Claroscuro
Francisco López Vargas
Las reacciones en el mundo por la llegada del servicio de traslados Uber deja claro que todo cambio implica resistencia.
Sin embargo, esos cambios abren la puerta para entender que Mérida ya es parte integral de una nueva era y que la época de los monopolios y el rigor de las concesiones del gobierno son cosas que paulatinamente van siendo desplazadas por una sociedad que necesita opciones de servicio.
En Yucatán, hablar del Frente Único de Trabajadores del Volante (FUTV) es recordar las agresiones electorales, el mapachismo político y el golpeteo porril que hizo sentir durante su larga trayectoria Nerio Torres Ortiz, hasta hace pocos años su líder.
Hablar de Nerio es sinónimo, por desgracia, de una época de no muy gratos recuerdos y su hijo, de incipiente carrera, vio que el peso de la fama de su padre contribuyó –en parte- a que no llegase más lejos en sus aspiraciones políticas.
Pero el tema, después de todo, es la llegada de Uber y cómo la presencia inevitable del nuevo servicio hizo voltear a ver a los taxistas organizados a la tecnología y crear una aplicación en un intento de modernizarse y no quedarse atrás.
La idea de prohibir cualquier servicio siempre será contraproducente sobre todo cuando son acuerdos entre particulares y éstos, hay que admitirlo, pueden hacerlo sin tener que ver a algún tramitador, pagar ningún derecho y sólo ponerse de acuerdo en cómo se cubrirá el servicio: pago en especie, en efectivo o simplemente alternándose unos y otros. La autoridad tiene que entender que no lo es para todo y que su participación en los arreglos entre particulares sólo le permite intervenir ante una queja de parte, nada más.
La modernidad de Uber también va emparejada con la de Airbnb, un servicio que enlaza a quienes tiene habitaciones, casas, departamentos o similares que quieren rentar por día o semanas a quienes llegan de visita a una ciudad. El dueño del predio se da de alta en la aplicación, fija la tarifa, pone sus fotos y los particulares deciden si les interesa y le pagan los días que se quedarán en el lugar y la modalidad incluye desde los que tienen todos los servicios hasta lo que son autoservicio. De acuerdo con el gusto y presupuesto del contratante.
En un mundo global, la manera de hacer negocios se vuelve global y todos cubren sus gastos con recibos, tarjetas y dinero que no necesariamente es tangible a la hora de la transacción.
Con Uber, por ejemplo usted paga sin sacar su cartera, al conductor lo evalúa al bajarse del vehículo del que le quedan al cliente registradas las placas, la marca del auto y el nombre del chofer además del trayecto recorrido y el comprobante de pago. Todo con un solo click en una aplicación.
Sin embargo, no todos pueden acceder a ese servicio. Sólo quienes tienen teléfono inteligente o computadora, una tarjeta de débito o crédito son lo indispensable para acceder al servicio.
En un mundo cada vez más abierto, las opciones pueden y deben ser infinitas para todos los tipos de personas que habemos deambulando por él. No vale sujetarse a nada.
Lejos han quedado los días del taxi de sitio, de la negación del ruleteo o del servicio condicionado o exclusivo donde el taxista ponía las condiciones no sólo de costo sino hasta de ruta.
La modernidad está en Mérida y la tenemos que aceptar, que adaptar a nuestra vida cotidiana porque, hay que admitirlo, el sol sale para todos, los servicios se harán mejor y más eficiente mientras más gente pueda prestarlo con mejores estándares de calidad y atención.
Lo mismo empezará a pasar en la política con el nuevo modelo de atención que recibe el ciudadano y quienes se niegan a entender que la alternancia llegó y no se irá también están viviendo en el pasado.
Lo único grave hasta ahora es que los partidos cada vez se parecen más entre ellos mismos y las mañas parecen ser de un solo estilo: vivir del erario. Ojalá vivieran de él sirviéndonos bien y mejor cada día.
Bienvenida la moderidad.