La Revista

Yucatán, paraíso elitista

Manuel Triay Peniche
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Cuando la sangre de nuestros coterráneos riega el suelo patrio y no llega a Yucatán, bendecimos al cielo; cuando en el país decrece la economía y en Yucatán hay más y mejores empleos, también bendecimos al cielo; cuando a lo ancho y largo de la República se vive con temor por la inseguridad, creemos que Yucatán es el paraíso.

Y lo es, pero no para todos los yucatecos. Este paraíso no incluye a Margarita Chan Baas, quien el lunes pasado por la tarde dio a luz en el parque principal de Hunucmá porque el Seguro Social de ese municipio no tenía ambulancia para trasladarla a Mérida, y su marido,  Raúl Manuel Canul Dzul, no halló como traerla por su cuenta.

Nuestro paraíso no incluye tampoco a los esposos  Jesús Nazareno Euán Hoil y Angélica del Carmen Torres Alegría, quienes ese mismo dia perdieron a su bebé en Tizimín porque nadie quiso o pudo atenderlos: ni el Hospital San Carlos ni el Centro de Salud; había mucha gente en la cola y en ambos sitios esperaron infructuosamente las horas de las horas.

¿Y en una clínica particular? Lo pensaron.  Jesús Nazareno, tocayo de aquel a quien también asesinamos, no tenía un peso en la bolsa. María y José tuvieron mejor suerte, tocaron puertas y hallaron un pesebre; Jesús y Angélica, no, sólo veían como pasaban las horas y el pequeño se les moría en los brazos a consecuencia de fatal diarrea.

Nuestro paraíso no alcanza para todos. Aquel padre campesino no se cruzó de brazos, corrió hacia el monte a cortar leña, su venta le daría algunos pesos que emplearía en devolverle la salud a su pequeño hijo. ¡Iluso!, iluso y quizá marcado por el destino… ni siquiera tuvo la oportunidad de ver morir a su hijo ni de abrazar a su esposa en aquel momento aciago… esa es la cruz de los pobres.

Cuando Jesús Nazareno regresó del monte su bebé había fallecido pero su calvario continuaba, tenía que sepultarlo. ¿Diez mil pesos? Ni que talara todo Tizimín los obtendría…  Definitivamente aquel matrimonio no tenía cabida en nuestro paraíso, lo suyo era un infierno que les quemaba el alma, y tal vez hoy se estarán preguntando ¿Por qué a nosotros?

Ni a la madre parturienta de Hunucmá, ni al matrimonio tizimileño ha de importarles que seamos el Estado más tranquilo, o que estemos crecimiento en medio de la crisis económica, es posible que hoy le estén pidieron cuentas a Dios mismo. ¿Por qué a nosotros Señor? ¿Por qué yo tuve que parir en una plaza pública, por qué los servicios de salud de salud no salvaron a mi bebé y yo no tenía un peso en la bolsa? ¿Por qué yo, Señor?

Ojalá y nos quede de tarea el encontrar respuesta a las interrogantes de Margarita y de Jesús Nazareno y Angélica. ¿Por qué no podemos atender la fibra más sensible de nuestra sociedad  cuando nuestras autoridades despilfarran el dinero, se dan vida de reyes y se llevan impunemente su  tajada del erario?

 

Manuel Triay Peniche
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