Divorciado de la dirección de su partido y golpeado en las encuestas por
su último escándalo, Donald Trump batalla por superar el momento más crítico de
su carrera electoral, a menos de un mes de las elecciones. Paul Ryan, líder de
los republicanos en el Congreso y un referente ideológico e intelectual de la
formación, anunció ayer que dejaría de hacer campaña con Trump, aunque mantiene su apoyo formal. El empresario aguantó
el tipo en el bronco debate del domingo ante su rival, la demócrata Hillary
Clinton.
Hubo un día, al principio de las primarias, el
pasado mes de enero, en que Donald Trump dijo que podría plantarse en medio de
la Quinta Avenida, disparar a alguien, y ni así perdería votos. Su victoria
aplastante entre los aspirantes republicanos a la Casa Blanca y el hecho de que
nunca se ha alejado demasiado en las encuestas de Clinton, pese a todas las
polémicas en las que se ha visto envuelto, le daban la razón. Le dieron durante
meses la razón.
Ahora,
el constructor neoyorquino afronta una
gigantesca ola de rechazos en el partido al
que representa por el vídeo de 2005 difundido el viernes y en el que, creyendo
que no estaba siendo grabado, habló de forma soez y misógina sobre las mujeres.
Tras
un fin de semana frenético, con decenas de abandonos republicanos, un referente
como Ryan ha anunciado no hará campaña con Trump y se dedicará a trabajar por conservar el control del
Senado y la Cámara de Representantes. Trump replicó en su cuenta Twitter que
“no debería perder su tiempo atacando al candidato republicano”, lo
que muestra lo quebrada que está en estos momentos la formación. Pero Ryan no
le ha retirado el apoyo, como sí han hecho otras figuras del
partido, lo que significa que -formalmente- siendo su hombre para devolver al partido
republicano a la Casa Blanca.
También
sigue siendo el hombre de su número dos, el ultraconservador Mike Pence. El
candidato a vicepresidente condenó las palabras pronunciadas por Trump sobre la
forma de tratar a las mujeres –se jactaba de besarlas sin su consentimiento y
de poder hacer cualquier cosa con ellas gracias a su fama-, pero la actuación
del empresario en el debate del domingo por la noche en San Luis (Misuri) le
reconcilió. “Felicidades a mi compañero Donald Trump por su gran victoria en el
debate. Orgulloso de estar a tu lado”, dijo nada más acabar el duelo. “Ayer
demostró que es un gran ganador”, dijo al día siguiente.
No
es predecible la factura que le puede pasar a la hora de la verdad, en las
elecciones del 8 de noviembre. Ayer, una encuesta elaborada por la cadena NBC y The Wall Street Journal a
lo largo del fin de semana, en plena tormenta por el vídeo, reflejó un fuerte
descalabro para el republicano, que se quedaría con un 35% del porcentaje del
voto, frente al 45% con el que lideraría Hillary Clinton. Es una diferencia de
11 puntos, frente a los seis que les separaban en septiembre. Pero se trata de un sondeo de tan solo 500 electores registrados y
la mayoría de ellos (45%) considera que este escándalo no invalida a Trump como
candidato presidencial.
Nerviosismo
en Trump
El
debate con Clinton fue de colmillo, muy bronco y, dadas las circunstancias,
podría haberse convertido en su tiro de gracia en la carrera electoral. Pero el
candidato republicano aguantó el tipo. La demócrata tampoco se cebó en el gran
tema de la noche, la actitud misógina de Trump, sino que tan solo lo citó como
muestra de que, a su juicio, no puede presidir Estados Unidos y amplió el foco
sobre el resto de sus polémicas, con inmigrantes, musulmanes o discapacitados.
Un
rato antes, Trump había comparecido ante la prensa junto a cuatro mujeres que
han acusado al expresidente Bill Clinton, esposo de Hillary, de abusos en
distintos niveles de gravedad. Ese es el ambiente en el que comenzó el segundo
debate presidencial, y ese fue el gesto que demostró el nerviosismo de Trump.
Los
candidatos se presentaron en el escenario sin darse la mano, ella sonreía, él
parecía muy crispado y su esposa, Melania Trump, tenía la cara más larga de
todo Misuri. Entre los momentos más tensos
figura ese en el que Trump aseguró que, si llegaba a la presidencia, pediría un
fiscal especial para investigar los correos electrónicos privados que Clinton
envió cuando era secretaria de Estado, entre 2009 y 2013. Clinton replicó que
afortunadamente él no estaba a cargo de la ley y este apostilló: “Porque
estarías encarcelada”. Al acabar sí estrecharon sus manos.