Por Jordy Abraham
México es un país con una extensa diversidad. Es verdad que la geografía nacional nos regala paisajes vistosos y que la fauna es cuantiosa, al igual que la flora de nuestro suelo. También es cierto que las raíces milenarias de los pueblos indígenas enriquecen la cultura del país. Los ríos, lagos y mares son uno más de los atributos con los que cuenta nuestro país. En fin, las bondades propias de México son prácticamente innumerables. Sin embargo, el mayor activo que tenemos como nación, son precisamente los mexicanos. Personas que se distinguen por ser trabajadoras y con un profundo respecto a los valores familiares.
En adición a las cualidades antes expuestas, en México hay mucho talento, que debe ser apreciado y potencializado. Nos caracteriza el ingenio, como lo demuestra Guillermo González Camarena, quien inventó la televisión a color. Portamos el orgullo y la pasión en todo lo que hacemos, lo cual se ejemplifica en la exitosa carrera de Hugo Sánchez Márquez, con triunfos en el fútbol mundial que le costaron arduo esfuerzo. Hay gente con una vocación auténtica por el estudio de las ciencias, como el caso de Mario Molina-Pasquel y Henríquez, cuyos descubrimientos relativos a los cambios en la capa de ozono le han valido reconocimientos a nivel internacional. Del mismo modo hay figuras destacables en lo cultural, como el yucateco Armando Manzanero Canché, famoso alrededor del mundo por sus composiciones.
En sentido amplio, son muchos los mexicanos que han sido determinantes para el rumbo de la era contemporánea. Tal vez el problema es que nos hace falta conocer sus historias inspiradoras y aprender de su legado. Es incuestionable que hay talento en nuestro país. No obstante, gran parte de quienes cuentan con estas virtudes excepcionales, suelen emigrar al extranjero en busca de oportunidades. En síntesis, hay semillas preparadas para germinar, pero las condiciones del campo parecen no ser las ideales. Considero que es un tema de percepción, ya que actualmente hay múltiples programas gubernamentales a nivel local y federal, que apoyan el emprendimiento y la innovación. En el mismo orden de ideas, hay un fuerte impulso hacia la promoción del deporte y las actividades culturales.
Ahora bien, parece ser que el sector empresarial es el que todavía no se ha convencido de la imperiosa necesidad de propiciar el cultivo del talento mexicano. En consecuencia, los hombres y mujeres dotados, prefieren emigrar a otros países ante los bajos sueldos ofrecidos en las empresas nacionales. A este fenómeno se le conoce como fuga de cerebros. La paradoja se incrementa al observar que corporativos extranjeros como Volkswagen, han invertido en Puebla, depositando su confianza en los trabajadores mexicanos. Desde mi punto de vista, nos urge aprender a apreciar el talento mexicano, para generar un entorno solidario de crecimiento conjunto. Así, el éxito será compartido cuando alcancemos estándares mundiales privilegiados en materia de competitividad.
México es una de las veinte economías más grandes del mundo. Con el potencial que tenemos podemos construir un mejor porvenir, pero hace falta organización y sentido visionario. El Estado debe continuar con su compromiso por otorgar oportunidades de desarrollo para quienes así lo merezcan y lo busquen. Los empresarios deben atreverse a invertir más en tecnología, capacitación e innovación. Los individuos debemos profesionalizarnos y adquirir habilidades blandas como la comunicación efectiva y el liderazgo.
La gestión del talento se traduce en una sociedad más sólida económicamente, con un crecimiento sostenido, pero sobre todo, con mayor cohesión. La prosperidad no puede limitarse al rubro material o pecuniario, sino que tiene que trascender a los aspectos éticos y axiológicos.
Debemos orientar nuestras cualidades personales hacia un objetivo definido y con enorme responsabilidad. La sapiencia y la habilidad solo son provechosas cuando se emplea para abonar al bien común. En México sobra el talento pero hay que reflejarlo en acciones concretas.