Carta don Carlos
Por Manuel Triay Peniche
Ay, don Carlos Menéndez, pena ajena me da escribirte. Pensé en ti en el aniversario de tu partida y me dije: déjalo en paz, ya descansa en el Señor; pero de inmediato me pregunté ¿de verdad crees que pueda descansar?
¿Puedes descansar, jefe? Sí, claro, no me vas a responder, te conozco, pero te conozco tan bien que puedo leer tu silencio. Me dirás: primero mírate a ti mismo, analiza tu conducta y si tienes autoridad moral habla.
En 41 años de convivencia, con jornadas mínimas de 12 horas, fui testigo de tu soledad profesional. Hubo días en los que, de regreso a casa, me preguntaba si valía la pena que estuvieras defendiendo, columna tras columna, el derecho de los yucatecos que nadie más tomaba en cuenta.
Al principio no entendía cómo dejabas pasar el dinero que otros buscaban y añoraban. Cuántas veces fui tu conducto para negarle a la autoridad espacio en tu periódico, porque no estabas de acuerdo con sus publicaciones; cuánto espacio le negaste al PRI porque los partidos pequeños no tenían a su alcance recursos para competir.
Tus ingresos eran cien por ciento producto del trabajo honesto, y reto a cualquiera a demostrar lo contrario. No vendías tus espacios y mucho menos tu dignidad, jamás te ví de rodillas suplicando por un convenio en el sector oficial, jamás te ví de rodillas ante la publicidad de nadie.
Día tras día nos mandaste a tus reporteros a investigar, investigar e investigar, y nuestras autoridades sabían que no había forma de callar al Diario, cuando el Diario tenía en sus manos la verdad. Fuiste crítico e inquisidor … y estabas solito, como Juan el Bautista predicando en el desierto.
Nada diré de tu legado, no te voy a platicar nada de lo ocurrido en tu ausencia pero, don Carlos, que me perdona el cielo, que bueno que nos abandonaste pues de otra forma tu enfermedad hubiera sido tu calvario. Dios cuide de ti en este tu cuarto aniversario.
