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Trata a los/as Demás…

Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares. 

Trata a los/as Demás…
Indignación ante Tantas Muertes

Imagina
que pudiéramos reducir el derecho a uno solo: el Derecho a Ser Humano. ¡Me
gusta!, ¿Te encanta? ¿Nos importa?… Perdón, las benditas redes…

Vamos
punto a punto. Derecho, a pesar de lo que lo complicamos algunos de sus
practicantes, es simplemente lo que va directo sin desviarse o detenerse, lo
recto, lo justo, lo fundado, lo cierto, lo razonable…

Ser es
esa condición de existencia o de tener algo en sí, dentro; se usa, como en este
caso para afirmar del sujeto un atributo.

Humano…
ese quizás es el punto. Ya que quien lo defina tiene esa condición y sabemos
que ponernos de acuerdo ya era difícil y la maldita posmodernidad nos alejo más
de ello. El diccionario lo asemeja a ser racional, pero… no sé, puede llevarnos
a confusiones. Aunque también se refiere a ser sensible o comprensivo, sobre
todo hacia las otras personas.

Y
adoptando eso último, conviene una afirmación, muy de abogados/as, a contrario
sensu. En diversos modos, miles o millones de personas hemos dado por válida la
frase: “trata a los demás, como quieras ser tratado”. Entonces tal vez lo
humano, para cual es aquello que aceptaría recibir de los demás por serlo. Sí,
porque en esa reciprocidad sencilla, no tenemos mucho que discutir: si vale
para mí, vale para las demás personas; si lo considero válido hacia alguna otra
persona, es porque es válido para o hacia mí.

Y
entonces tendría todo el sentido el concepto de utopía, al modo en que Tomás
Moro lo planteaba. Un lugar, cuyo nombre significa que no tiene lugar (aún), ya
que allí la sociedad no hace otra cosa más que aquellas que son humanas. Cada
acción y cada interacción convierten a sus interactuantes en más humanos o
mejores humanos.

Así que
para nada se trata de inhibirnos de actuar porque pudiera pasarnos lo mismo,
sino al contrario, de hacer todo aquello mejor nos ponga en la condición de ser
humanos, uno mismo y con cada persona con la que interactuemos cada vez.

Hoy,
siendo tercera semana del mes, comparto unas líneas sobre lo que prefiero
llamar Derechos para Humanos, como una manera de entender mejor lo natural que
debería ser, lo poco efectivo que está siendo y lo necesario de aplicar lo que
comúnmente se llaman derechos humanos.

Hago
algunos apuntes generales y luego trato de aterrizarlo a uno de los casos,
paradójicamente, menos entendibles, el derecho a la vida. Uso intencionalmente
la menor cantidad de términos legales o referencias a leyes, para intentar que
quede a la vista lo que alcanzo a ver, y sobre lo que propongo que podríamos
conversar y, tal vez, hacer algo más.

Llevando
por nombre la palabra derecho alcanza para pintar de complejidad, importancia y
poca probabilidad e que se cumplan. Pero por la palabra humano deberíamos
esperar que sea algo que nos va, que podemos y deberíamos querer tener.
Propongo que el punto de partida tiene que ser el saber si entendemos de qué se
trata.

En un
sentido, sí, podemos verlos como una rama del derecho, y sus planteamientos más
amplios y comentados se plantean como textos al estilo más puro del derecho. Tanto
que hoy ya es felizmente frecuente que se incluyan en las leyes y con ello se
festeje la posibilidad o inminencia de un cambio, que raramente llega. Y cuando
llega, cuando alguien se coloca en la posición de defender un derecho
habitualmente lo hace ante una institución creada por ley, en un proceso de
carácter jurídico y con procedimientos institucionales francamente abigarrados.
Que normalmente acaban, cuando lo hacen, en una respuesta bastante lejana de lo
que la persona afectada necesitaba, en un momento muy tardío, pero en formas
que se escriben y se difunden como si con ello se hubiera cambiado algo en el
mundo.

