Por: Cristina Padín.
Hay familias con miembros que, cuando llega el momento del doloroso adiós, han vivido todos los segundos de su vida sin apenas padecimiento y durante mucho tiempo. Afortunados ellos.. y afortunadas las familias.
Esta es la historia de un adiós que llegó mil años antes, que truncó la adolescencia, que rompió los sueños. Que impidió los estudios, y los notables, y también los suspensos. Que se llevó el amor, que robó los besos salvajes, el primer cigarrillo.
Es un adiós que nunca se quiere pronunciar. El lacerante dolor hecho daño irracional y terrible. Un adiós en julio, en un día tan bonito, un adiós que es cuchillo, que corta, parte. Destroza el alma y la respiración. Un adiós a alguien noble, joven, principiante.
Y, también, quiere ser un saludo. A lo que es verdad. A los recuerdos. A lo bonito. A lo que permanece en el corazón. A lo que es siempre. A la creencia en una vida futura, o a la no creencia de ella y sí creencia en la añoranza, lo vivido.
Este es un relato para ti, joven que te has ido con tus diecisiete años, una oración, un agradecimiento a tu bondad y saber ser, unas letras para llamarte valiente y luchador, y un relato de tremendo afecto a tu gente. Descansa en paz
No le conocí y me rompió el sentimiento
A mi amiga Lorena, que sabrá estar. Como siempre
A cada adiós duro y doloroso que hay en la vida
A los creyentes
A los no creyentes respetuosos
A mi Luis
A mi Marta
A las familias, sean como sean
Y a la vida..