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Ya Tiene Novio/a

Jorge Valladares Sánchez
Jorge Valladares Sánchez
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Por: Jorge Valladares Sánchez.*

En Facebook y en Youtube: Dr. Jorge Valladares. 

Ya Tiene Novio/a
¿Dónde lo ponemos?

¿Dónde
ponemos a los novios/as? Fue la pregunta que sintetizó un intento de responder
a mi estimada Darcet sobre el incremento de casos y en general de la violencia
en el noviazgo.

Buscando
estadísticas, la más socorrida es la Encuesta Nacional de Violencia en las
Relaciones de Noviazgo levantada por el INEGI en 2007, a solicitud del INJUVE,
que reportó que un 76% de las personas entre 15 y 24 años, con relaciones de
pareja, habían sufrido agresiones psicológicas, 15% violencia física y 16% al
menos una experiencia de ataque sexual.

Gisela
Velázquez (2011) añadía que de las mujeres asesinadas por su pareja, un 25%
eran novias que se encontraban en ese mismo rango de edad; que 9 de cada 10
personas entre 12 y 29 años en la Ciudad de México indican haber padecido malos
tratos en sus relaciones de pareja; y calcula que sólo la mitad de las parejas
abordan el tema, mientras que el resto lo ignora, habiendo una escalada que
inicia con desacuerdos, pasa por los celos y trasciende a gritos, insultos,
forcejeos y golpes… pudiendo llegar mucho más lejos.

Queriendo
tener datos más actuales, me puse a revisar el reporte para Yucatán en la
Encuesta Nacional sobre la Dinámica de las Relaciones en los Hogares realizada
por el INEGI en 2021, y caí en cuenta del primer sentido de la pregunta
formulada al inicio. Como es bien sabido, los números de la violencia en
general y la de género en particular siguen siendo alarmantes, pero al revisar
el desglose de quien comete la violencia en los distintos ámbitos que se
analizan sucede que los novios no tienen un lugar cierto.

En
la violencia doméstica pueden estar, pero supuestamente ellos no viven allí; no
quedan a la vista como un agente comunitario; y cuando hablamos de un ámbito
escolar que es donde muchas personas de estas edades encuentran pareja, tampoco
hay un dato que los disgregue del conjunto de compañeros/as. Por ello la mayor
y más alarmante información es caso a caso, pero no hay indicadores más
contundentes de la incidencia estadística.

Quienes
trabajamos con familias y parejas sabemos que esto ocurre y lo atendemos como
una problemática importante y compleja. Cuando se trata de adolescentes y
jóvenes se complica la atención porque directamente ellos/as no tienen acceso
fácil a la atención psicológica o institucional que les pueda ayudar a resolver
o salir de la situación que viven. Y en una alta cantidad de casos la relación
es ajena o escondida para los adultos que pudieran hacerles accesible tener
orientación o apoyo. Incluso cuando la relación es de conocimiento, e incluso,
aceptación de los padres o familiares, es frecuente que no se perciba la
violencia como tal o que se oculte con toda intención para no generar conflicto
o rechazo en la familia ante la incipiente relación.

En
pocas palabras, entre las violencias en general y las que ocurren en la
relación de pareja en particular, las sucedidas en el noviazgo tienen una mayor
factibilidad, mayor impacto y menos probabilidad de ser resueltas, atendidas o,
al menos, abordadas.

Ante
ello cabe enfocar el problema en su naturaleza y hacer desde las distintas
agencias sociales la labor preventiva y de apoyo que nuestra inteligencia
dicte. La familia por supuesto tiene que integrar esta posibilidad a la
comunicación, acompañamiento y disposición de sus integrantes para sus miembros
adolescentes y jóvenes. Un par de frases características de nuestra cultura ya
quedaron totalmente distanciadas de las realidades frecuentes de nuestros
hijos/as. En un extremo la permisiva y condescendiente, pero miope, relativa a
que es natural y todos pasamos por ello y aprendimos a llevar nuestras primeras
relaciones, decepciones y dificultades
en el amor. En el otro la del padre/madre con escopeta en mano vigilante de que
el pretendiente tenga el comportamiento perfecto si pretende no sólo mantener
la relación, sino incluso sobrevivir; ésta acumulada además a la visión de que
sólo las mujeres padecen violencia o sólo los hombres la generan (cuiden a sus
gallinas… decía el abuelo y a veces la abuela).

