La Revista

Texcaltitlán y la normalización de la violencia

Eduardo Ruíz-Healy
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Por: Eduardo Ruíz-Healy

Diez criminales pertenecientes a la Familia Michoacana y
cuatro habitantes de Texcalitlán, Estado de México, murieron violentamente el
viernes pasado. Este suceso ocurrió cuando los habitantes de ese lugar, la
mayoría campesinos, decidieron no dejarse extorsionar más y se enfrentaron con
machetes y algunas armas de fuego contra los delincuentes que les exigían un
pago de un peso por cada metro cuadrado sembrado.

 

El incidente del viernes fue uno más de los muchos eventos
violentos que ocurren con demasiada frecuencia desde diciembre de 2006, cuando
Felipe Calderón declaró la guerra a la delincuencia organizada.

 

Según un análisis realizado por la ONG Causa en Común, de
enero a septiembre de este año, los medios de comunicación reportaron 5000
atrocidades que resultaron en al menos 10 052 víctimas (es un mínimo porque
muchas notas periodísticas no precisan el número de víctimas). La ONG define
atrocidad como “el uso intencional de la fuerza física para causar muerte,
laceración o maltrato extremo; para causar la muerte de un gran número de
personas; para causar la muerte de personas vulnerables o de interés político,
y/o para provocar terror”.

 

Entre estas atrocidades están las masacres y los
linchamientos, definiendo la primera como el “asesinato de tres o más personas”
y el segundo como la “agresión física cometida por un grupo, turba o multitud
contra una persona que provoca su muerte”.

 

De acuerdo con la ONG, presidida por María Elena Morera y
dirigida por José Antonio Polo Oteyza, en los primeros nueve meses del año
ocurrieron 355 masacres y 17 linchamientos. ¿Qué fue lo que pasó en
Texcalitlán? ¿Una masacre, un linchamiento o ambos en un solo evento?

 

¿Hasta cuándo será noticia digna de comentario lo que
sucedió el viernes? Como en casos similares, dejará de serlo muy pronto debido
a un fenómeno inquietante: la normalización de la violencia resultante de una
exposición constante y, en algunos casos, abrumadora a actos violentos que se
integran en el tejido de nuestra vida cotidiana. La violencia ha alcanzado
niveles alarmantes y los actos violentos se repiten tanto que dejamos de
percibir su gravedad, y lo que una vez sacudía los cimientos de nuestras
comunidades ahora se recibe con una resignación inquietante.

 

Este fenómeno no se limita a las zonas afectadas
directamente por la violencia; se extiende por todo el país a través de los
medios de comunicación y las redes sociales, donde la representación frecuente
y sensacionalista de la violencia crea una percepción alterada de su
prevalencia y gravedad.

 

La violencia cotidiana afecta a la sociedad mexicana en su
conjunto y socava los fundamentos de nuestra cohesión social y salud mental. La
normalización de la violencia es un síntoma de una sociedad que necesita
desesperadamente soluciones efectivas que, hasta este momento, no se ven.

 

La violencia no es, ni nunca debe ser, la norma. Como
sociedad, debemos resistirnos a la tentación de aceptarla como parte de nuestra
vida diaria y trabajar activamente para desmantelar este fenómeno, reconociendo
su existencia y enfrentándolo con las herramientas de la justicia, la educación
y la rehabilitación. Solo entonces podremos esperar restaurar un sentido de
seguridad y paz en nuestras comunidades.

 

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