Tiene 105 años, está lúcida, y es una de las pocas sobrevivientes del círculo íntimo de los dirigentes nazis que segó brutalmente las vidas de millones de personas durante la Segunda Guerra Mundial
Quizás porque le queda muy poco por delante, Brunhilde Pomsel, una de las secretarias del ministro de propaganda Joseph Goebbels, ha decidido romper su silencio y ofrecer su testimonio en A German Live, un documental que se ha estrenado en el festival de cine de Munich y recoge el resumen de 30 horas de conversación con ella.
“En el poco tiempo que me queda- y espero que me queden meses y no años- mantengo la esperanza de que el mundo no se ponga patas arriba como entonces”, dijo Pomsel, en una entrevista en el diario británico The Guardian. “Aunque han sucedido otras cosas horrorosas también, ¿no cree? Me siento aliviada porque nunca tuve hijos por los que preocuparme”, asegura.
Pomsel asegura que su decisión de hablar ahora no proviene de un cargo de conciencia.
Ella simplemente no se siente culpable. Su trabajo, asegura, consistía en alterar las estadísticas de los soldados caídos y exagerar el número de violaciones de mujeres alemanas por parte del Ejército Rojo, “Un trabajo de oficina más”, afirma.
Sobre aquellas personas que aseguran que se hubieran rebelado contra el régimen nazi de haber conocido las atrocidades que se cometían contra los judíos, la anciana piensa que “pueden ser sinceras, pero creo firmemente que la mayoría no lo hubiera hecho”.
El país, dice, “parecía estar bajo la influencia de un hechizo. Sé que nadie nos cree, porque la gente piensa que lo sabíamos todo, pero no sabíamos nada. Todo estaba bajo secreto”.
Recuerda que le entregaron el expediente del caso de la activista antinazi Sophie Scholl, del movimiento de resistencia Rosa Blanca. Scholl fue ejecutada por alta traición en febrero de 1943 después de distribuir folletos contra la guerra en la Universidad de Munich.
“Uno de los asesores especiales de Goebbels me pidió que lo pusiera en la caja fuerte, y no lo mirara. Así que no lo hice, y estaba bastante satisfecha conmigo misma porque él confiaba en mí, y mi entusiasmo por honrar esa confianza era más fuerte que mi curiosidad para abrir ese archivo”, admitió.
Pomsel recuerda a Goebbels y a su mujer Magda como una familia “educada, que siempre nos saludaban”, aunque admite que durante el día ella y las otras cuatro secretarias no veían lo que hacía en el despacho. “Siempre sabíamos cuando llegaba a la oficina, pero no lo volvíamos a ver hasta cuando se marchaba”, explica.
Su aspecto era tan cuidado, que parecía que se hacía manicure en las manos, recordó. “No había nada que criticarle”. Sin embargo, en una ocasión lo vio pronunciar un discurso en vivo, durante el cual el hombre correctísimo se convirtió en “un enano enfurecido. Es difícil imaginar un mayor contraste”.
Cuando el apartamento que Pomsel compartía con sus padres quedó destruido en un bombardeo, Magda le regaló un traje de seda azul. “Nunca, ni antes ni después, he tenido algo tan elegante. Ambos eran muy agradables conmigo”, contó.
La anciana rechaza admitir que fue ingenua a la hora de creer que, por aquel entonces, los judíos “desaparecidos” estaban siendo enviados a las aldeas de los Sudetes para repoblar aquellos territorios. Entre ellos estaba su amiga judía Eva Löwenthal: “Nos lo creímos- nos lo tragamos-. Y fue totalmente creíble”.
Pomsel estuvo en el refugio subterráneo de Hitler, el Fuhrerbunker, durante las horas finales del líder nazi. Allí supo que Goebbels y su esposa se habían suicidado, quitándoles las vidas a sus hijos. “Nos quedamos sin habla”.
Con otras mujeres crearon una bandera blanca de sacos de harina para presentar su rendición ante las tropas rusas. Así salvó la vida pero fue enviada a prisiones rusas en las cercanías de Berlín durante cinco años. De ese período sólo comentó: “No fue un lecho de rosas”.
Sin embargo, Pomsel pudo rehacer su vida después y trabajó como secretaria ejecutiva muy bien pagada hasta su retiro en 1971.
En 2005, cuando se inauguró un monumento a las víctimas del Holocausto en Munich, acudió a preguntar por su amiga Eva Löwenthal.
Un hombre buscó en los registros y pronto la localizó. Había sido deportada a Auschwitz en noviembre de 1943, y declarada muerta en 1945.
“La lista de los nombres de la máquina en la que la encontramos simplemente siguió rodando sin parar hacia abajo de la pantalla,” dice pensativa.