Lo
cierto es que en ello y en muchos otros temas los padres cada vez ejercen menos
su rol educativo y formador a favor de los hijos/as. Hay decenas de razones,
pero el efecto es cada vez más evidente. Decir que hablemos más con ellos/as o
nos ocupemos más del tema no puede eludir que la realidad muchas veces
convierte esas acciones en verdaderos retos para la familia, así como que
suelen ser frases vacías, cuya repetición en nada ayuda a que sucedan.

La
escuela y otras instituciones sociales pueden hacer lo propio, generando los
espacios de información para llamarle a la violencia por su nombre,
sensibilizar sobre su existencia habitual y la disposición de canales para
recibir ayuda y orientación que toca a ciertas instancias.

La
pregunta habitual es ¿por qué ocurre? La respuesta a ella, desde la ciencia,
siempre es que hay una multicausalidad y siempre un contexto en el cual se
puede agravar cualquier problema. De manera coloquial y sin pretender ser
exhaustivo, la violencia en el noviazgo existe porque:

Ø La violencia
existe, cultural, social, psicológicamente, y en cualquier momento y relación
se puede manifestar.

Ø La violencia
genera violencia y aprendemos a vivir con violencia: el maltrato durante la
infancia se encuentra como antecedente más frecuente en las mujeres que sufren
violencia en la pareja, por ejemplo; y personas que fueron violentadas más
frecuentemente acuden a ejercer la violencia en sus relaciones posteriores.

Ø Al hablar aquí de
noviazgo estamos pesando en adolescentes y jóvenes (no en adultos que se llaman
novios, pero han tenido ya varias relaciones adultas) y existen características
del desarrollo en la adolescencia que facilitan la expresión de violencia y a
la vez que dificultan afrontar la violencia recibida; entre ellas hay un redireccionamiento
de los afectos y las necesidades sociales hacia el grupo de pares, amigos en
general, pero la pareja las primeras relaciones de pareja en particular. La
habilidad en todo tipo de relaciones y en la forma propia de vivir se va
madurando y definiendo en la adolescencia y es comprensible que la capacidad
para enfrentar situaciones difíciles o negativas sea menor que cuando ya se han
tenido experiencias y se han desarrollado capacidades a partir de enfrentarlas.

Ø Las relaciones de
noviazgo son cada vez más ajenas a las relaciones de familia y eso dificulta
que la red de apoyo que ese núcleo pudiera ofrecer se aleje; ello a la vez que
cada vez tiene menos claridad el concepto de noviazgo, de manera que se amplia
la diversidad de relaciones de pareja a la que accede una persona joven o
adolescente y, muy importante, la involucración o compromiso que se implica en
ellas. Cuando se trata de entender el tema se llama violencia en el noviazgo,
pero en muchos casos esas personas no se identifican como novios, en el sentido
clásico.

Ø La violencia
funciona. Y peor aún, sigue siendo romantizada. Con palabras de la maldita
posmodernidad como “ser tóxico” se banalizan o normalizan muchas de las
manifestaciones de la violencia, así como persisten estereotipos que dan a los
celos y otras manifestaciones en la relación una concepción difusa e
implicaciones equivocadas aceptables.

El
punto o una mejor pregunta es ¿qué pone en mayor riesgo a una persona o qué
puede protegerle de la violencia en el noviazgo. Como principio, reiterar que
existe, pero haciendo un énfasis en que puede estarle sucediendo a cualquiera
de nuestros adolescentes y jóvenes, sin que nos hayamos dado cuenta y es un
riesgo latente en cualquier relación. Como complemento importante, que sí
pueden aprovechar familiares e instituciones que estén alertas y deseosos de
ayudar, entender que en este y otros muchos problemas psicosociales son de
mucha utilidad los conceptos de factores de riesgo y factores de protección.

