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No es normal tanta renuncia

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La situación que actualmente enfrenta la
administración de López Obrador no asemeja a una curva de aprendizaje, sino a
una pendiente.

La operatividad va de mal en peor, y el escenario es
tan delicado que no es momento de utilizarlo con fines politiqueros para
desprestigiar al presidente y a su partido; es tiempo de exigir que se corrija
el rumbo a uno donde impere la razón y la legalidad.

La manera de gobernar del presidente le ha creado
conflictos tanto internos como externos que atentan contra la certidumbre en el
país. Muchas veces son más de una situación grave a la que debe hacer frente al
mismo tiempo, como sucedió esta semana.

Desde la semana pasada, el presidente enfrenta una
justa mediática contra elementos de la Policía Federal quienes manifiestan, en
lo general, su rechazo a la Guardia Nacional. Como si esta batalla no fuera
suficiente para crear incertidumbre entre la población, el pasado martes Carlos
Urzúa presentó su renuncia como Secretario de Hacienda y Crédito Público.

La gran cantidad de renuncias que se han presentado
en la administración de López Obrador nos ha permitido percatarnos de lo
importante que son las cartas de renuncia de los funcionarios salientes. En
estas queda en evidencia los términos en que renunció el funcionario y la
situación del sector o secretaria que encabezaba.

Hasta la renuncia de Urzúa, el mensaje de despedida
más importante lo había emitido, el ahora senador, Germán Martínez Cázares,
quién dejó en claro la crisis de salud que empezaba a sufrir el país y
puntualizó las acciones que propiciaron esta crisis. El mensaje de Martínez
Cázares lució por su redacción y claridad; sin embargo, la extensión de este lo
hizo poco atractivo para la lectura general, y la opinión pública se quedó con
la idea principal, dejando las profundas reflexiones en el olvido.

Parece que Carlos Urzúa se percató de esto, pues su
mensaje fue conciso y severo.

En cuatro párrafos nos confirmó lo que ya sabíamos.
La actual administración toma decisiones sin fundamento, se están imponiendo
servidores públicos sin la formación necesaria, y la corrupción aún apaña al
gobierno federal.

Ya sabíamos que se tomaban decisiones sin
fundamento; la cancelación del nuevo aeropuerto en Texcoco, contra toda
recomendación de expertos, es ejemplo de uno de los infundados caprichos del
presidente. Ya sabíamos que se designaban a servidores sin la formación
necesaria; recordemos a los nuevos consejeros de la Comisión Reguladora de
Energía, quienes fueron impuestos por Andrés Manuel a pesar de la doble
negativa del Senado. Y también ya sabíamos que la erradicación de la corrupción
no era más que discurso; quien piense lo contrario decide ignorar todas las
asignaciones directas a proyectos públicos sin el concurso legal
correspondiente.

Si bien, son cosas que sabíamos (o sospechábamos),
el hecho que el Secretario de Hacienda y Crédito Público atribuya su renuncia a
estas situaciones, nos permite apreciar qué tan grave es el panorama.

Por otro lado, la designación del nuevo secretario
no se hizo esperar.

No es como si presidencia hubiera tenido la opción
de tomarse su tiempo, el país perdía dinero cada minuto que pasaba sin titular
de Hacienda. Tan solo una hora después del anuncio de la renuncia ya se había
publicado un video en el que Andrés Manuel presentaba a Arturo Herrera, antes
subsecretario de Hacienda, como nuevo secretario.

Supuestamente, el presidente sabía de la renuncia
desde dos días antes que se presentase públicamente. A pesar de esto, no hace
falta ser un experto en lenguaje corporal para darse cuenta lo contrariados que
lucían, tanto el presidente como el nuevo secretario. El primero con un agudo
nerviosismo que se reflejaba en sus inquietas manos, y el segundo con un
semblante de preferir estar en otro lugar.

Vimos a un Arturo Herrera distinto al día siguiente
en conferencia de prensa, con una confianza propia de quién se aprendió su
discurso para poder repetirlo. Herrera, como buen peón de la cuatroté,
compartió un mensaje lleno de cifras felices, asegurando que todo está bien.
Reafirmó los objetivos y el rumbo de la Secretaría de Hacienda y Crédito
Público, y contraviniendo a los expertos, aseguró que no habría recesión en el
país.

Por su parte, el presidente utilizó su espacio
matutino para referirse al tema. Explicó con quiénes tenía discrepancias el ex
secretario dentro de la administración federal, y negó que hubiera presión
externa de ningún personaje. De igual forma para no pecar de incongruente,
descalificó a Urzúa de entregar un proyecto igual al que redactarían Carstens o
Meade.

Quiero dejar claro que etiqueto el comentario de
descalificación, porque esa fue la intención del presidente. Personalmente, no
concibo cómo puede ser considerada una descalificación ser comparado, en
redacción de proyectos económicos, con estos dos personajes, por lo que me
pregunto, ¿qué espera el presidente de su secretario?

Espera que le diga que sí, y ya. Contra toda razón y
todos principios espera que le dé por su lado, y le solape el capricho.
Quisiera que ésto fuera una conclusión personal y no una realidad, pero el
mismo presidente se ha manifestado en este sentido. Un par de días después de
la designación de Arturo Herrera, le preguntaron al presidente qué haría si el
nuevo secretario le dice que no a algún proyecto prioritario, y su respuesta
fue que lo convencería, que Herrera es un individuo fácil de convencer.

Contra la razón, discurso.

Con una mentalidad tan cerrada como la del
presidente, y un desdén por el fundamento científico, no es sorpresa que él
mismo haya dicho que esperemos más renuncias.

La postura de un servidor es la misma, no es normal
tanta renuncia.

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