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Política y bufonería

Leo Zuckermann
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Juegos de Poder, por: Leo Zuckermann. 

Twitter: @leozuckermann

Una de
las cosas que más me chocaba de las épocas del autoritarismo priista era el
exceso del formalismo en la política. Me daba flojera tanta floritura. En los
eventos públicos, por ejemplo, la presentación de los presídiums podía tomar
más de media hora. O, cuando un político se refería a otro, las fórmulas eran
larguísimas: “Mi amigo y colega, el señor licenciado Fulanito de Tal, presidente
de la Comisión de Transporte de la Cámara de Diputados del Honorable Congreso
de la Unión, mexicano probo y revolucionario intachable, etcétera, etcétera”.
Las sesiones del Poder Legislativo eran aburridísimas: se cantaba el himno
nacional, se guardaban minutos de silencio por revolucionarios fallecidos, se
leían minutas que no decían nada y, desde luego, se alababa la figura del señor
presidente constitucional de los Estados Unidos Mexicanos, el licenciado,
blablablá.

Por
fortuna, el largo proceso de democratización fue minando este exceso de
formalismo en la política mexicana. La llegada de un ranchero campechano e
informal como Vicente Fox a la Presidencia hizo que el péndulo definitivamente
se moviera hacia el otro lado. Se desvirtuaron las formas como un elemento
indispensable y civilizador de la convivencia política. Del exceso de
formalismo pasamos a la guasa.

En la
Cámara de Diputados hemos atestiguado esta transformación. Del total
sometimiento al Poder Ejecutivo el día del informe presidencial a la chunga
contra el jefe del Estado mexicano que terminó con su expulsión definitiva del
Congreso. Diputados que se suben a la tribuna sin orden alguno, cuelgan mantas
ofensivas, insultan, escupen, enseñan sus dientes y prometen, cual machos alfa,
que le va a romper el hocico a sus adversarios. Los medios de comunicación,
fascinados por el lamentable espectáculo, reportan lo que hacen los payasos del
Congreso. Transitamos de una Cámara de Diputados que parecía una acartonada
versión del Soviet Supremo a una que semeja una troupe de bufones vergonzosos.

A lo
largo de estos años, he tenido la oportunidad de observar cómo operan distintos
parlamentos en el mundo. Me gusta mucho el británico. Ahí he visto debates
brillantes, de un vigor que sólo se entiende en una sociedad comprometida con
la democracia liberal desde hace décadas.

En la
Cámara de los Comunes los golpes verbales son durísimos, pero con reglas muy
estrictas. Está prohibida toda expresión que insulte a uno de los legisladores.
Hay palabras impedidas como cobarde, imbécil, rata, puerco o traidor. El
presidente de la Cámara puede expulsar del recinto a cualquier miembro que se
rehúse a disculparse por haber utilizado un lenguaje inapropiado. En las
prácticas parlamentarias ni siquiera se contempla qué hacer en caso de que
algún miembro despliegue una manta ofensiva. Nadie, en sus cincos sentidos, lo
hace porque esto implicaría la suspensión del parlamentario.

De hecho,
un legislador que no cumpla con las reglas puede ser “nombrado” por el
presidente de la Cámara quien simplemente dice “nombro a Zutano”. En ese
momento, el líder del partido al que pertenece Zutano se levanta y demanda que
se debata y vote la suspensión de dicho parlamentario de la Cámara. Si la
moción es aprobada, el legislador es suspendido por cinco sesiones. Una segunda
ofensa lleva a la suspensión de veinte sesiones y la tercera queda a discreción
de la Cámara. Lo mejor de todo es que el parlamentario deja de percibir su
salario por el periodo en el que está suspendido.

¿No
debería haber una práctica similar en México?

Claro que
sí. Porque tan nocivo es el formalismo de antaño como el otro lado del péndulo
al que nos hemos movido, es decir, la juerga desenfrenada sin castigo alguno.

Hay
muchos ciudadanos que hoy prefieren no entrarle a la política mexicana
asqueados por lo que se ha convertido esta profesión. Es terrible porque nos
condenará a que sólo los payasos, flojos u oportunistas sean los que le entren
al juego democrático. Una clase política que, lejos de ser de las mejores y más
brillantes, es de las peores y más escandalosas. Por eso urge que el péndulo
regrese un poco hacia el formalismo en la política. Desde luego no al que
teníamos antaño, pero sí a uno de sustancia que se aleje de la guasa actual.

Leo Zuckermann
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