En
forma simple se trata de elementos que podemos conocer y considerar para ayudar
a reducir el riesgo de que alguien que nos importa mucho, a quien amamos, no
pase por esto o si llega a pasarle pueda resolverlo sanamente pronto. Va una
lista inicial de elementos, algunos pueden parecer obvios, pero el punto no es
saberlos o entenderlos sino aplicarnos en favor de esa persona amada.

  • Entre más edad
    tenga al iniciar una relación, mejor. O sea que si tiene menos edad requiere
    mayor protección y acompañamiento. Y en cierto grado, la diferencia de edades
    esta etapa es más importante que edades adultas.
  • La baja
    autoestima, la inseguridad o el conocerse poco o de valorarse aumenta el riesgo
    de cometer violencia, así como el de culparse al recibirla o carecer de
    recursos para enfrentarla. Esto para pensar en cómo está nuestra persona, tanto
    como en la persona con la que inicia a relacionarse.
  • En un examen de
    autoconciencia, que por los hijos/as nos motivamos más a realizar, sirve saber
    que si en casa hay conductas violentas entre la pareja, ellas/os tienen mayor
    probabilidad de asumirlas como parte de la relación y propiciarlas o recibirlas
    naturalmente. No se trata de lo que decimos, sino de lo que vivimos desde hace
    años y ellas/os han presenciado en el día a día.
  • El acceso y
    solidez de una red de apoyo es fundamental en todo el desarrollo de la
    personalidad. Si la persona cuanta con familia y/o amigos que constantemente
    están en comunicación, convivencia y colaboración tienen menor probabilidad de
    recibir pasivamente violencia o de reaccionar oportuna y adecuadamente frente a
    ella. El aislamiento o poco soporte social suele estar presente en los casos
    más graves de esta forma de violencia. En ello cuenta a favor que la pareja sea
    parte del círculo cercano, es decir que tenga frecuente convivencia con esas
    personas importantes.
  • El consumo
    temprano o frecuente de alcohol y tabaco, y más de otras sustancias adictivas,
    está asociado a la violencia en las relaciones; claramente algunos estados
    inducidos facilitan tanto el recibir como el ejercer violencia con la pareja.

Ninguno
de esos cinco factores asegura que nuestra hija/o sabrá evitar o salir de una
situación de violencia en sus primeras relaciones, como tampoco su contrario lo
condena a pasar por ello, pero son elementos que podemos tomar en cuenta para
fortalecer la actitud y acciones que tomamos para ayudar a que sea la
experiencia más positiva posible, dentro de lo que finalmente sí algún día
vivirá, pero queremos que sea del modo más bonito, constructivo y sano posible.

Finalmente
las estadísticas nos pueden ayudar a tomar conciencia, pero es el amor hacia
nuestros hijos/as el que nos motiva y enfoca a mantenernos alertas y activos en
lo que esté a nuestro alcance. Si podemos hacer lo adecuado en nuestro entorno
o por las/os adolescentes y jóvenes cercanos, estaremos contribuyendo a su
formación, al buen desarrollo de sus afectos y relaciones, y de paso a abatir
esas estadísticas.

Ya
no podemos poner al novio (o novia) a la vista, en la banquita del frente de la
casa, para que la relación sea la “correcta entre novios”; por muchas razones
eso ya es mera historia, pero esa banquita debe seguir allí para sentarnos
frecuentemente con ella o él y conversar sobre lo que va viviendo y hacerle
sentir segura/o que estamos allí para cualquier alegría, tristeza, miedo o duda
que tenga y desee compartir.

———————————————
*Jorge Valladares
Sánchez

Papá, Ciudadano,
Consultor.
Representante de
Nosotrxs en Yucatán.
Doctor en Derechos
Humanos.
Doctor en Ciencias
Sociales.
Psicólogo y
Abogado

Jorge Valladares Sánchez
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