El 23 de enero de 1968 fue martes, igual que hoy, aunque han transcurrido 56 años. A las 7 de la mañana, en la calle 67, abordé un autobús de la ruta Aviación que me llevaría a mi primera comisión de reportero en el Diario de Yucatán. A partir de entonces, 20,440 amaneceres después, mi vida profesional sigue intacta, ininterrumpida, a pesar del veto oficial que me tiene fuera del aire.
He vivido traspiés que pudieron ponerme de hinojos, pero mi entorno ha sido favorable y aquí sigo. Un hombre muere cuando deja de ser útil, pero engrandece cuando supera las adversidades y continúa su camino; se alimenta de las dificultades y genera nuevos frutos.
En mis 56 años de vida laboral he sufrido dos impactos que pudieron haber terminado con la persona que he formado en mí: el primero económico, cuando la empresa donde trabajé 41 años me privó de mis ingresos que en justicia me correspondían, y el segundo, cuando fui privado del derecho que me asiste a prestar mis servicios periodísticos.
Tras el impacto, que no fue menor en ambos casos, hice de tripas corazón y recordé mi máxima de vida: Todo abona para ser mejores. El primer golpe me hizo diversificarme y me desempeñé en la radio y la televisión, y el segundo me volvió “escritor bajo contrato”, además que me llevó a devolver un poco del gran caudal recibido y colaboro sin honorarios en diversas causas de beneficio público.
Y no es que haya perdido la modestia, si alguna vez la tuve, simplemente que hoy amanecí con nuevos bríos, con nuevos proyectos y esperanzas, con decisión para enfrentar el año 57, convencido de que debo dejar mi último aliento en la pluma y el papel, y no ceder ante tentación alguna que desvíe mi objetivo de continuar con el periodismo vertical al que siempre he aspirado.
La honestidad implica una lucha diaria y difícil, y a los ojos de una gran mayoría convierte a quien la busca en un inadaptado social. La rectitud de ánimo y la integridad en el obrar no son cosas del pasado, no están peleadas con nuestros intereses económicos, políticos o sociales, es cuestión de encontrar el camino adecuando y anteponer el respeto por nosotros mismos, y en consecuencia por la sociedad.
El único robo que he cometido en mi vida es el tiempo que le escatimé a mi familia por mi trabajo, de lo que me siento culpable pero no avergonzado, la vergüenza se la dejo a quienes, con abuso de su poder, han intentado doblegarme mediante la privación de mis derechos y, peor aún, a quienes privan a la sociedad del derecho inalienable a estar bien informada, vulnerando así el principio fundamental de nuestra democracia.