Por José Buendía Hegewisch
El peor día para el Presidente en la semana más controvertida de su gobierno. El cartabón marca un punto de inflexión en el sexenio, pero el deterioro viene de lejos. La inacción política, falta de respuestas y errores dibujan una pendiente los últimos dos años. Ahora la diferencia con la nueva crisis en torno a la visita de Trump y el Cuarto Informe de Gobierno son las muestras de agotamiento y esa búsqueda en todas direcciones que caracteriza a los estados de decadencia.
El gobierno ha venido a menos, en efecto, y perdido condiciones que le dieron fuerza o valor, por ejemplo el “punch” de las reformas estructurales en los primeros dos años. Hoy todas sus iniciativas legislativas están congeladas en el Congreso. Su decadencia es también la de los barcos que pierden el rumbo por marejadas, vientos o el arrastre de corrientes internas que exigían profundos cambios y no pudo entender. Hoy todas las variables se han deteriorado, incluso las macroeconómicas, y su popularidad en mínimos históricos —según todas las encuestas—, junto con el prestigio internacional.
Uno de los síntomas de decadencia puede distinguirse cuando los asuntos importantes se tratan con frivolidad y cosas superficiales se toman por importantes en la búsqueda de salidas en cualquier dirección. Por ejemplo, correr a remediar los riesgos de una corrida contra el peso y fuga de capital si ganara Trump, con un diálogo capitular en Los Pinos; aceptar darle trato de Jefe de Estado con la peregrina idea (el win-win de la explicación de Videragay) de inocular la amenaza de un candidato. De organizar una visita al vapor, sin acuerdo sobre los objetivos y trabajo diplomático para su consecución. De pensar que valdría la pena correr el riesgo de exponer la figura presidencial por la inasible posibilidad de mesurar el discurso antiinmigrante de Trump o proteger el TLC, cuando está en campaña y habla al electorado que quiere esas posiciones en la Casa Blanca.
Las veleidades, lo insubstancial sobre lo importante, el marketing sobre el gobierno y la ligereza política también permeó el experimento del Informe. Si bien el formato es inoperante en los últimos tres sexenios para resolver la relación entre el Ejecutivo y el Congreso, el experimento de diálogo a modo con jóvenes seleccionados trivializa el más importante ejercicio de rendición de cuentas al país, respecto del estado que guarda la nación.
El peligroso crecimiento de la deuda y la rebaja de pronósticos de calificadoras internacionales fueron importantes para traer aTrump, no para la obligación de rendir cuentas. Tampoco para dar una respuesta por la espiral de homicidios en 2016 con un 32.8% más que en 2015; ni para explicar la situación de las pensiones, la crisis de Pemex, la emergencia medioambiental en CDMX o por las desapariciones forzadas.
Todos estos temas de primera línea se olvidaron tras el eslogan de una campaña mediática, a la que se relegó el debate público sobre las cosas que sí importan en el país, sean buenas o malas noticias. Otro signo más de desdén es hacia los mecanismos para domesticar el ejercicio del poder por estrategias de comunicación e imagen con que se pretende gobernar y paliar la falta de dirección, mientras se buscan salidas a cualquier costo. El resultado: caída de la credibilidad y del apoyo en la democracia.
La confusión entre lo importante y lo superfluo, el castigo para cosas serias e impunidad para lo irrelevante, anticipa caer a esa fase de la decadencia en que la marejada pone al barco a dar tumbos y al capitán buscar en todas direcciones para salir del marasmo. Esta semana fue la peor del gobierno porque también mostró que el barco comenzó a fracturarse al interior del gabinete. Las divisiones por la visita de Trump afloraron en amagos de renuncias y codazos entre los presidenciables, cuando aún le falta resolver el temporal que anuncia: la sucesión.