La Revista

Orden de nacimiento y poder

Aída López Sosa
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Por: Aida Maria Lopez Sosa. 

“Hermanos: los hijos de los mismos padres, los cuales
son perfectamente normales hasta que se juntan”.
Sam Levenson.

En el pasado la suerte echada de los
segundos hijos cambió la historia. Haciendo un recuento del rumbo que tomaron
los destinos no solo de las personas, el imperio y otras geografías, el
resultado es digno de considerar respecto a los impactos infligidos. Desde los
tiempos bíblicos cuando Caín asesinó por celos y envidia a su hermano menor
Abel para posicionarse como favorito a los ojos de Dios hasta la actualidad en
la Corona Británica, advertimos la importancia del lugar que ocupamos en el
núcleo familiar de acuerdo al orden de nacimiento.

El psicoterapeuta austriaco Alfred Adler
(1870-1937) -colaborador de Sigmund Freud- consideraba que el orden de
nacimiento influye en la personalidad del individuo, más aún cuando está en
juego una posición de poder. Si bien las circunstancias del primer hijo están establecidas
por la misma naturaleza, no sucede lo mismo con el segundo que tiene que
competir con su hermano mayor para hacerse de un espacio. El mayor tiende ser
responsable, competitivo y convencional; el segundo solícito, cooperativo y
abierto a nuevas experiencias. Las diferencias entre hermanos se intensifican
si la familia legará una posición de poder para el manejo de negocios,
herencias o si gobernará un imperio o monarquía.

En el pasado se solucionaba cometiendo
fraticidio. En el siglo XV la ley lo permitía en el Imperio Otomano, el
conflicto entre hermanos estuvo a punto de terminar con una de sus dinastías
por la cantidad de asesinatos perpetrados para llegar al poder. El sultán
Mehmed asesinó a sus dos hermanos para ostentar el cargo, su nieto hizo lo
mismo terminando con la vida de su hermano pequeño ante el temor de que este lo
matara; a su madre también la asesinó por si las dudas. Promulgó la ley
fraticida que obligaba a todo heredero al trono a asesinar a sus hermanos. ¡Ah!,
pero con aseo, sin derramar sangre, a las mujeres se les aventaba al mar
Bósforo y a los hombres se les estrangulaba con un pañuelo de seda. La
ordenanza aplicaba para las amantes embarazadas del patriarca, no fuera a ser
que los hermanastros asesinaran al hijo legítimo.

Enrique VIII (1491-1547) de la Casa Tudor
vivió su infancia resignado a no llegar al trono, era el segundo en la línea de
sucesión. Su educación estaba delegada a su madre ya que su padre, Enrique VII,
estaba dedicado a instruir a quien lo sucedería, el primogénito Arturo, a quien
casaron por intereses políticos con la hija de los reyes de España, Isabel y
Fernando. Cuando Enrique contaba con diez años murió Arturo y a los pocos meses
su madre, su vida libre y sin presiones cambió. Enrique VII retomó su educación
durante siete años hasta su muerte no sin antes instruirlo para que se casara
con su cuñada viuda, había que preservar la buena relación entre ambas coronas
para beneficio de Inglaterra.

Desde el siglo XIX los segundos hermanos
ya no recurren al fraticidio, emigran a otros países o continentes para alejarse
de la familia en donde son platos de segunda mesa. Maximiliano de Habsburgo abandonó
su Castillo de Miramar que mandó a construir en la costa de Trieste para vivir
con su amada Carlota. A diferencia de Enrique VIII a él si lo prepararon como a
su hermano Francisco José para gobernar por si ocurría algo. Inconforme con sus
títulos de archiduque y príncipe por ser el segundo en la línea de sucesión y
por los antecedentes virreinales, aceptó la propuesta de Napoleón III y se
aventuró por mar varias semanas para llegar al puerto de Veracruz y
decepcionarse enseguida. La Historia cuenta que la primera noche no pudo
dormir, la pasó en un cuarto con chinches y sin una cama como tal. Demasiado
tarde para arrepentirse. Su sueño de ser emperador se le cumplió aunque a escasos
tres años le haya costado la vida tras ser fusilado a los 34 años, estando su
esposa lejos y enloquecida.

En la actualidad el tema continúa vigente
con otro Enrique también de Inglaterra. Harry se casó con una actriz para abandonar
la corona inglesa, es el menor de los dos hermanos y al estar vivo su padre lo
posiciona en la tercera línea de sucesión. El príncipe cambió de continente donde
es protagonista y los reflectores lo adoran. El extrañamiento por su decisión
lo ha descalificado entre propios y extraños, nadie comprende que fue en la
búsqueda de su lugar en el mundo. Como todo tiene un costo, Harry ha renunciado
a títulos, sueldo, prestigio, imagen y otros beneficios royals que obtenía por ser integrante de la monarquía,
extendiéndose a su descendencia y su conyugue.

Los efectos del orden de nacimiento van
desde los severos hasta los sutiles. Existen condiciones que pueden atenuarlos
o exacerbarlos. Factores como el sexo, tamaño de la familia, número de hermanos,
posición económica, entre otros, influyen en la experiencia que el individuo
viva al interior del núcleo familiar. Las formas han cambiado, el fondo es el
mismo, los segundogénitos lo saben.

Aída López Sosa
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