Por Sergio F Esquivel
De manera sigilosa, casi imperceptible, todos nosotros -queramos o no, lo aceptemos o no-, vamos mutando hábitos y desarrollando nuevas formas de comunicarnos. A mayor o menor medida, nos hemos tenido que adaptar a asimilar el constante bombardeo de estímulos informativos que recibimos en todas partes.
Y sucede que todos queremos estar informados, al tiempo en que todos somos coincidentes en un punto de partida básico: Ignoramos mucho más de lo que sabemos.
Hemos crecido en un país en el que el “sospechosísmo” es un criterio ineludible de autodefensa personal. La desconfianza en prácticamente todas las fuentes, instituciones, personajes y medios no es gratuita. Todos cargamos con el constante recordatorio de haber sido engañados -por decir lo menos- en más de una ocasión. Los motivos sobran para que esa desconfianza se haya extendido a prácticamente todos los ámbitos de nuestra vida cotidiana.
Nos hemos ganado el derecho de dudar de todo y de todos. Y en este México radicalizado del siglo XXI, nosotros nos hemos convertido en jueces de valor, decidimos qué cosas son reales y cuáles no, quién dice la verdad y quién miente.
Un fuego cruzado informativo que funciona más o menos así: Todos los días navegamos entre un sinfín de encabezados que nos llevan a tomar como verdad absoluta o calumnia indignante el contenido que “asumimos” viene detrás del link.
Esto desde luego, va a depender siempre de cómo nos sentimos hacia aquella persona, institución o medio. Pasando muchas veces más por nuestras creencias, nuestro hígado y nuestro corazón.
Todo esto ocurre en fracción de segundos, es casi una reacción instintiva, una fórmula precisa, haciendo un bypass al más básico de los análisis y a partir de ese momento nuestra realidad ya cambió, ya dimos por buena -o por mala- la información y nuestra perspectiva del mundo se va pintando del color de ese pequeño juicio.
Leemos muchos encabezados y pocas notas. Al final, es mucho más cómodo elegir la versión de la realidad que más se acomode a mis creencias,
independientemente de la certeza de la verdad.
Vamos por nuestro camino recogiendo encabezados, desarrollando juicios de valor “fast-track” y nuestro equipaje se va llenando de basura.
Luego nos convertimos -para mal de todos- en merolicos de la desinformación, repetidores, compartidores, retwiteadores de los más absurdos y malvados encabezados desinformativos… Es como una cadenita que parece no tener final.
No es de sorprender entonces, que la discusión política se asemeje más a la discusión sobre dos equipos de futbol, que a la verdadera búsqueda de
soluciones para nuestra sociedad.
Yo sé que usted tal vez piense que no es así, que a usted no le sucede.
Pero lo invito a hacer un pequeño ejercicio: ¿Cuándo fue la última vez que fue a platicarle a sus amigos o familiares algo que tomó de un “encabezado” y que
después cayó en cuenta de que: ni era así, ni era eso?
Ahora imagine, ¿Cuántas veces no nos hemos siquiera dado cuenta del error?
Si usted llegó hasta esta última línea de esta columna, lo felicito. Si no fue así, no se preocupe, yo lo entiendo. Total; ¿Quién tiene el tiempo de leer la nota completa? Si tenemos mil encabezados más por revisar.