Para
entender el tema, entonces, tenemos que tomar el significado simple mencionado
para el derecho y poner el sello en lo humano; en el sentido de la isla de
Moro. El contenido de esas formas actuar, serían los derechos que necesitamos
que regulen el actuar de las personas humanas y para hacerles cada vez más
humanas.

Hemos
desarrollado, sin embargo, varias alternativas para perdernos (no ir derecho)
en el camino. Por mencionar dos: las estadísticas y las expresiones públicas.
Ninguna de las dos nos ayudan a ser mejores humanos, aunque ambas pretenden
poner a la vista lo que hace falta para que realmente a algunas o a todas las
personas se nos permita ser plenamente humanas.

Las leyes
y tratados, ni se diga. Baste recordar que tenemos leyes para cientos de
aspectos de la vida, cada vez más con adopciones de los derechos humanos
señalados en tratados, pero ni remotamente sirven para el ejercicio cotidiano
justo de lo que atienden; aunque sí para llenar el trabajo de dos de los
sectores de nuestro gobierno, sin necesidad de que a la población se le
resuelvan los temas mínimos que requieren. Algo importante, que sí está en la
ley y deberíamos tener muy a la vista, es que los derechos humanos son una
responsabilidad del estado frente a la ciudadanía. Pagamos para que los tres
poderes hagan ciertas funciones y quizá la elemental sería que podamos ejercer
esos derechos que difícilmente alguien ejerce o reparar los efectos cuando a
alguien se le han violentado.

Las
estadísticas son bastante odiositas para la mayoría de las personas. Quizá por
ello se han convertido en meros números lanzados desde fuentes cada vez menos
objetivas, ciertas y verificables, para servir como puntos de referencia
superficial, que de tanto usarse nos alejan de esa sensibilidad que sería obvia
y natural al escuchar los porcentajes de violaciones a la dignidad humana que
hay. Sí, porque en vez de mirar, sentir y actuar frente al hecho de que ayer
fue víctima Lucía, hoy Ernesto y mañana puede ser tu hermano, hoy escuchamos,
mascullamos y cambiamos de nota a que ayer eran 23%, hoy 25% y mañana se espera
suba al 27%, pero no creemos estar en ese porcentaje.

Y las
expresiones públicas, aún las mejor intencionadas y las mejor fundamentadas
alcanzan para lo que la atención de quien escucha dure; y cada vez atendemos
menos y entendemos peor. Porque para ser brillante debes citar leyes y números,
que son fuertes antídotos al vicio de atender, y para que quede claro debes
extender el contenido, con lo que cada palabra pide más esfuerzo hasta a la
mente más capaz. Así que dar un buen discurso, hacer un buen “post” o rendir un
informe o escribir un artículo te califica haciendo algo, aunque sea el tiempo
dedicado uno en el que no estás actuando derechos, protegiendo derechos o
protegiendo víctimas, ni tampoco tengas (y en el caso de quien sólo lo hace
porque le pagan por ello, ni importe) que lograr que el mensaje se entienda o
sirva.

¿Entonces?
Los derechos para humanos tienen que ser practicados, fuera de la estadística y
el discurso, y otros distractores, en el micro cosmos que habitamos y ser
exigidos a las autoridades. En el primer caso me refiero al eje del enorme
organizador de todo lo que podemos decir y hacer en este terreno: La Dignidad.

En muy
apretado resumen, la cualidad que nos hace humanos es esa, La Dignidad.
Mientras que las cosas tienen un valor, la naturaleza humana se construye y
valida sobre La Dignidad. Por ello podemos empezar a revisar la claridad,
pertinencia y urgencia de cualquier derecho humano como algo que atenta contra
la dignidad. Y podemos medir el grado en el que estamos en posición de actuar
en favor de los derechos para una persona humana (uno/a mismo u otra) en el
grado en que una situación nos indigna.

Hago una
breve pausa para ejemplificar la claridad de este concepto, y del actuar humano
en pro de personas humanas con el equipo que nació y se consolidó bajo ese
mismo nombre: Indignación, A.C.; que por décadas lucho, hizo y logró, con
personas tan valiosas como mi querida Nancy Walker, y tantas más, para otras
personas y comunidades que vivían situaciones diversas de afectaciones en las
que ya no estuvieron solas, sino que contaron con la solidaridad de este gran
equipo, que ha derivado en muchas otras causas y afortunadamente siguen siendo
parte del haber humano en Yucatán.

