La Revista

Por una tacita de café

Carlos E. Bojórquez Urzaiz

El deseo de beber un café no nace sólo del ardor que causa la pócima que llevó a José Martí a decir que era el “padre del verso“, sino también de la sed y antojo de gozar de su sabor y aroma particulares que conducen a la invitación de reunirse en prolongadas tertulias alrededor de una mesa, avivada y flotante como efecto de la mescolanza del vapor que brotaba de las tazas y las bocanadas de tabaco, cuya atmósfera densa y nublada, ofrecía el ambiente propicio para las conversaciones interminables. En conjunto, beber tacitas de café, grecas, indias o expreso, como acostumbraban designar las medidas y sabores de este brebaje, sin vacilación daba paso al aire entusiasta y errante que favorecía el debate, político, literario o de cualquier índole, entre los parroquianos que abarrotaban los viejos cafés que hasta hace poco se asentaban en el centro de Mérida.

Pocos saben con precisión las causas exactas que obligaron a cerrar sus puertas a tan venerables cafés como el Sevilla, el Farráez, La Sin Rival, La Flor de Santiago y otros que escapan a la memoria, pero esseguro que las costumbres fueron cambiando y dieron paso a modalidades distintas de reuniones, donde sencillamente el diálogo acalorado por el fervor de los temas y las incontables grecas o indias que se bebían parece haberse borrado del mapa para siempre. El silencio y el tenor introvertido impusieron su voluntad de piedra. Entorpecer el habla parece el nuevo signo. ¿Estaremos viviendo una era sin necesidad de discutir con la pasión característica que imperaba en los cafés?

Algo es seguro, pues dado el actual desprecio con que tratan a los fumadores que osan encender un pitillo en algún espacio cerrado, la muerte de los cafés estaba prefijada en el centro de Mérida donde los tertulias carecen de terrazas donde efectuarse y en los escasos lugares donde las hay las autoridades impiden asociar tabaco, café y discusión.

Ahora mismo me viene a la memoria el rango protagónico que Humberto Lara y Lara concedió a los cafés en su novela Don Toribio de la Tetera, durante los planes y conspiraciones que se hacían contra el gobierno de Tomás Marentes. Y el “ocio creativo” que cultivaba en los cafés de la ciudad Evaristo, el soltero con familia de Carlos Urzaiz Jiménez, no es menos ilustrativo de las tradicionales reuniones cafeteras.

Por su parte, José Martí irremediable bebedor de café desde muy joven, apuntó con magisterio: “El café me enardece y alegra, fuego suave, sin llama y sin ardor, aviva y acelera toda la ágil sangre de mis venas. El café tiene un misterio comercio con el alma: dispone los miembros a labatalla y a la carrera limpia de humanidades en el espíritu; aguza y adereza las potencias; ilumina las profundidades interiores, y las envía en fogosos y preciosos conceptos a los labios; dispone el alma a la recepción de misteriosos visitantes y a tanta audacia, grandeza y maravilla”

Es casi seguro que la afición por el café haya emigrado del centro hacia locales más refinados en el Norte de Mérida, donde la elegancia no suple el ambiente de cenáculo o de reuniones políticas con los amigos, puesto que al prolongarse demasiado un cenáculo sin consumir tanto café, en virtud de los elevados precios de venta, el mesero merodea discreta o indiscretamente alrededor de la mesa, recoge las tazas y pasa un paño como insinuando que la inaplazable hora de partir ha llegado. Pero el café, al menos en estas tierras y en otras como La Habana o Caracas, tiene una vocación más gremial, de conversación y camaradería e incluso de encontrados debates. Por eso José Martí cuando estuvo en prisión a los 16 años, escribió a su madre una nota donde le indica: “Estoy preso. pero nada me hace falta, sí no es de cuando en cuando 2 ó 3 reales para tomar café. Sin embargo, cuando se pasa uno sin ver a su familia ni a ninguno de los que quiere, bien puede pasarse un día sin tomar café”

Tal sentido de la conversación, la confraternidad o la discusión inherentes a las tertulias de café que se añoran, seguramente no regresarán, por lo que para evocarlas con más belleza que nostalgia recuerdo el párrafo de una carta del Apóstol cubano a su camarada mexicano Manuel Mercado, donde anotó: “. El cafetal me seduce, y pienso que, si saberlo tomar fuera saberlo cultivar, usted y yo seriamos excelentes cafeteros.

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