Por Manuel Triay Peniche
El 18 de agosto de 2004 un violento infarto cortó la vida de un soñador. Era un mediodía cuando la noticia de su fallecimiento corrió como reguero de pólvora y rebasó nuestras fronteras: Víctor Cervera Pacheco, el dos veces gobernador del Estado, había fallecido en la Clínica de Mérida, acompañado de sus hijos Víctor y Amira.
El sepelio se efectuó en su domicilio de Itzimná y la inhumación en el Panteón Florido. Oraciones, llanto, flores, muchas flores, y la compañía de una multitud integrada en su mayoría por mujeres de hipiles policromos, de cuyos rostros descendían gota a gota lágrimas que enjugaban aquellas mejillas curtidas por la vida de escasez y necesidades, fuente de inspiración de quien ahora recibía el último adiós.
Ahí, en medio de vetustos y frondosos árboles, reposaba aquel hombre marcado por el trabajo, símbolo de lucha constante y continua contra la adversidad, visionario y polémico, que supo ser guía y maestro. Ahí, en efecto, fue depositado su cadáver, pero no su espíritu de lucha que sigue libre y se expande; su sueño hecho realidad sigue vigente y a doce años de su fallecimiento continúa como faro que conduce a puerto seguro a quienes navegan en las turbulentas aguas de la política.
Víctor Cervera fue un soñador práctico que, como diría Mahatma Gandhi, su educación consistía en obtener lo mejor de sí mismo. Contrario a lo que sus adversarios pretendían hacer creer, el ex gobernador yucateco no era impositivo, se rodeaba de especialistas con quienes analizaba todas y cada una de las acciones trascendentes y, ya seguro de la utilidad, las ponía en práctica.
A cada paso, tras cada obra o a cada palabra suya, el señor Cervera recibía un cúmulo de críticas vertidas desde la oposición, secundadas las más por quienes carecían de información o análisis, e incluso por correligionarios suyos opacados por aquel personaje. Él, simplemente, dejaba que el tiempo le diera la razón y sus propias obras se encargaran del desmentido.
Hoy, a doce años de aquel sensible fallecimiento, la figura de Cervera Pacheco continúa intacta. Su paso por Yucatán y México entero sigue siendo insignia de buen gobierno y hasta el momento no han sido rebasado por administración alguna; aquellos sueños hechos realidad continúan aportando frutos.
Si hubiera que elegir sobre lo mejor de su legado, dos hechos son sobresalientes: a) todo es posible, sólo se requiere dedicación y perseverancia; b) No podemos salir adelante si no pensamos en grande y actuamos en consecuencia.
Y baste sólo un ejemplo: el Puerto de Altura de Progreso sólo pudo conseguirlo un soñador, un visionario que apostara al futuro, pues su construcción no estaba incluida en el presupuesto de la Federación, se logró en la época de la peor de las crisis económicas del país y sus frutos serían obtenidos a futuro.
Hoy el Puerto de Altura de Progreso es el mejor señuelo para la inversión propia y foránea, y gracias a sus instalaciones los costos del grano tuvieron sensible disminución, lo que se refleja en la producción de carne que ya invade los mercados extranjeros, y qué decir de las nuevas y futuras empresas como la cervecería, la fábrica de arnés y otras muchas factorías en ciernes.
Cervera Pacheco ha trascendido porque su trabajo fue más allá del día con día, porque sus decisiones fueron siempre consensadas, porque fue un visionario cuyo quehacer no giró en torno a las elecciones inmediatas; él trabajó para el futuro y lo que hizo lo hizo en grande.
Fue un hombre que se entregó por completo al cumplimiento de su compromiso y, aunque alguien quisiera negarlo, fue un “rara avis”: no fincó entre sus prioridades el dinero. Hoy, a doce años de su fallecimiento, su compromiso y su rectitud lo sostienen y campea como un Señor.