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Un hombre de letras, y “tics”

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Por Manuel Triay Pencihe

De momento me llené de “tics”, sí, como tú Jorge Alvarez Rendón, tan pronto me enteré de tu repentino fallecimiento, infausto suceso, escribirías tú con ese lenguaje tan elegante y castizo que usabas siempre en tus escritos. Cada recuerdo grato de tu vida que rondaba en mi cabeza me hacía saltar, como lo hacías tú continuamente.
El primer “tic” me llegó por tu humildad. Guardo muchos momentos gratos de nuestra convivencia en el Diario, donde nos dabas constantes lecciones con los distintos géneros periodísticos que manejabas, pero me quedo con tu ejemplo de humildad: “oye Manuel, podrías autorizar que yo ocupara otra máquina, la computadora que utilizo tiene muchos problemas y, la verdad, ni la se manejar.”
A veces quería yo, Jorge, que te enojaras y poder discutir contigo como lo hacíamos todos en la Redacción y nunca me diste “ese lujo” y, claro, ya llevo dos “tics” porque de verdad que nos tenías paciencia o fuiste dotado por un gran carácter. Me quedo con este recuerdo de tu fructífera vida: un hombre talentoso, tranquilo, que siempre decía por favor, y que nos aguantó, a muchos, nuestras malas maneras.
Y qué decir, George, de tu sabrosa plática, otro acentuado “tic”. La última vez que acudí a tu sapiencia y a tu memoria fue para incluir un relato en mi último libro. Seguro que lo recuerdas porque allá en el Cielo, donde supongo estarás, dicen que todo se vive de nuevo: repasamos tu adolescencia y tu juventud, de cuando en Mérida estaban de moda las bachatas en la casa de algún amigo y, bajo lluvia si era preciso, tenías que correr de regreso antes de las diez porque un minuto después te recibían a chancletazos y, desde luego, entonces no les daban llave de la casa a los hijos.
Sí, claro, no en balde eras cronista de la ciuda Te encantaba el chisme Jorge Alvarez, te pasaste muchas noches husmeado en la puerta donde tu tía y sus vecinas solían sentarse a tomar fresco y le daban rienda suelta a la lengua, siempre con mucho respeto, pero se ponían al tanto de todo cuanto ocurría en su alrededor y disfrutaban de los relatos de mal trato a los vecinos varones. Claro, eso fue antes de la “tele” a principios de los 60, y antes, obvio, de la llegada de los aires acondicionados.
Yo recuerdo algunas pláticas que me obsequiaste, sobre todo cuando coincidíamos de noche en el Diario. Eras un amante de la ópera y yo te seguía el juego porque hasta hoy soy un ignorante, pero me encantaba escucharte porque era un tema que te mantenía tranquilo, ya no me tenías nervioso con tanto “tic”. Tu casa del barrio de La Mejorada guardará en sus paredes la música del piano familiar y de los discos y cassettes que acompañaron esas tus veladas, “y desveladas” eternas.
Como tu sabes, estimado maestro Alvarez Rendón, en internet la gente casi no lee y menos cuando te explayas, como ahorita. Lástima porque tengo demasiados recuerdos tuyos. Me quedo con dos imágenes tuyas: siempre de guayabera cuando ibas al periódico, manga larga si venías de cubrir algún evento, o corta si venías de casa, y te tus holgadas camisetas que nunca me gustaron, pero como me contestaste cuando te lo comenté “eran recomodas”. Te recomendaré con mi amigo Dios para que te deje escribir y escuchar música, pero conste que no quiero verte pronto.

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