Por: Ismael Méndez Camargo.
Este slogan lo vi por primera vez en una secundaria federal del rumbo de la colonia Industrial de Mérida, hace muchos años y cuanta razón tuvo el director de ese centro escolar, cuando mandó a rotular ese pensamiento en la recepción de su oficina; hoy lo aplico en mi vida personal y comento cientos de veces qué sabias son esas palabras y como han repercutido como un gran eco en la vida actual que está llena de problemas en los hogares y como consecuencia en las escuelas de todos los niveles de México; cada día más decadente en educación, valores y respeto hacia las personas e instituciones con las que conviven todos los días.
No es posible que los padres sigan consintiendo a sus hijos y no les inculquen valores de convivencia que estén plenos de respeto, que harán de sus hijos en el futuro hombres de bien, que con su comportamiento coadyuven a un ambiente de armonía mínima para evitar problemas sociales. Es también muy propio y adecuado el refrán que dice que “Cada quien cosecha lo que siembra”, y hacemos estas reflexiones sobre los conflictos que existen en los centros escolares donde se han relajado las medidas disciplinarias que han traído como consecuencia alumnos problemáticos, irrespetuosos, groseros que creen que los maestros son sus sirvientes o sus empleados.
Vienen a relación los problemas que se han suscitado en planteles del estado yucateco, principalmente en escuelas públicas, más que nada en las preparatorias, lo cual resulta usual, pues los adolescentes en gran mayoría quieren vivir la vida loca, como se dice comúnmente. En semanas pasadas se han dado una serie de problemas en la Escuela Preparatoria Dos de la Universidad Autónoma de Yucatán, que en los últimos años ha sido el lunar negro de las instituciones universitarias, pues un padre de familia demandó ante las autoridades judiciales competentes a una antropóloga que imparte clases en el referido centro de bachillerato, por el hecho de haber reprobado a su hija, al bajarle puntos por no entregar un trabajo escolar. También no se castigó a un alumno que insultó a su maestro de matemáticas, también por asuntos de aprobación.
No es posible que los alumnos se comporten de esa manera y lo peor del asunto, que los padres de familia no reprendan a sus hijos y no es extraño, dichos tutores son un pésimo ejemplo para los jóvenes, dando un mal testimonio con sus inadecuadas conductas en el seno familiar. Creo que ya hay que poner un alto a estas situaciones, que cuentan con la complacencia de los directores de las escuelas que no aplican verdaderas sanciones, por el temor de ser requeridos por los famosos derechos humanos que emiten recomendaciones, muchas veces sin analizar los casos donde se presentan conflictos en los centros educativos. Hoy en día no hay apoyo hacia los maestros que han sido secuestrados por una sociedad intolerante y poco participativa que ven en las secundarias y preparatorias una especie de guarderías de muchachos, que la mayoría de las veces no les interesa estudiar y solo van a su escuela a distraerse.
Nosotros, quienes nacimos en los años sesenta y que fuimos educados de forma muy rígida, oímos en la calle a chicos con un vocabulario soez, vulgar y corriente que es peor oírlo de las mujeres, que no se respetan, pero si piden respeto; en la actualidad ya se han perdido reglas de amabilidad como lo es saludar, pedir las cosas por favor y sencillamente dar las gracias por algo. Ahora decir malas palabras es estar a la moda o pertenecer a una conducta llamada “cool” o “fashion light” y lo peor de la situación es que no hay quien pueda reprender conductas que sin duda alguna ya son parámetros de como viene la triste situación de una sociedad carente de empatía. Estamos a tiempo de cambiar las cosas, pero hay que dar el ejemplo con nuestros actos.