Finalmente se cumplió el plazo, más bien habría que decir que literalmente se agotó. El mes de abril fue la última oportunidad: España tendrá nuevamente elecciones generales en junio de este año porque en los comicios de diciembre pasado ninguna fuerza política tuvo mayoría suficiente en el Congreso para formar gobierno.
Ninguna tuvo la capacidad política para construir un gobierno de coalición y derivado de ello, en uso de sus facultades constitucionales, el Rey Felipe VI tendrá que disolver las cortes y convocar a nuevas elecciones. Como diría el gran Joaquín Sabina: ¿Quién le robó a España el mes de abril?
Lo interesante en términos del análisis es que los nuevos comicios no garantizan que un solo partido consiga el número de escaños suficiente para formar gobierno el próximo mes de septiembre.
En un sistema presidencialista como el mexicano, por ejemplo, Mariano Rajoy, del Partido Popular, habría sido reelecto automaticamente jefe de gobierno al obtener la mejor votación.
Sin embargo, en España, por tener un sistema parlamentario, las cosas no funciona así y, contradictoriamente, el líder del PSOE, Pedro Sánchez, tuvo en un momento en sus manos la posibilidad de alcanzar el poder, aun cuando éste haya sido el peor resultado que han tenido los socialistas en su historia.
Sánchez desperdició dos veces la oportunidad de consolidar la coalición, aunque lo más lógico es entender que los partidos Ciudadanos y Podemos no quisieron que esto realmente sucediera.
El asunto radica en que todo este fallido proceso de investidura no sólo ha derivado en una crisis política, sino que sirve también, y mucho, para que la sociedad española norme nuevos criterios respecto de la actitud y comportamiento de sus partidos políticos y sus líderes.
Visto así, independientemente de la situación económica y social en España, que en teoría es el primer parámetro desde donde el ciudadano se rige para sufragar, ahora tendrá que considerar a la hora de elegir, el hacer el juicio respectivo a los partidos.
No queda ninguna duda que durante este tiempo las negociaciones para formar gobierno, han dejado al descubierto muchos aspectos que desnudan en lo más íntimo las motivaciones de los líderes de los principales partidos políticos. Como ejemplos están la ambición incontrolable de Pedro Sánchez y el radicalismo de Pablo Iglesias, que en todo caso fueron argumentos para boicotear el auténtico mandato ciudadano.
Como conclusión podemos afirmar que unos estaban más preocupados por la repartición de los ministerios y no por los contenidos programáticos de una propuesta de gobierno conjunta y consensada.
Sin embargo, a pesar de estos antecedentes, la siguiente votación puede reflejar resultados similares a la anterior, lo cual supondría que otra vez sea necesario un debate de acuerdos.
Pero como lo que nunca sucedió fue eso, el establecimiento de acuerdos de gobernabilidad, no se puede descartar que la situación se repita y eso mantenga el estado de las cosas tal como está en este momento.
Si bien se podría decir que en España se acabó el bipartidismo, también valdría la pena apuntar que eso hasta ahora no significa ningún avance, sino por el contrario, da la impresión de que la coyuntura sólo ha favorecido la polarizacion, un incremento de las diferencias políticas.
En España hay una crisis que no sólo es económica, aunque esa sea la peor parte del todo; adicionalmente la hay en términos de credibilidad respecto del comportamiento de los políticos.
No es cosa menor la profunda discusión en cuanto a la independencia de Cataluña que ha provocado que se ponga en tela de juicio el sistema vigente y se proponga otro de corte federal.
Cada partido político tiene su propia visión de estos conflictos, preceptos y argumentos, en algunos casos coincidentes y en otros definitivamente contradictorios, pero en ello nadie da hay una señal de flexibilidad y se observa una enorme discrepancia.
Es como si estuviéramos hablando de muchas Españas, porque más allá de su multiculturalidad y expresiones, hoy la posición de los políticos está fomentando y tal vez, intencionalmente, un divisionismo más profundo en la sociedad.
Con estos antecedentes lo que se vislumbra son principalmente dos opciones: una en la que los españoles desilusionados de incentivar una mayor participación de liderazgos se inclinen por una estabilidad ya conocida, votando para que el Partido Popular alcance mayoría y se termine con esta discusión bizantina.
La otra es que mantengan los equilibrios entre las fuerzas, de hecho como lo han calculado Podemos y Ciudadanos, que apuestan a ello para fortalecerse y cobrar mejores réditos para sus causas.
Que eso provoque que necesariamente los partidos se tengan que poner de acuerdo para formar un gobierno, donde la coalición infiera la inclusión de políticas promovidas por varios partidos.
Independientemente de predicciones y de lo que suceda, queda claro que no es el modelo el que está fallando, sino son los liderazgos políticos los que no atinan a traducir el sentimiento popular, que es al final de cuentas, el motivo que dio pie a esta situación.
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