Por: Jorge Valladares Sánchez.*
En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares.
¡Uy, Qué Miedo!
Temblar, Accionar o Bailar
Ni los extranjeros, ni la inflación, ni el
cambio climático le dan miedo, nos dice en su “!Uy, Qué Miedo!” con todo
sarcasmo, y hasta le imagino bailando, aunque la canción diga que casi no
puede; entreteniendo a toda la concurrencia, con esa alegría y simpatía tan
común en nuestros queridos hermanos/as tabasqueños.
A ese ritmo, pareciera que no hay cosa que
suceda en el país, e incluso el mundo a lo cual le tema. Pudiera ser un buen
mensaje para aquellas personas que ante algunas situaciones aún sentimos
inquietud, temor, preocupación, miedo, horror, terror o pánico, que nos anime a
enfrentarlas, o al menos nos dé un momento de esparcimiento entre los problemas
de ese y otros géneros que enfrentamos.
Igual habrá quien piense que se trata sólo
de algo que tenía que decir para justificar sus buenos ingresos, recibidos por
su labor de entretenimiento. Quizá no era sarcasmo, sino una simulación
consciente para que otras personas a las que quería cuidar no se dejen llevar
por el mismo temor; cómo en el caso de
papá o mamá cuando nos decía “no va a pasar nada”, pero por dentro imaginaban
todo lo que podía suceder por un error cometido, e incluso temblaban visiblemente
y decían: “es que hace frío”. Por algo la expresión “Uy” se puede referir tanto
a asombro como a vergüenza.
El miedo, como la tristeza, nos dicen, son
emociones tan válidas como las otras que procuramos más, por ser más
agradables, como la alegría y el agrado o confianza. De las emociones la ciencia ha planteado que son
naturales, necesarias y cotidianas, parte fundamental de nuestro vivir. Se
identifican como positivas y negativas, lo cual es una polaridad, no una
evaluación, pues todas son parte de lo que somos y nos sirven. Y tienen un
ciclo y duración que se repite y en esencia generan una disposición a actuar de
un modo determinado según el grado en que las dejemos correr solas, sin
manejarlas.
Las
reacciones que se pueden tener frente al miedo incluyen la huida, el ataque, la
inmovilidad y la sumisión. Resignarse al miedo parece en ocasiones una
posibilidad, como acompañante de la condición humana, que se ve confirmada por
la insistencia personal, familiar y social de liberarnos de nuestros miedos.
Incluso se asume que en formas de asociación tan importantes como el estado y
la iglesia, el miedo cumple una función central, así lo planteaban tanto Hobbes
como Maquiavelo, considerándola “la emoción política más potente y necesaria”.
Plutchik,
uno de los grandes investigadores del tema, propuso un esquema que considera
ocho emociones básicas, alegría, tristeza, confianza, asco, sorpresa,
anticipación, miedo e ira. Que pueden combinarse en diadas, en ese orden, y que
se presentan en diversos grados de intensidad, además de que pueden combinarse
dando lugar a emociones compuestas. O sea que, por ejemplo, la alegría más
intensa es éxtasis y menos intensa serenidad; la tristeza más intensa es
aflicción y menos intensa melancolía; la ira más intensa se vuelve furia y si
baja es enfado, mientras que el miedo extremo es terror y leve es temor.
Alegría se opone a tristeza, pero si el miedo se une a la primera da lugar a
culpa y si lo hace con la segunda produce desesperación. El miedo con sorpresa
da alarma, con la opuesta (confianza) da sumisión.
Muchos animales experimentan el miedo
frente a lo que les representa peligro inmediato, en el presente. Es un recurso
útil para la sobrevivencia. Los seres humanos tenemos (como especie, para no
ser estrictos) además una capacidad extraordinaria para prever situaciones, de
las que una cantidad importante pueden ser peligrosas o dañinas, con lo cual
nuestro espectro de peligro se amplía considerablemente. Por ello la
preocupación es una de las variantes del miedo, generada por un evento futuro,
y cuando él se combina con la anticipación da lugar a la ansiedad.
Escuchar recientemente ese popular tema de
nuestro querido Francisco José Hernández Mandujano (Chico Che) me dio pie a
reflexionar en la evolución de algunos miedos y reacciones que he observado en
mí y alrededor. Creo que hay ejemplos claros en ámbitos muy diversos;
ejemplifico algunos de décadas recientes.
