Editorial La Revista Peninsular
A escasos días de iniciar las campañas electorales, no
deben sorprender a nadie los cambios observados en el escenario político
mexicano. Si bien, la lealtad es un valor indispensable para quienes se
desempeñan en el servicio público, no se debe ignorar que las personas e
instituciones son susceptibles a transformaciones, lo cual necesariamente
conlleva a reflexionar sobre si continuar o no dentro de un partido. En México
existen varias opciones partidistas, lo cual permite contar con distintos
enfoques del espectro político; sin embargo, surge la duda sobre qué tanto se
puede “cambiar de camiseta” antes de quedar como un individuo sin convicciones
ante la ciudadanía.
En este sentido, uno de los casos más recientes es la
presentación de Manuel Andrade Díaz como candidato del PRD al municipio de
Centro, Tabasco. El exgobernador Andrade fue un ávido priista durante su
carrera profesional e incluso un estandarte de esperanza para este partido al
conseguir la única victoria tricolor en la histórica jornada electoral del
2000.
De hecho, este triunfo fue de tal importancia para el
Revolucionario Institucional que Manuel Andrade es una de las pocas personas
las cuales pueden afirmar que su partido les debe más de lo que ellos le deben
a este. Tan es así que, según el exgobernador, el PRD no le exigió renunciar a
su militancia priista y el PRI, en reconocimiento su legado y aportaciones,
tampoco hizo reproches por su presentación como candidato del partido del sol
azteca.
Esto hace que nos demos cuenta de la necesidad de un
espacio para el desarrollo personal en el entorno político, a pesar de lo
imprescindible que puede ser la lealtad en el mismo. Como ciudadanía debemos
reprochar la “lealtad a ciegas” pues ha sido utilizada a lo largo de la
historia como excusa para cometer actos atroces en contra de la humanidad,
además de que limita el crecimiento de nuestros políticos pues de forma natural
sus opiniones y objetivos atravesarán modificaciones conforme a sus
experiencias de vida.
De igual manera, los partidos políticos sufren cambios
durante su existencia los cuales, dependiendo de su dimensión, pueden modificar
los principios o proyectos que le dan sustento. Por esto, sería justificable
que un militante renuncie a su partido si este deja de coincidir con sus
convicciones. Afortunadamente, en México hay diversas opciones políticas las
cuales engloban distintas posturas sobre cómo debe conducirse el Estado,
entonces los ciudadanos pueden elegir la que se adapte mejor a sus intereses e
ideales.
Es una situación distinta la que se presenta, por
ejemplo, en Estados Unidos pues en esta nación únicamente existen dos opciones:
el Partido Demócrata y el Partido Republicano. Esto implica que los
estadounidenses quienes tengan posturas centristas deberán, a la hora de emitir
su voto, escoger una opción con la cual solo se identifican parcialmente;
entonces, podría alegarse que se vulnera su derecho a ser representados en los
órganos públicos, por lo menos desde una perspectiva política mexicana.
Una vez explicado que es válido cambiar de partido
político ya que los procesos naturales en el desarrollo de las personas e
instituciones provocan que los individuos reconsideren sus ideales y los
partidos sean sujetos a modificaciones, surge la duda sobre qué tanto puede
alguien “cambiarse la camiseta” antes de desprestigiar el sistema. A bote pronto,
se propone que cada caso habría de ser analizado individualmente, pues las
condiciones, pensamientos y aspiraciones de las personas varían. No obstante,
la constante es que, al final del día, la ciudadanía determina con su voto si
estos cambios de militancia fueron percibidos como actos de convicción u
oportunismo.
