Por Marco Antonio Cortez Navarrete
En mis 45 años de ejercicio periodístico he sido testigo del poder y la influencia de las conferencias de prensa y durante su gestiones, primero como jefe de gobierno de la Ciudad de México y luego como Presidente de la República,
Andrés Manuel López Obrador capitalizó todos y cada uno de estos eventos, no solo para aclarar lo que, según él, no es verdad, o que tal o cual situación está equivocada o que se malinterpretan o distorsionan acciones de su gobierno, o de sus colaboradores o sus declaraciones.
Desde su cargo como jefe de gobierno de la Ciudad de México —y tengo la impresión que desde mucho antes— López Obrador entendió muy bien la naturaleza y el comportamiento de los medios masivos de comunicación y en años recientes asimiló también el poder y la trascendencia de las tecnologías de información y comunicación.
En su momento,
un sector de la población capitalina y de diversas regiones del país, no entendían el porqué de sus “madrugadoras” conferencias de prensa al grado que fueron calificadas como innecesarias y por lo tanto pidiéndole al peje dedicarse más a gobernar y dejar de lado a los medios entonces tradicionales: prensa, radio y televisión.
Sin embargo el jefe de gobierno capitalino mantuvo su postura y sus reuniones cotidianas con los representantes de los medios a quienes, con sus declaraciones, dictaba las que serían las noticias del día y adelantaba muchos resultados de futuros acontecimientos.
Es así como el experimentado político tendió amplios lazos de comunicación e incluso llegó a conocer de manera personal a muchos reporteros y por
esta vía conocer las políticas de los medios que representan, y sobre todo y más que todo, el comportamiento de cada comunicador y medio —muchas veces con anticipación— y con esto cuál o cuáles serían las preguntas que le formularían y desarticular o eliminar campañas en su contra, de sus colaboradores o de sus gobiernos.
López Obrador se convirtió así en un experto en el manejo de medios y esta estrategia la llevó a palacio nacional donde no tan solo la pulió sino que construyó un discurso que con el tiempo consolidó y le rindió los frutos que esperaba. Es más en sus giras por los estados AMLO no suspendió sus mañaneras y de esta manera evitó desvíos de intentos de campañas que, sabemos, surgen cuando un medio publica un tema y que por su impacto o trascendencia en el número de consumidores es retomado por otros.
Los voceros de AMLO, más bien, fueron de apoyo, tanto Jesús Ramírez como el yucateco Jenaro Villamil, intervenían solo a petición del mandatario ya empoderado, amo y señor del micrófono, y ya en la tarima y el podium en el salón tesorería de palacio nacional, convertido en el generador natural de noticias.
Desde luego que está cultura se extendió a las redes y los medios digitales a quienes también logró dominar y mantener a raya. Desde luego aclaro que esta política no tuvo efecto con todos los medios, pero si la mayoría, dándose el lujo de señalarlos y criticarlos públicamente, cuando creía era necesario, citando conductores, editores, reporteros y hasta dueños de grandes medios que en antaño hacían lo contrario,
es decir, imponer agendas y temas a los poderes del Estado.
Bueno, esta estrategia es uno de los legados de López Obrador y no tardo ni perezosos gobernadores de varios estados —especialmente de Morena— incluida la nueva flamante presidenta Claudia Sheinbaum ya adoptaron las conferencias de prensa sistemáticas a sus agendas de trabajo tratando de seguir el ejemplo del creador y fundador del Movimiento de Regeneración Nacional.
Empero, una cosa es copiar y otra hacerlo. AMLO tiene el colmillo y experiencia para hacerlo y esto le llevó muchos años aprender y aplicar. No pensemos que se trata simplemente de pararse ante unos 100 comunicadores y decir lo que sea, no, esta habilidad se adquiere con el tiempo, con los años, con los golpes de la vida y son pocos las y los políticos que llegar a entender algo que parece simple pero es toda una ciencia.
Hasta la próxima
Sean felices