Antes muchos hijos/as le temían a su papá.
Algunos/as porque era lo que otros familiares les decían que correspondía,
siendo que en pocos casos reducía ligeramente con los años y en otros pocos
llegaban a saber que no era justificado temer. En otros casos sí había buena
base para ese miedo y la reacción era lo que hacía la diferencia; pues la
violencia cotidiana acababa minando la reacción que se podía tener,
generalmente por no cambiar la situación; también podía pasar que se aprendiera
a enfrentar con la madurez o simplemente se empezara a ignorar y escapar de
ello. Ahora muchos padres le temen a sus hijos, o por lo menos a los efectos
que puede tener su actuar formativo o a las formas de poder que esos
pequeños/as ahora tienen.
Antes mucha gente le temía al actuar
arbitrario de las autoridades, porque asumía que contaban con el poder de hacer
su voluntad y no sentían contar con respaldo que pudiera protegerles, incluso
de las consecuencias de protestar. Eso cada vez pasa menos, y hasta pasa que
muchas personas que ocupan cargos de autoridad le tienen miedo a la gente, al
grado de dejarse insultar o permitir tropelías o intimidaciones, sin aplicar
los recursos que “les otorga la ley”, con tal de no enfrentar consecuencias
mayores.
Antes muchos gobernantes temían a ser
descubiertos en violaciones a la ley, abusos a los derechos humanos y
desviaciones o franco robo del erario público. No creo que fuera por las
consecuencias, pues la impunidad ha sido estable o creciente en las décadas que
me ha tocado vivir. Creo que se debía más al temor de perder potencial para
ocupar cargos públicos posteriores; y no, tampoco era porque la gente no fuera
a votar por ellos/as, sino porque generando una mala impresión o
inconveniencias a sus superiores podrían dejar de ser considerados para una
siguiente candidatura. Ahora tenemos un desfile de actos cínicamente
delincuenciales, despóticamente traidores a la protesta constitucional y
jocosamente accesibles a memes y noticias que elevan la popularidad.
Incluso antes quien presidía el País
parecía interesado en generar una impresión de estar capacitado para el puesto
y dispuesto a respetar y valorar a los mexicanos/as; había un temor, si no
miedo, a ser percibidos de otra manera. Los protocolos, formas y recursos
públicos destinados a mantener esa imagen nos costaron millones. Todavía
importaba tener preparación académica, capacidad de negociación, magnanimidad
con la gente y prestancia como mandatario.
La historia los acaba metiendo a todos en
un cajón similar, pero hasta Zedillo parecía que en efecto algo había en la
persona, que ayudaba a tal fin. Con Fox fueron evidentes las carencias, pero el
presupuesto para cubrirlas a veces daba algún fruto. Calderón volvió a elevar
el nivel, parecía haber Presidente. No sé si Peña realmente lo intentó, pero no
hubo presupuesto que alcanzara para que durante su sexenio su incapacidad y
corrupción fueran evidentes a la ciudadanía; si bien aún procuraba parecer
mandatario y tener un lugar en la diplomacia e imagen social. Hoy, no hay temor
alguno, nada de la imagen es tema de preocupación; 18 años de luchar por el
puesto y 30 millones de votos firmaron la patente de corso para quien hoy
recluta, timonea, comercializa, ordena, comunica, da galardones, declara
enemigos y hace caminar a quien lo merezca por la plancha de nuestro barco.
Se dice ahora normalizar a esa manera que
tenemos de dejar de reaccionar a eventos que antes nos parecían notorios.
Cuando el miedo era la razón de nuestra atención podemos cuestionar si de tanto
pasar hemos perdido impacto o entendido que era insensato temer y entonces es
un miedo que reduce o desaparece por perder sentido. Podemos también reaccionar
menos, sin perder el miedo, ya sea por adaptación, valentía o insensibilidad,
pero hay grandes diferencias en esas tres opciones. De tanto estar en la
situación podemos haber madurado una reacción más funcional, en el primer caso;
seguir sintiendo el miedo y con él atrevernos a hacer lo que corresponde, lo
cual es lo segundo; o no percibir que efectivamente estamos ante algo peligroso
por discapacidad o falta de atención, en el tercer caso.
Los mencionados y muchos ejemplos más
caben en la normalización incontrolada que hoy nos permitimos como sociedad.
