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José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

Han pasado 60 años desde que en octubre de 1968 el gobierno mexicano ordenó la masacre de estudiantes en Tlatelolco porque se atrevieron a protestar por los abusos del régimen hegemónico.

El autoritarismo, que prohibía los conciertos de rock o que los partidos opositores tuvieran registro para participar en elecciones libres y democráticas, tampoco dejaba en manos de la sociedad la toma de decisiones más relevantes del país.

Era la época de las empresas del Estado, cuando todos robaban a manos llenas a costas de las paraestatales más ineficientes para producir, pero extraordinariamente capaces para crear nuevos ricos, todos políticos de supuesta izquierda, a costilla de las pérdidas absorbidas por el gobierno.

Era presidente Gustavo Díaz Ordaz y su secretario de Gobernación, Luis Echeverría, no resistieron las críticas de su actuación intolerante y la primavera de Praga contra el régimen comunista les dio pánico. Por eso, creyeron que se justificaría aplastar la rebelión, la queja, la protesta por su mal gobierno.

Tres años después, ya presidente Echeverría se repetiría la misma medicina: el “halconazo” o la masacre del Jueves de Corpus el 10 de junio de 1971 cuando una partida paramilitar del gobierno mató a los estudiantes quienes apoyaban la autonomía de la Universidad de Nuevo León.

El conflicto causó la renuncia del gobernador Eduardo Elizondo pero mientras en Nuevo León las cosas se tranquilizaron en la capital del país se decidió seguir la protesta porque había demasiados pendientes y también para probar al régimen de Echeverría.

En el Casco de Santo Tomás inició la marcha que se encontró con bloques policiales y militares. Los halcones, paramilitares que llegaron en camiones de granaderos, atacaron a los jóvenes con palos de kendo, varas de bambú y porras que resultaron inútiles.

En el contraataque ya hubo armas y aunque presente, la policía no intervino en la balacera y más de 120 jóvenes fueron rematados incluso en hospitales. Jorge Callejas, un niño de 14 años estuvo entre las víctimas.

Echeverría culpó al regente capitalino Alfonso Martínez Domínguez y responsabilizó a los jóvenes de tener brigadas de extremistas. Fue hasta 1977, ya con López Portillo, cuando hubo amnistía para presos políticos y desaparecieron las guerrillas como la Liga 23 de septiembre o la de Genaro Vázquez.

Echeverría había dejado el país en ruinas por lo que López Portillo anunció con euforia la aparición del pozo Cantarell en la Sonda de Campeche para romper el bloqueo económico internacional y lograr nuevos créditos a pesar de la enorme deuda externa vigente.

Rotos los principios económicos, la fuga de capitales escaló y así López Portillo nacionaliza la banca sumiendo al país es una de sus peores crisis económicas mientras critica a los empresarios y los acusa de no ser nacionalistas.

Con Miguel de la Madrid la inflación llegó a 4 mil 30 por ciento con precios que cambiaban durante el día y una devaluación del 3 mil 100 por ciento. Eran las consecuencias del populismo de dos sexenios anteriores de despilfarro económico y de corrupción. De créditos nunca usados en obra pública y de saqueo de las paraestatales y de Pemex. Poco ha cambiado.

La crisis que vendría por los temblores de 1985 dejó pasmado al gobierno que tardó semanas en reaccionar y ahí la sociedad civil logró hacerle frente a la contingencia.

En el 88 se cobraría la factura, pero el fraude apareció en la figura de Carlos Salinas y el operador Manuel Bartlett lo llevó a Los Pinos. Bartlett disfrutó ese sexenio: secretario de Educación y gobernador de Puebla.

Hasta esta época no hay crítica de Andrés Manuel y seguía militando en el PRI. Esos eran los días en que era priista y se afilió a ese partido a pesar de todo sólo buscando su participación en la política.

El que finge ser de izquierda es él, el que finge ser antisistema es él, el que finge ser congruente es él.

Es imposible defender a los sexenios de Fox y su desperdicio, de Calderón por su ausencia de cambio, de Peña por la frustración de sus actos, pero López Obrador no es una opción de cambio para gobernar este país. Él es el más priista en las boletas.

El rencor social, la frustración de muchos tendrá expresión insana si se consolida ese proyecto.

México no quiere ver que Andrés es demagogo, es incongruente, es quien ha enfrentado a la sociedad dividiéndolas entre buenos y malos y terminaría reeditando un pasado que ya le costó mucho al país y es corresponsable de nuestra actualidad.

No sé por quien votar, pero sí se que no lo haré por López Obrador. Sus actos hablan más de quien es que lo que ofrece y eso que sus compañeros de viaje él mismo los ha demeritado. No quiero un México de un solo hombre, eso ya lo sufrimos.

José Francisco Lopez Vargas
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