La Revista

Una decisión de futuro

José Francisco Lopez Vargas
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Claroscuro, por: Francisco López Vargas.

Los comicios de este año tienen un significado que no deja lugar a dudas: hay que rescatar el Congreso.

El presidente Andrés Manuel López Obrador está colérico y los datos que tiene lo han puesto de tan mal humor que tira golpes y puñetazos con todo el erario público a su servicio a quienes no comparten la historia oficial o se atreven a acreditar que no existe o es mentira lo que él pregona todas las mañanas.

Gobernar siempre tendrá un costo más para aquellos que ofrecieron todo y poco han cumplido.

Los periodistas, quienes tenemos años dedicados a esto, estamos curtidos contra el ánimo de los poderosos, pero ello no significa que dejemos de hacer nuestro trabajo: cuestionar los resultados cuando no los haya y ponderar cuando el trabajo bien hecho de buenos frutos para los gobernados.

Me tocó ser reportero de Palacio de Gobierno en Mérida durante las administraciones de Víctor Cervera Pacheco, de Dulce María Sauri, de Federico Granja Ricalde, y casi nada en la de Patricio Patrón Laviada. Me tocó reportear también en el Quintana Roo de Miguel Borge Martín, de Mario Villanueva; en Campeche de Abelardo Carrillo Zavala, Jorge Salomón Azar García, Antonio González Curi, Jorge Carlos Hurtado, Fernando Ortega Bernés, Alejandro Moreno Cárdenas y Carlos Miguel Aysa González.

De todos y cada uno de ellos tengo una opinión bien cimentada que parte no sólo de su actuación como gobernadores sino también del trato que cada uno de ellos tenía con los medios.

Conocí a Miguel de la Madrid, traté con frecuencia a Carlos Salinas de Gortari, a Ernesto Zedillo y tuve trato con Vicente Fox Quezada, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto, pero ni uno como presidente con Andrés Manuel López Obrador. A los antecesores del actual los conocí antes de fueran presidentes y sólo a López no lo he tratado con esa investidura que, desde mi personal percepción, vaya que le quedó grande en resultados y chica en poder para sus aspiraciones autocráticas.

Decía mi abuela que el que mucho presume es que carece de ello y no hay refrán perdido. El que decía que gobernar era cosa de sentido común, quedó claro que su idea de ser 10 por ciento eficiente y 90 por ciento honesto no sólo le ha quedado coja al país sino que también eso ha sido una mentira. En su gobierno, ha aumentado la corrupción y el fomento a la impunidad más que nunca en la familia presidencial: los delitos de otros se han convertido en virtudes familiares. El peor de los ejemplos.

El hombre que gobierna México no tiene nada que ver con el que recorría México los últimos 18 años y hablaba de democracia, de excesos, de mediocridad y de tener un remedio y una medicina para cada mal. Hay un impostor en Palacio si nos atenemos a lo que dijo y a lo que se promueve desde la sede del Ejecutivo.

El gobierno del humanista dejó sin medicinas a niños con cáncer, sin refugio a mujeres maltratadas, sin guarderías a madres trabajadoras, sin empleo a 12 millones de mexicanos, sin apoyo a un millón de micro empresas y sin un miembro de la familia a más de 300 mil victimas del Covid-19 además de los 41 mil en 2020 asesinados por el crimen y la violencia que campea por el país entre ellos más de 11 mujeres asesinadas diario en el país.

Lejos de disminuir los delitos contra las mujeres han crecido exponencialmente: 411 en 2015; 605, en 16; 742, en 17, en 2018 fueron 893, hasta 940 en 2019 y 860 hasta noviembre de 2020, tan sólo en feminicidios. En homicidio doloso la cifra llegó a 2,567 tan sólo en 2020. Lo bueno es que el presidente se declara no sólo humanista sino feminista, pero en los hechos su administración no tiene políticas públicas para reducir esta incidencia.

El desmantelamiento del país continúa gracias a que tiene un Congreso que le aprueba sus leyes sin modificarles una coma aunque esas mismas violente la Constitución, esa que él juro proteger y hacer valer además de sus leyes secundarias.

López Obrador no soporta nada que le quite poder, nada que cuestione su visión del país que él quiere aunque con ello vaya en contra de lo que el mundo está promoviendo hoy.

En estas elecciones, el país necesita librarse de fanatismo militante y llevar al Congreso a diputados federales y locales que estén dispuestos a decirle que no al presidente; que quieran no sólo negarle el voto sino también que sean capaces de explicar el por qué no y el daño que se haría al país al votar por las leyes que se promueven desde la presidencia.

El presidente López Obrador no escucha, no atiende y paga con amparos sus decisiones que violentan la ley. Se firmaron tratados comerciales con el mundo, pero el mundo del presidente termina en la frontera y no entiende el valor del dinero en el tiempo y menos las cláusulas de los contratos que obligan a las partes a cumplirlos.

