La Revista

Pegados a la botella

Pascal Beltrán del Rio
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Por: Pascal Beltrán del Río.

En la película Bellas de noche (1975), Carmen Salinas
hizo el papel de La Corcholata, una borrachita graciosa que siempre intentaba
colarse al cabaret, y cuyo apodo, contó ella misma, se debía a que “cuando no
estaba pegada a la botella, estaba tirada en la calle”. Durante parte de su
carrera, la actriz tuvo que batallar para no quedar encasillada en el
personaje, que volvió a aparecer en el filme La Pulquería (1981). “Yo no soy La
Corcholata, yo soy Carmen Salinas”, debió aclarar varias veces.

Hace casi un año –el 12 de julio del año pasado–, el
presidente Andrés Manuel López Obrador puso el mismo mote a quienes aspiran a
la candidatura del oficialismo para sucederlo.

“Ya no hay tapados”, aseveró en la conferencia
mañanera de ese día. “Yo soy el destapador y mi corcholata favorita va a ser la
del pueblo”.

Igual que temió Carmen Salinas, el apodo ya se les
quedó. Pero ellos lo asumen alegremente.

El único que se ha resistido es el senador Ricardo
Monreal. “Yo no soy corcholata”, dijo. “Soy un modesto aspirante, nunca una
corcholata. Es peyorativo y un lenguaje que nadie debiera aceptar. Pero allá
ellos”.

De quienes sí aceptan la etiqueta, podría decirse que
están igual que el personaje de Carmen Salinas. Por ahora están pegados a la
botella, no por su afición a la bebida, sino porque aún no han sido liberados
por quien se asume como su destapador.

Eso implica que no pueden opinar a sus anchas. No
tienen modo de expresar sus ideas. Están obligados a seguir la línea que tira
el Presidente. Y, como hemos visto, no pueden refrenarse de elogiarlo todo el
tiempo.

Nuestro colega Jorge Fernández Menéndez se preguntaba
en qué creen las corcholatas. Y decía, con mucha razón, que “ya sabemos cómo es
la casa de Claudia Sheinbaum” y “tenemos una cuenta de WhatsApp para
comunicarnos con Adán Augusto López y otra para hacerlo con Marcelo Ebrard”,
pero no sabemos qué se proponen respecto de los grandes temas y problemas
nacionales, como la seguridad.

Eso es porque las posibilidades de alcanzar la
candidatura dependen, esencialmente, de mantener su adhesión al Presidente y,
en menor medida, de la visibilidad que puedan alcanzar en redes sociales. Sus
ideas no son relevantes en esta etapa.

Están, como digo, pegados a la botella hasta que López
Obrador saque su destapador y suelte a su corcholata favorita.

Esto es algo que no sucede desde que Plutarco Elías
Calles regresó a México al embajador en Brasil, Pascual Ortiz Rubio, para que
fuera candidato presidencial en las elecciones de 1929. Anunciada su
postulación, en la misma asamblea en la que se fundó el Partido Nacional
Revolucionario, Ortiz Rubio jamás se atrevió a tomar distancia de Calles.
Estaba claro que su papel iba a ser el de títere del Jefe Máximo.

Ya con el tiempo, se desarrolló el llamado
“parricidio”, una práctica en la que el candidato tomaba distancia del
presidente en turno y éste aceptaba que su época de gloria muriera para
mantener la sobrevivencia del régimen. Ese sistema logró, pese a todas sus
imperfecciones y actos arbitrarios, que México haya tenido transiciones tersas
y a tiempo.

Para que funcionara, había que evitar que el
presidente saliente controlara al candidato, aunque lo hubiese escogido
personalmente. Mientras no fueran claras sus aspiraciones presidenciales,
cualquiera podía –y debía– lisonjear al jefe, pero una vez convertido en
candidato se esperaba que tomara distancia de él.

Priista de formación, López Obrador quiere tener su
propia mecánica sucesoria. Ha dicho que “ya no hay tapados”, pero sigue
habiendo, como él mismo admite, un destapador y un destape. Parece un sistema
atrofiado, porque extiende el tiempo en que los que son abiertamente aspirantes
tienen que coincidir en todo con el Presidente y reduce la posibilidad del
distanciamiento, en el que el candidato puede dar rienda suelta a sus propias
ideas.

¡Ah!, y como también pasaba con el personaje de Carmen
Salinas y sucedió con Ortiz Rubio, una vez que algunas de las actuales
corcholatas hayan perdido su utilidad, lo más probable es que acaben en el
suelo.

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