En el estado de cosas de la democracia mexicana el insumo que hace relevante a un partido político en la oposición es su capacidad de hacer política de partido y entre partidos; esto es, para decirlo en el lenguaje vernáculo de nuestra actividad cotidiana: su oficio político.
Es éste el elemento que se basa en un valor superior en la política: El ejercicio de la palabra, que consiste en hablar y en escuchar, en acordar y cumplir lo acordado.
Sí, el oficio político que a muchos les resulta obsoleto como cualidad, es en realidad la más moderna y audaz habilidad para construir la democracia aquí y ahora. Un partido con oficio político es aquel que siempre construirá a partir de lo posible, que postula su ideología con los pies de sobre la tierra, que entiende dónde acaba la elección de unos y empieza el gobierno de todos y, sobre todo, que puede impulsar mayorías heterogéneas, incluyentes, tolerantes y surgidas del diálogo. Mayorías democráticas, en dos palabras.
El PRI, partido en el que orgullosamente he militado toda mi vida, ha tenido notables éxitos y enfrentado legítimos y numerosos reclamos sobre su conducta política desde su fundación en 1929. Sin embargo, lo que nunca le ha faltado es oficio para construir alianzas políticas con personas, grupos y organizaciones.
En la etapa de partido hegemónico, la disputa por el poder, el tránsito desde una ideología hacia otra, la llegada de nuevos grupos y estilos políticos se dio en el seno del PRI. Ninguna autoridad presidencial por máxima o imperial que fuera, hubiera resultado suficiente para una conducción evolutiva sin el PRI como espacio e instrumento donde el oficio político podía ser ejercido. Y si éste pudo servir en un contexto no democrático, imaginemos lo que hoy puede lograr poniéndolo plenamente al servicio de la democracia y la pluralidad.
Más importante aún, hoy que México enfrenta riesgos claros de intento de predominio no-democrático por parte de organizaciones políticas altamente ideologizadas, el oficio político se vuelve esencial para corregir el rumbo.
Lo que el PRI hacía muy bien en su interior lo debe seguir haciendo, pero ahora lo debe hacer mejor hacia el exterior. El arte de escuchar, de ser escuchado, de buscar puntos de acuerdo para encontrar los intereses comunes, de tomar litros de café mientras se está sentado en una mesa de diálogo, es lo que puede garantizar el funcionamiento adecuado y deseable de nuestra democracia.
La decisión del presidente nacional del PRI y líder del partido como un todo, Alejandro Moreno, de apostar por las alianzas partidistas como vehículo y por una agenda ciudadana como bandera, no es un simple intento por mantenernos vigentes. Por el contrario, es volver a lo mejor de nuestro origen, es sentarnos a hacer buena política para construir mayorías que ganen elecciones.
“Alito” lo dijo bien en el Aniversario Luctuoso de nuestro prócer, priísta con mayúsculas, Luis Donaldo Colosio Murrieta: “Para que en México podamos seguir insistiendo en la vía democrática, necesitamos hacer política que pueda ganar elecciones”.
¿El PRI puede adaptarse a la adversidad que enmarca la realidad de nuestros días? Sí, puede y debe hacerlo y con urgencia. Sin embargo, su adaptación no debe ser para sobrevivir mientras el sistema democrático mexicano se deteriora. Debe adaptarse para triunfar y garantizar un entorno donde su oficio político dé los mejores resultados colectivos y eso exige un ambiente democrático, de decisiones amplias, soluciones serias así sean graduales, agregación de voluntades ciudadanas, de transigir en lo no esencial ante otras fuerzas políticas. Un esfuerzo que nos aleje del voluntarismo.
El oficio político implica per se respeto por los demás, pluralismo y rechazo al dogmatismo para adoptar una racionalidad democrática de inclusión y tolerancia.
El PRI pudo, con oficio político, institucionalizar una revolución, poner fin a una guerra civil y ser conductor del país en una larguísima evolución hacia la pluralidad efectiva. Ahora el PRI con ese mismo oficio debe ser factor para institucionalizar una conducta política de alianzas, encuentros, sensatez, inclusión y moderación verdaderamente democrática.
La buena política y la democracia, en su definición más socrática, comparten una condición indispensable: el diálogo, esa acción entre dos o más personas que alternativa y respetuosamente manifiestan sus ideas, afectos o necesidades. En nuestra coyuntura, oficio político es saber dialogar para llegar a algo: el futuro que el país merece.
*Ex-Gobernador de Yucatán y Secretario de Alianzas Políticas y Agenda Ciudadana del CEN del PRI.