Los hijos son las “bendis” y aunque detectemos que requerimos devolver un poco
de la efectividad educativa, es más divertido el memé vacilador. La autoridad
antes todopoderosa, la policía, sigue contando con autoridad y funciones, así
como puede ser sometida a procesos administrativos y de derechos humanos, pero
basta con exhibirlos en videos donde, de vez en cuando, reciben “una sopa de su
propio chocolate”.
De los funcionarios/as ya ni que decir…
estamos en la época donde un partido puede ganar una elección hasta sin
candidato; donde la hija puede ganar con los votos que el padre generó y no
pudo usar por una minucia técnica (y no por acusaciones serias de haber violado
a las hijas de otras personas); donde ser corcholata vale entre más veces te
mencionen, y no por lo que seas o propongas; las leyes siguen vigentes, las
sanciones disponibles, la información al alcance para enjuiciarles… Pero ya ni
ciudadanos ni reporteros tienen que buscar la evidencia de actos indebidos,
solitos nos las regalan en episodios semanales o diarios, lo que hizo el
corrupto/a exhibido por medio de un acto ilegal y que no se pretende sancionar.
Y de la persona a la que le pagamos para
ser Presidente del País… Ser mencionado/a en la mañanera es el lujo de hoy. Lo
que se diga da nota y comentarlo basta. Listos/as para empezar de nuevo en el
24, ahorita estamos en campaña, la más larga de la historia, 6 años…
Acostumbrados a sus ocurrencias y desfiguros ya nadie se acuerda que hubo quien
anunció que sería “un peligro para México” y mejor le seguimos broma por broma,
pelea por pelea, quienes no sabemos; mientras que quienes saben le corrigen la
plana a cada idea sin sentido y se alivian si le baja una rayita al mal ya
generado.
Algunos apuntes científicos. En los
Setentas hubo muchos estudios importantes sobre la forma en que las personas
enfrentamos los circunstancias y retos de nuestra vida. Surgieron entonces
diversas explicaciones que siguen teniendo utilidad en la ciencia y profesión
de la psicología y otras áreas sociales. Entre ellas se hablaba del miedo al
fracaso y la expectativa de éxito como una manera de entender la dedicación y
condición emocional de personas que podían desarrollarse en distintas
actividades. El temor a fracasar sería claramente un inhibidor de las acciones
necesarias y una baja expectativa de éxito confirmaría la adecuación de evitar
situaciones que nos impusieron retos desde el inicio percibidos como
insuperables.
Incluso se llegó a plantear el miedo al
éxito, esto para explicar que pueda ocurrir que teniendo circunstancias y medios
propicios algunas personas no realizan actividades que son percibidas como
socialmente deseables, esto frente al escenario de las consecuencias que
representarían logros como terminar una carrera, acceder a un puesto o lograr
una posición laboral o deportiva.
La psicología ha encontrado algunos
procesos en los que la forma natural de sentir y reaccionar al miedo se ve
afectada gravemente a lo largo de circunstancias, como en el desamparo
aprendido, o del desarrollo en su conjunto, como en el apego desorganizado. Sin
entrar a minucias técnicas, parece que las personas pueden aprender a
resignarse al miedo, por encontrar que no hay manera de enfrentarlo, y entonces
ya ni pelean, ni huyen, y casi parece que ni sienten, o llegan a un estado de
desorganización tal que muestran habituales conductas erráticas frente a las
personas y situaciones, pues no lograron adquirir una forma diferenciada de
actuar, ya que crecieron viviendo el miedo y el alivio a partir de una misma
fuente.
Circunstancias extremas llegan a producir
eso, y nos dejan a la vista la importancia de cuidar nuestras formas de
adaptarnos y la certeza en las personas que nos rodean; como nación también
podemos sacar algo ilustrador en ello; ya que normalizar todo proceso
atemorizante o mantener la confianza en personas que usan el poder de manera
errática puede generar un deterioro creciente en nuestra capacidad de actuar
frente a lo que debe ser eliminado o mejorado, así como nuestra prudencia en la
decisión de darle el poder a personas que no ven en ello una oportunidad de
avanzar hacia un mejor estatus de vida a nuestra gente.
Así que el buen Chico Che, el apreciado
tabasqueño a quien me referí en los primeros párrafos, tal vez sin querer, nos
dejó un alegre instrumento para reaccionar al miedo. Y caso a caso, sugiero,
podemos evaluar si conviene.