incapaces de explicarle que esa decisión no sólo puede ser mala para él y su familia en lo personal, sino desastrosa para el país.
Las necedades del presidente electo tienen que ver con esa actitud populista que muchas veces raya en la locura y la sinrazón: deshacerse de un avión presidencial y estar sujeto a las veleidosidades de los horarios de las líneas aéreas. Nuestro presidente llegará tarde a todo o sólo asistirá a donde pueda llegar, eso sin considerar que el tema del avión presidencial es demencial porque puede salirnos más caro el caldo que las albóndigas.
Otra de sus necedades tiene que ver con la construcción del aeropuerto de la Ciudad de México. No sólo se hizo de una manera impecable la definición de la zona sino que de no construirlo el retraso para el país y su movilidad seguirá creciendo.
No solo es necio en la opción de ampliar el aeropuerto de Santa Lucía porque más de un estudio detalla lo poco práctico que puede ser dividir las llegadas nacionales e internacionales en dos sedes distintas sino los problemas de traslado de los pasajeros en conexión y de seguridad para aterrizajes y despegues.
La semana que termina, el presidente electo dio una noticia que, de entrada, pareciera un viejo anhelo de la región cuando en verdad es una idea incontrovertible desde cualquier punto de vista: el tren peninsular. Sin embargo, el proyecto es de tal magnitud que duraría cuatro años su construcción y afectaría las zonas selváticas más cuidadas de la región y protegidas por organismos internacionales por su biodiversidad y lo que representan para los equilibrios climáticos de toda América del Norte.
¿En serio se invertirá en este proyecto?, ¿se cancelará el del aeropuerto?, ¿el tren tiene todos los proyectos, estudios, análisis que lo avalen que garanticen su eficacia y eficiencia?
Andrés Manuel no entiende que ya es prácticamente presidente. Un atentado, un intento de hacerle daño no sólo lo dañaría a él como persona, dañaría la institución presidencial y con ello no sólo se afectaría a la bolsa de valores y demás temas financieros sino que también nos metería en el problema de volver a armar lo que hoy ya funciona, ya opera y medianamente bien.
López Obrador tiene todo el derecho de querer hacer su voluntad en el gobierno, tiene el apoyo de más de 30 millones de votos, pero debe de considerar que hay dos terceras parte de los electores que no le dieron su aprobación y es precisamente por ellos que sus actos deben de ser muy cuidadoso, muy demócrata y no un presidente prepotente, engreído y soberbio.
Andrés Manuel acredita que sólo le importa lo que a él le gusta: destinará el esfuerzo y el presupuesto a promover el beisbol, disciplina que a él en lo personal le gusta mucho, para enviar más jugadores a las grandes ligas; pero la realidad es que lo mismo podría hacerse en otros deportes. Pareciese broma, pero con cada chiste, con cada ocurrencia como esa afición beisbolera como prioridad nacional, López demerita su propia investidura y deja claro que no es un hombre de ideas sino de muchas ocurrencias, esas que ya como presidente lo van a meter en problemas para cumplirlas porque vaya que en campaña salieron a relucir varias de ellas.
Las necedades del presidente electo son muy peligrosas. Con claridad en estas semanas más de una de ellas ha acreditado que como ideas de gobierno no funcionan y menos como las implementan: los foros del perdón se han convertido en una feria de reclamos, en una especie de catarsis donde el dolor de las víctimas pareciera ser exhibido para no proponer nada. Sin ton ni son no se ve un buen destino a esa idea. La urgencia de pacificación del país no puede esperar más, pero con perdón y amnistía pareciera que se nos dará atole con el dedo porque no hay voluntad de los delincuentes de dejar una vida que les reditúa más que cualquier empleo, a pesar de los riesgos.
Esa teoría de que la pobreza provoca violencia y delitos, como la plantea el presidente electo, sólo pareciera una idea muy vaga de las causas reales de la delincuencia y criminaliza a quienes menos tienen y no precisamente porque sean los más vulnerables a los actos delictivos.
Los eventos se han convertido en farsa simplemente porque no se ofrece justicia y si se exige perdón.
Grave que en estos días de transición se ocupen más en los nombramientos que en sentarse a delinear con precisión los proyectos y planes de gobierno que se ofrecieron en campaña. Es como si sólo valiera la pena el cargo y no lo que se hace con él.
López Obrador subió mucho la expectativa al criticar a tres gobiernos en los que él no participó y la gente no le perdonará que no haya resultados, sobre todo cuando dijo que todo cambiaría solamente con ganar los comicios. Es como si en un acto de prestidigitación se pudiera cambiar la realidad de un país.
En los tiempos que se viven, México requiere de equilibrios que la gente, por desgracia, no quiso ponerle con sus votos al presidente electo. Los días pasan y los hechos acreditan que el nuevo gobierno no será algo nuevo ni diferente y que los golpes mediáticos sólo son para la fotografía.
La oposición al nuevo gobierno debe ser seria, honesta y sobre todo con una ideología sólida para no doblarse con los beneficios que el sistema podría ofrecerles. En política, el arte de la negociación es básico, pero los principios nunca se ponen en la mesa.
Démosle tiempo. Ojalá no sea un gobierno de ocurrencias, de necedades y de órdenes que da el emperador. Ojalá nunca más regresemos a los tiempos en que los cocodrilos volaban, aunque fuera bajito.
Esta columna dejará de publicarse hasta principios de septiembre.
