Cultura, por: Aída María López Sosa.
“Algunos pintores transforman el sol en
una mancha amarilla, otros transforman
una mancha amarilla en el sol”.
Pablo Picasso
Las obras y sus autores cuando traspasan las barreras del tiempo y del espacio son motivo de estudio, análisis y en ocasiones de especulación. Tal es el caso del pintor holandés Vincent Van Gogh (1853-1890), quien a 131 años de su fallecimiento continúa despertando el interés no solo del arte, sino de la ciencia. En últimas fechas han surgido cuestionamientos respecto a la paleta monocromática de sus óleos, donde el amarillo en sus diversas tonalidades da vida lo mismo a un paisaje urbano o campirano, un ramo de flores o al fondo del lienzo como en “La arlesiana”.
El 29 de julio Van Gogh se suicidó disparándose el pecho a los 37 años, vivía en la soledad, la miseria, la locura y el olvido. Apenas en los últimos meses de su aciaga existencia tuvo dos pequeñas alegrías cuando un destacado crítico publicó en el Mercure de France un estudio de su pintura y su hermano Théo, marchand de cuadros impresionistas y esculturas, logró vender a modesto precio por primera y única vez una de sus pinturas: “La viña roja”. Era tanto su infortunio que cuando su hermano no le enviaba dinero y los tubos de pintura se vaciaban, tomaba un lote de sus pinturas y las vendía a un ropavejero para que revendiera para repintar. El precio fijado era entre cincuenta céntimos y un franco por diez lienzos, lo que resulta inconcebible ahora que valen miles de euros.
La ciencia está tratando de encontrar una explicación a su obsesión por el amarillo: alegre, optimista, brillante, divertido vibrante, enérgico, opuesto a la sombría personalidad del artista, “El amarillo es capaz de encantar a Dios”, decía. El color también fascinó a otros creadores como Jorge Luis Borges que escribió un poema comparándolo al oro y a Gabriel García Márquez que tenía al amarillo como amuleto; durante su proceso creativo siempre estaba cerca de un ramo de rosas amarillas. No es para menos que lo considerara de buena fortuna cuando en su exitosa novela “Cien años de soledad”, dicho color ilumina sus letras en bellas imágenes como la lluvia de minúsculas plantas amarillas que cayeron toda una noche, símbolo de la inmortalidad.
La persistencia de Van Gogh por el uso del amarillo se intensificó durante sus últimos años cuando vivía en Arlés y pintó “Terraza de café de noche” y en la serie de girasoles se vuelve prácticamente monocromático llegando al extremo en “Membrillos, limones, peras y uvas”, amarillo lienzo y marco en sus diferentes gamas. Quizá los medicamentos que tomaba para la esquizofrenia hayan contribuido, los digitálicos producen visión amarilla llamada xantopsia, estos le ocasionaban problemas gástricos que remediaba con santoninas que también producen el afecto amarillento en la visión. A la absenta le atribuía la alteración en la precepción de color: “Se comprenderá que para alcanzar la nota amarilla conseguida este verano, me ha hecho falta empinar un poco el codo”, escribió el 24 de marzo de 1889.
En la carta a Théo del 25 de mayo de 1889 expresa su fascinación por el amarillo, una elección consciente de su inspiración: “Estoy leyendo El Sueño de Zola, la descripción de la protagonista es como si estuviera hecha de amarillos diferentes, enteros y rotos”. Siguiendo la cronología de sus pinturas no se observan cambios significativos en las pinceladas fuertes y expresivas durante su estancia en el hospital psiquiátrico Saint Paul de Mausole (150 pinturas), donde se internó después de la automutilación de la oreja en 1889, un año antes de morir. Las horas felices eran cuando las pasaba con su amante ingrata que siempre gastaba y nunca era suficiente, como llamaba a la pintura.
Estudios recientes han desentrañado el origen de los amarillos de Van Gogh en particular el Amarillo de Calcuta de “La noche estrellada”, color de bajo costo utilizado en las estatuas y estampados hindús que comenzó a importarse a Europa en el siglo XIX en forma de pasta para diluirse en agua. Siendo las vacas sagradas en la India, nadie imaginaba que los pastores las alimentaban únicamente con hojas de mango para que su orina fuera amarilla, misma que hervían y secaban al sol para formar la pasta maloliente. Por supuesto el abuso de los animales que morían por la deficiente nutrición dejó al descubierto el mercado negro prohibiendo la explotación a comienzos del siglo XX cuando Van Gogh ya había muerto. Ahora el color se fabrica sintéticamente como otros pigmentos.
La gloria de Van Gogh es póstuma, cinco décadas después de su muerte sus pinturas se cotizaban tan altas como deseaba en vida. En 1958 el “Jardín público en Arlés” se subastó en 132,000 libras esterlinas y las exposiciones retrospectivas de su obra abarrotaron los museos como la del “l´Orangerie de París en 1947. Se calcula que pintó en sus últimos diez años de vida cerca de 900 cuadros y la misma cantidad de dibujos, jornadas agotadoras como lo expresa en sus misivas.
En la última carta a su hermano y que llevaba consigo al momento que se disparó, agradecía los 50 francos que éste le envió por la venta de su cuadro, “…solo podemos hacer que sean nuestros cuadros los que hablen.”, escribió. ¿Quién le hubiera dicho que seguirían hablando a más de un siglo después?