Cultura, por: Francisco Solís Peón.
Algunos tenemos la enorme fortuna de no sentirnos claustrofóbicos en nuestras casas, recuerdo mis épocas en la Ciudad de México cuando tenía que vivir en un cuarto de quince metros cuadrados y con un baño compartido con todo el piso, ante la imposible movilidad no queda más que valorar mucho lo que se tiene y agradecerlo al creador.
Ahora entiendo a los integrantes enclaustrados del clero regular, desde los casos extremos como los Cartujos o los más relajados como los Franciscanos, y si bien encierro es encierro, no es lo mismo una lata que una pecera y mucho menos una jaula que un jardín.
La maravilla que deben de ser los estados contemplativos en los conventos, los largos corredores, las celdas ascéticas, los comedores pintados del mismo color que la vestimenta de los comensales, que pueden hablarse o no pero se sienten el uno al otro en el mismo trance.
Si se trata de recomendar algo para leer en nuestro claustro personal hay que comenzar con “El nombre de la rosa”, de Umberto Eco.
No puedo pensar en algo más interesante y folclórico que un policía medieval enfundado en hábito de monje.
La forma magistral de la estructura de la novela nos transporta a lo que era la vida en los conventos de la época, maitines, ángelus, rezos vespertinos, mientras que al mismo tiempo surgen las interrogantes que harán las delicias del lector ¿Realmente existe el libro perdido de Aristóteles y si es así dónde está? ¿Qué papel juega la Inquisición en todo esto? Y por supuesto ¿Quién es el asesino?
Sin embargo para los más ortodoxos está la imprescindible obra poética de Sor Juana Inés de la Cruz.
Tengo en mis manos un librito editado por Novaro que según la dedicatoria lo adquirió mi abuelo hace exactamente 60 años, es una breve pero sustanciosa antología de la obra de Juana de Asbaje y representa lo más granado de la inmortal escritora.
Si bien es cierto que Sor Juana fue utilizada como estandarte por todo el feminismo chabacano de los años setenta (“la compañera” María Esther Zuno primero, y Margarita López Portillo después), ya no puede leerse a Sor Juana desde una perspectiva política, sino puramente literaria, aunque resulte muy divertido andar cazando mensajes de crítica social entre sus poemas.
A la dama de Asbaje hay que leerla precisamente desde la contemplación de su interior y de su entorno. La vida en el claustro, el cultivo del alma, el roce con la aristocracia, son los caminos concurrentes que desembocan en liras, sonetos, redondillas, décimas y demás delicias de los bibliófagos.
Por fortuna el feminismo actual ha dejado en paz a Sor Juana, tal vez porque las reivindicaciones ya son otras muy distintas, tal vez por considerarla cursi, elitista o timorata, tal vez por ignorancia pura, no sé pero lo de: “Hombres necios que acusáis a la mujer sin razón, sin ver que sois la ocasión de lo mismo que culpáis”; simplemente no tiene cabida en una sociedad donde las que normalmente acusan son ellas (claro, con razón y mucha pero no siempre).
Y aquello de “¿Cuál es de más culpar, aunque cualquiera mal haga, la que peca por la paga o el que paga por pecar?
Aquí sí que me perdone Doña Juana Inés de Asbaje y Ramírez de Santillana, lo que no comprendía a los nueve lo entiendo ahora: Sobre el particular nadie hace algo malo ni merece culpa alguna (ni siquiera legal en circunstancias “normales”)
Me quedo mejor con el eterno dilema existencial que renace periódicamente en las cuarentenas:
Si es para vivir tan poco, ¿para qué saber tanto?