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¿Nunca más?

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

A casi once meses de gobierno, los resultados siguen sin convencer y el combate a la corrupción es una farsa que se usa selectivamente.

Cada mañana el presidente López Obrador se ufana en que nunca más sucederá lo que pasaba en el pasado. Nos dice, como cantaleta, que su gobierno no es como los anteriores. Se ofende y señala que “calienta” que lo comparen con sus antecesores en el cargo tratando con ello de machacar a diario que él y su gobierno es distinto a los que le antecedieron.

Sin embargo, en los hechos, López Obrador es más de lo mismo: habla de combatir a la corrupción pero en Tabasco el Congreso sesiona para permitir la asignación de obras sin transparencia, sin licitaciones.

Expone que habrá transparencia pero el Ejército restringe, por seguridad nacional, todo el expediente del proyecto de Santa Lucía y con ello de facto se niega a explicar si ya tiene todo los permisos nacionales o internacionales para operar un aeropuerto. El tema de seguridad internacional es vital para que lleguen ahí las aerolíneas del mundo.

Dice que combate la corrupción y destituyen a un magistrado, le abren un expediente porque vive en una casa de 17 millones de pesos y tiene cuentas por 80 más, precisamente el jurista que concede los amparos para Santa Lucía –cuya fortuna ya fue investigada-, pero no ordena una investigación por las 20 casas de Manuel Bartlett y los 800 millones de pesos de su patrimonio.

Combate la corrupción pero no censura a un candidato de Morena que ganó una elección pero Jaime Bonilla se inconforma porque lo será sólo por dos años y pretende ampliarlo a cinco, claro sin pasar por elecciones aunque con la venia del Congreso y, claro, del presidente que violentan la Constitución.

Habla de que el combate a la delincuencia va viento y popa y cada mes se convierte en el más violento de la historia del país, pero el presidente dice que eso se debe a que hace doce años se tomaron decisiones equivocadas sobre el tema: Calderón tiene la culpa…

Vemos a un presidente que usa como excusa a Benito Juárez cuando en realidad rechaza el estado laico, usa la religión como parte de su excusa para gobernar.
Andrés Manuel es un hombre rencoroso. Su odio a quienes le impidieron llegar cuando él deseaba gobernar el país va creciendo todos los días cuando pasan las horas y su gestión no da resultado en temas torales: educación, economía y seguridad, además de salud.

Llevan poco tiempo, se argumenta sin considerar que un tipo que quiso ser presidente hasta en tres ocasiones no pareciera, en los hechos, que haya preparado un plan de gobierno efectivo y de resultados.

López Obrador nos quiere convencer que él es parte de la izquierda, pero nadie se detiene a preguntarle por qué se afilió al PRI de Díaz Ordaz o al de Luis Echeverría si es pacifista y detesta las masacres como la de Tlatelolco y la del Jueves de Corpus. Bueno, hasta el himno le hizo al tricolor ahí en su natal Macuspana.

El actual presidente no sólo no renegó de los hechos, sino que ocupó diversos cargos y coordinó varias campañas políticas, pero renunció al PRI después de los comicios de 1988 cuando, él acusa, Carlos Salinas le niega la candidatura del PRI al gobierno de Tabasco y califica de fraudulenta la elección. A partir de esa fecha, Salinas se convierte en su peor enemigo.

El presidente, sin embargo, le habla a su feligresía. Se comporta públicamente para su audiencia, pero en realidad manda reformas legales que parecieran confirmar que desea perpetuarse en el poder, hace leyes que provocan opacidad, gobierna como si él fuera único y sus posturas irrevocables o incuestionables. A sus opositores no sólo los confronta sino que les echa todo el poder de su administración.

Cuando 30 millones de mexicanos votaron por Andrés Manuel más de uno de ellos pensó que votaba para ver un México en el que nunca más hubiese corrupción, que nunca más hubiese inseguridad, que nunca más hubiese influyentismo, que nunca más hubiese un poder lejano al pueblo y hoy, precisamente, vivimos un gobierno en el que todo pareciera que nunca más México viviría.

Los excesos presidenciales no sólo tienen que ver con esa campaña permanente sino también con esa permisividad que le consiente a quienes están con él, a quienes le rinden pleitesía y la furia con que se combate a quienes se oponen.

El México que se construyó con el empuje de la sociedad civil desaparecerá y todo gracias a una partidocracia que no sólo abusó sino que entró en crisis precisamente por la falta de resultados, por la falta de escrúpulos, por la falta de ética en su actuar.
El movimiento de Andrés Manuel usó como argumento el clamor popular que deseaba un gobierno cercano y honesto. López lo entendió y para ello está destinando el presupuesto con el que compra 20 millones de clientes electorales sin que se vean los padrones, sin que haya rigor en el reparto de ese dinero.

A casi once meses de gobierno, los resultados siguen sin convencer y el combate a la corrupción es una farsa que se usa selectivamente.

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