El periodismo es hoy en día uno de los oficios más peligrosos que existen en México. Desde hace ya varios sexenios las mujeres y los hombres que viven de la labor periodística ponen, en muchas ocasiones, en juego su integridad física con cada nota, columna, fotografía, reportaje o artículo publicado. Por lo tanto reflexionar sobre lo que significa en nuestro país ser periodista en estos días resulta necesario. Es un ejercicio que se hace de manera regular a través de los medios de comunicación, la academia o las redes sociales, pero en pocas ocasiones se hace a través de productos de ficción audiovisual. Por ello creo que la aparición de Tijuana en la parrilla de Netflix es algo para celebrarse. Estamos ante una serie que permite que el espectador reflexione sobre el quehacer periodístico y entienda las dimensiones e implicaciones por las que hoy atraviesan los periodistas mexicanos.
No es ninguna casualidad que los creadores de la serie, Zayre Ferrer y Daniel Posada, hayan decidido centrar su narrativa en la historia de un medio de comunicación de una ciudad tan compleja como lo es Tijuana. Una ciudad cuya dinámica está marcada por su situación geográfica y la interacción que tiene con los Estados Unidos y que ha sido contada con originalidad y valentía por sus periódicos y revistas destacando sin lugar a dudas el Semanario Zeta, en cuya historia se sustenta en gran medida el ficticio Frente Tijuana la revista semanal en la que trabajan los protagonistas del programa. Las similitudes son muchas partiendo del asesinato de uno de los fundadores del Frente, Iván Rosa (Roberto Sosa),quien muere a manos del colaborador de un político y excéntrico dueño de casinos llamado G. Muller (Rodrigo Abed), tal y como sucedió con el fundador de Zeta Héctor “El Gato” Félix Miranda cuyo crimen fue a manos de dos guardaespaldas de Jorge Hank Rhon a quien nunca se le reconoció como el autor intelectual del artero homicidio. Una historia verídica que sustenta a la ficción y por lo tanto le brinda de un sólido cimiento de credibilidad.
El crimen de Rosa es uno de los puntos de partida de Tijuana, el otro es el asesinato de un candidato a la gubernatura de Baja California del cual es testigo una joven periodista llamada Gabriela Cisneros (Tamara Vallarta) quien a partir de entonces se integrará al equipo del Frente Tijuana para indagar en las razones por las que el candidato fue asesinado. Se forma entonces un equipo de trabajo liderado por el experimentado Antonio Borja (Damián Alcázar) cuya intachable ética de trabajo es lo que ha sostenido al medio ante los embates tanto de políticos corruptos como de los capos del narco. A Borja le acompañan un grupo de personajes que hacen del Frente Tijuana un oasis para el periodismo de investigación. A partir de ahí, toda la serie se convierte en una mirada a la intimidad de una redacción que es, ante todo, un retrato de lo que debe ser una buena práctica periodística, una mesa en la que sus integrantes hacen las preguntas pertinentes para llevar a cabo su labor siempre en el marco de un comportamiento ético que busca alejarse económicamente del poder político para así poder mantener una independencia editorial que a su vez se traduzca en lectores informados con la mayor veracidad posible. Todo en el medio de un contexto de alto riesgo provocado no solamente por los intereses políticos y económicos que se van tocando conforme la investigación avanza, sino también por el enorme peligro que representa la relación que esos intereses tienen con el despiadado crimen organizado. Eso sin dejar a un lado las vidas personales de los trabajadores del semanario y como éstas son tocadas inevitablemente por su oficio.
Tijuana es una serie necesaria. Lo es aún más en un país que no ha podido desde hace ya varios años parar la violencia que se ejerce en contra de quienes cuentan su historia diariamente. Presentada en su forma como un apasionante thriller, en el fondo confronta al espectador con una realidad cruda y brutal que le lleva a preguntarse si aún es posible encontrar periodistas que vayan tras los hechos armados solamente con el escudo de su propia ética para acercarse no a la objetividad inexistente en el periodismo sino a la honestidad que es indispensable para el éxito de su labor.
Un logro.