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¿Se equivocan las encuestas?

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Por: Pascal Beltrán Del Río.

Para lo erradas que estuvieron en 2012,
las encuestas han tenido una atención desproporcionada en la presente campaña
electoral. Buena parte del análisis y la discusión de los propios candidatos ha
tenido que ver con lo que dicen y hasta con lo que no dicen los sondeos.

Aquellos que hace seis años se quejaban
de las encuestas afirmando que estaban “cuchareadas”, hoy las utilizan como su
principal instrumento de proselitismo y supuesta prueba de que su opción
política será la más votada el 1 de julio, cuando aún faltan menos de 80 días
para que se abran las casillas.

Pareciera que es más importante tener ventaja en las
encuestas que contar con propuestas sólidas para convencer al electorado de la
conveniencia de determinada candidatura.

Pocos hacen hoy los matices que tendrían
que acompañar cualquier encuesta: ésta recoge intenciones de voto al momento,
que no necesariamente se reflejan en las urnas; quienes dan su opinión en un
sondeo no siempre acuden a votar, y las empresas demoscópicas tienen un récord
que, en tiempos recientes, está lejos de la perfección.

Todavía se recuerdan los comentarios de
la mayoría de los especialistas en opinión pública en la víspera de las últimas
elecciones presidenciales en Estados Unidos: según ellos, no había manera de
que Donald Trump llegara a la Casa Blanca.

En su defensa, los encuestadores dicen
que atinaron al triunfo de Hillary Clinton en la votación a nivel nacional (el
llamado voto popular). Eso es cierto. Sin embargo, la equivocación vino en los
estados que dieron el triunfo a Trump en la lógica del sistema de Colegio
Electoral.

Estados como Michigan, donde cinco de
seis casas encuestadoras, citadas por el sitio Real Clear Politics, daban una
ventaja de hasta seis puntos porcentuales a la candidata demócrata cuando ya
había comenzado el mes de noviembre (las elecciones tuvieron lugar el día 8).
El resultado final: Trump ganó en Michigan por 0.36 puntos y se llevó los 16 votos
electorales que corresponden a ese estado.

Otro ejemplo de disparidad entre las
encuestas y los resultados electorales son los comicios de gobernador en el
Estado de México, el año pasado, donde se pronosticaba un “final de fotografía”
entre el priista Alfredo del Mazo y la morenista Delfina Gómez, que no se
materializó.

Y veamos lo que acaba de pasar en la
elección presidencial de Costa Rica, donde los pronósticos –basados en sondeos–
fallaron de forma monumental. Hay que tomar en cuenta que Costa Rica tiene 3.2
millones de electores, un poco menos de los que tiene el estado de Nuevo León.
Y el país centroamericano, con sus 51 mil kilómetros cuadrados, cuenta con una
superficie ligeramente inferior a la de Campeche.

Pues ahí, la principal casa encuestadora
del país, Opol, tenía al predicador evangélico Fabricio Alvarado al frente de
la contienda, con 12 puntos de ventaja sobre el oficialista Carlos Alvarado,
cuando faltaban apenas dos semanas para la celebración de la segunda vuelta de
los comicios, el domingo 1 de abril.

Pero llegaron los comicios, el conteo y
los resultados: Carlos Alvarado, quien siempre estuvo a la zaga en las
encuestas, barrió a su oponente en las urnas y se convertirá el próximo 8 de
mayo en el 48º Presidente de Costa Rica. Ganó con casi 61% de los votos,
dejando a su contrincante en 39%.

¿Qué pudo haber pasado en Costa Rica
para que una ventaja de 12 puntos se transformara, en cosa de 15 días, en una
desventaja de 42 puntos?

Desde luego, debe considerarse que la
elección costarricense se polarizó y seguramente muchos electores al final le
dieron la espalda al radicalismo del predicador Fabricio Alvarado, pero los
encuestadores aún tienen que explicar los números.

En su defensa, muchos encuestadores han
sostenido que ellos no hacen oráculos y tienen razón. Pero entonces es un error
tomar los resultados de los sondeos como un vaticinio de lo que decidirán los
electores en las urnas.

Es necesario advertir a los ciudadanos
de las discrepancias que con frecuencia se dan entre las encuestas y los
resultados electorales. Que ningún candidato puede darse por triunfador
mientras el cómputo de los votos no diga quién ganó.

Por lo mismo, transformar las encuestas
en tema central de discusión de una campaña, como ha sucedido en México, es un
error.

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