Votemos por el NO a las ideas del presidente, votemos por llevar a diputados federales y locales que estén dispuestos a no dar su voto al poderoso sino a la razón y a las propuestas que nos beneficien a todos.

En Campeche

Este lunes 29 de marzo, al primer minuto, empezó la campaña política que confronta a dos visiones distintas del futuro de Campeche. Por un lado, la alianza del PRI-PAN-PRD que postula a Christian Castro Bello para un gobierno de coalición y por el otro a Morena que hace lo propio con Layda Elena Sansores cuya oferta es traer a Campeche los resultados y la filosofía política de la Cuarta Transformación.

En la alianza, los arreglos y acuerdos políticos de tres fuerzas políticas que siempre fueron opuestas se logró sin grandes sobresaltos. No tuvimos información de grandes desprendimientos y la visión de sus dirigentes es que siempre se privilegió la coincidencia por lo que sólo tuvieron que librar sus diferencias naturales.

En Morena, la situación no fue distinta a la que vivió ese partidos en los 15 estados donde se postula candidato a la gubernatura y a los otros en los que no hay una disputa por el control del ejecutivo local: violentos pleitos, enfrentamientos y una división que sirvió para una salida masiva de militantes fundadores y la presencia del crimen organizado.

En el país, Morena tenía una sorpredente ventaja en 14 de 15 estados y esta la fue perdiendo al extremo de que hoy sólo en ocho sostiene una ventaja superior al empate técnico.

Según la encuesta nacional de Demoscopia Digital, Morena sostiene su ventaja en 9 entidades pero no es la misma cuando se pregunta por el partido y por el candidato.

Las cifras varían: a 70 días de la elección en Campeche la coalición tiene 30.8% mientras Morena y PT 29.5%; cuando se preguntar por sus candidatos, Castro tiene 28.7% y Sansores 26.4%.

En enero 4 pasado la alianza tenía 25.8% de las preferencias, mientras Morena/PT 41.3%; en el muestreo por persona Layda llevaba en ese mismo muestreo 35.4% mientras Castro 27.5%.

Los números dejan ver con claridad que no es lo mismo la popularidad del candidato que la del partido y precisamente en ello se basa la campaña para tratar de consolidar esas preferencias con candidatos que sumen y puedan crecer y consolidar la preferencia electoral.

Hoy, en Campeche se enfrentan dos proyectos: uno que mira al futuro y que integra a toda la oposición y uno que se basa en la oferta política de la Cuarta Transformación que significa la recuperación de privilegios de personajes políticos cuya vida giró en torno del poder público.

Una estampa que narra con detalle los estilos que ha usado Layda y su familia para destacar en política: en 1985 fue candidata a diputada por un distrito de la Ciudad de México, donde siempre ha vivido. Perdió ante el panista Miguel Ángel Conchello y Sansores volvió, como hizo años atrás, a amenazar con salirse del PRI.

En esa ocasión, fue Víctor Cervera Pacheco, muy cercano a él, a quien se le pidió convencerlo para que hiciera pública su militancia.

En 1988 en la campaña presidencial del PRI, Manuel Camacho, secretario general, viajó a Campeche a saludarlo y ahí El Negro lo convenció de su liderazgo y fue que Layda llegó a diputada federal plurinominal en la legislatura 1991-94, en momentos en que era candidato a gobernador Jorge Salomón Azar García.

El 14 de agosto de 1991, Sansores Pérez convocó a una rueda de prensa en la que pidió a los priistas que “no pierdan el amor a la camiseta. No puede ser bien visto por el pueblo el cambio de camiseta, como si los partidos políticos fueran equipos de béisbol. Hay que desconfiar de todos esos políticos que a última hora se dan cuenta de que estaban en el camino equivocado. Yo nací priista y pienso morir priista”, sentenció

El Negro Sansores quien el 6 de julio de 1997 renunció luego de votar por ese partido por última vez y no por su hija postulada a la gubernatura por el PRD.

De ambas propuestas, Sansores sólo habla del combate a la corrupción y parafrasea al presidente en cada una de sus argumentaciones. Ella, testigo presencial del enriquecimiento familiar durante el gobierno de su padre, lo señala como “la ceiba” que le da cobijo porque “debajo de ella nada crece”.

Hoy, de nuevo, la hija del privilegio viene a Campeche a hablarle a los más jodidos de lo difícil que es vivir en la marginación, en la pobreza, de la que responsabiliza a un gobierno que no es el de ellos –no ha llegado en tres ocasiones- ni el de su padre aunque no omite hablar de esos 90 años de priismo en los que los Sansores fueron engranajes básicos en Campeche.

Hoy cuando una apuesta es un gobierno de coalición que incluya a todos, Layda habla de traer a Campeche la Cuarta Transformación cuya característica principal es, precisamente, someterse a la obediencia del poder presidencial, ese poder que es responsable del Campeche postrado que padecemos, del que ellos también usufructuaron fortuna.

José Francisco Lopez Vargas
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