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Tres décadas después, otra oportunidad histórica

Jorge Fernández Menéndez
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Razones, por: Jorge Fernández Menéndez. 

El lunes, mientras el presidente López Obrador en el encuentro bilateral con el presidente Joe Biden hablaba de humanismo y pedía más ayuda de Estados Unidos para los países de América Latina (incluso proponiendo una nueva Alianza para el Progreso, el programa que impulsó a inicios de los 60, John F. Kennedy como una respuesta a la Revolución Cubana), el mandatario estadunidense contestaba que la ayuda que ya proporcionaba su país, en términos globales, era la mayor del mundo, que lo que se requerían eran proyectos productivos e inversiones, y que lo que demandaba en el ámbito bilateral era una acción común para acabar con el tráfico de fentanilo, que ocasiona más de cien mil muertes al año por sobredosis en su país.

Dos visiones confrontadas que, en última instancia, giran en torno al modelo de desarrollo que se quiere impulsar. No se termina de comprender que México no es el vocero ni el interlocutor de América Latina ante Estados Unidos y Canadá. La región tiene su propia dinámica y tiene una relación diferente a la que mantiene México con la Unión Americana y con Canadá. La presencia, por ejemplo, de China en toda América del Sur es mucho mayor a la que la potencia asiática tiene en México y compite con las inversiones y el comercio de Estados Unidos. Un ejemplo, un tercio del comercio de Brasil se realiza con China. Más de 80% del comercio exterior de México es con Estados Unidos, y con China tenemos una relación comercial deficitaria.

Cuando el presidente Biden habla de combatir el tráfico de fentanilo, está hablando también de la llegada de esa droga y de los precursores utilizados para su producción ilegal y se está refiriendo al país de origen, que es China. Cuando en la cumbre que concluyó ayer se habla de la relocalización de negocios y empresas en México, lo que se está proponiendo es que las empresas de Estados Unidos y Canadá que están dejando China, en medio de una guerra comercial, se asienten en México, para profundizar la integración, el comercio, las inversiones y concentrar las cadenas de producción.

Nada de eso se puede entender como medidas aisladas, mucho menos como un capítulo más de una amplia integración latinoamericana. Nunca ha estado en la agenda de Estados Unidos integrar económica y comercialmente toda la región, la visión del patio trasero es muy antigua, pero subsiste. Es verdad que, desde los atentados de 2001, Estados Unidos ha abandonado estratégicamente a América Latina. Ninguno de los gobiernos, republicanos o demócratas, supo entender o leer lo que sucedió y sucede en América Latina, incluyendo México, el país con el que la Unión Americana tiene mayor relación, en todos los sentidos.

En parte fue por simple negligencia o ignorancia política, en parte porque los regímenes de la región se tornaron incomprensibles, sobre todo por la corrupción, para Washington. Como alguna vez explicó Bill Clinton para justificar la escasa ayuda a la región, cuando durante su administración se enviaron centenares de millones de dólares para la reconstrucción de Honduras, y otros países de Centroamérica, luego de un huracán particularmente devastador, los gobiernos locales simplemente se robaron el dinero de la reconstrucción y no hubo beneficio alguno para la gente, al contrario. Algo similar ocurre ahora con Centroamérica y con Haití.

Es probablemente el gobierno de Biden, de las últimas administraciones estadunidenses, el que mayor interés ha puesto en la región. Primero, porque el propio Biden fue encargado en la administración Obama, cuando era vicepresidente, de muchas de esas relaciones. Segundo, por la crisis migratoria. Tercero, porque es obvio que en el contexto de la disputa comercial con China y Rusia, la región está abandonada, hasta límites insospechados durante el gobierno de Trump, y la presencia de esos dos países trascendía ya a sus socios tradicionales: Cuba, Nicaragua, Venezuela y comenzaba a sentirse en otra naciones de la región, particularmente por los lazos que se construyeron durante la década pasada, cuando se intensificaron notablemente el comercio y las inversiones chinas con América del Sur. Cuarto, porque desde el Plan Colombia y la Iniciativa Mérida no hubo una estrategia de seguridad para el tema del narcotráfico, y éste con la crisis de los opiáceos y el creciente comercio ilegal de fentanilo y metanfetaminas, se ha convertido en un tema de la agenda interior de la Unión Americana.

La oportunidad que toda esta coyuntura presenta para México sólo es comparable a la de 1990, cuando se comenzó a negociar el Tratado de Libre Comercio.

En aquella ocasión, durante una gira del entonces presidente Salinas por Europa, el mandatario llegó al foro económico mundial de Davos mostrando la carta de México abierto ante un mundo, sobre todo una Europa, que acababa de celebrar la caída del Muro de Berlín y del campo socialista. En Davos, el presidente Salinas comprendió que no habría recursos para México, que esas inversiones se concentrarían en Europa del Este. Desde Ginebra, durante aquella misma reunión, partió un avión a Washington para retomar una propuesta que México, meses atrás, no había aceptado porque primero tenía que solucionar la crisis de la deuda externa: un tratado de libre comercio con Estados Unidos y Canadá.

Haber aprovechado esa oportunidad cambió el rostro y el futuro del país y de la región. Hoy, estamos ante otra coyuntura muy especial. Y pareciera que la oportunidad se nos está yendo como agua entre las manos.

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