Hace
algunas semanas, La Revista Peninsular
tuvo la gentileza de compartir un artículo donde detallo cómo la llamada
resiliencia nos sirve a la vez para pasar de una situación adversa grave a un
desarrollo mayor, pero a la vez se nos ha tergiversado para llevarnos a tomar
como “parte de la vida” una serie de prácticas y vivencias que deberían
mantenernos indignados/as y activas, que no merecemos y por tanto no merece
persona alguna.

Se habla,
y sobre todo se escribe, de generaciones de derechos humanos, oficialmente hay
al menos tres ya, pero se mencionan otras más; pero ¿a qué fin sirve seguir
acumulándolos si aún no hemos logrado que cada persona pueda vivir gozando de
los iniciales. Y entre ellos quizá el más básico, si no importante, podría ser
el de la vida. Ya que sin ella, pues, nada más tendría mucho sentido.

Todo ser
humano tiene derecho a vivir. Sencillo y obvio. Así que fue de lo primero en
plasmarse en los grandes tratados internacionales, que en mucho acentuaron su
importancia frente a los millones de muertes de las guerras mundiales. Y junto
con ello vienen otros como la libertad y la seguridad. Pero detengámonos por
ahora en que vivir no es sólo un acto biológico, que debe preservarse no
matándote, contando con lo necesario para sobrevivir y previendo que no te pase
lo que te mataría como que te maten o que te dejen morir.

Carolina
Torreblanca y Oscar Elton publicaron en Animal Político en diciembre de 2020 un
interesante análisis de la muerte de 374,180 personas en México entre 2001 y
2019, abarcando los 4 sexenios de este siglo. Y con solo mencionar el dato me
imagino de inmediato la reacción habitual y hasta provocada de hallar si
ocurrieron en el sexenio de tal o cual o si es culpa de quien gobierna de quien
lo hizo antes. El hecho es que esa cantidad de personas corresponde a que muera
la mitad de la población de estados como Colima o Baja California Sur. Y en
2020 y 2021 y como vamos en 2022, sigue creciendo el número a velocidades que
no adjetivo para evitar la polarización tan estorbosa.

El caso
es que: Si, obviamente, no fuiste tú, o alguien muy cercano a ti, ¿te indigna
eso? Si llega a pasar con alguien a quien sí conocemos ¿cuál será nuestro
actuar. Tenemos sí, el derecho a exigir a todas las autoridades de todos los
ámbitos de gobierno que hagan el trabajo por el que les pagamos, y muy bien,
para que esto no le suceda a nadie más. Y también conocemos la forma en que
unos y otras responden cuando se dan los números de muertes del día a día…

Veo las
opciones ya conocidas y que, insisto, no nos llevan por el camino recto: hablar
de estadísticas, hacer pronunciamientos o descalificar estar hablando de esto.

Así como
también veo que podemos acentuar la manera de exigir a las autoridades que
tengamos al alcance para que hagan las labores preventivas, de investigación,
de reparación de daño y de castigo que tienen obligación de hacer, y en las que
nos deben océanos de impuestos.

Lo que
estoy tratando de ver es en qué grado podemos alcanzar a indignarnos y
convertir eso en una manera de avanzar hacia esa posibilidad de actuar en conjunto
como humanos frente a lo que pasa enfrente, cerca, en cualquier persona que se
encuentre en riesgo, sólo porque se trata de otro/a ser humano y nos gustaría
que lo mismo hiciera alguien si el caso fuera al revés.

——————————————–
*Jorge
Valladares Sánchez

Papá, Ciudadano,
Consultor.

Doctor en Derechos
Humanos.

Doctor en Ciencias
Sociales.

Psicólogo y
Abogado

Representante de
Nosotrxs, A.C. en Yucatán

Jorge Valladares Sánchez
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