Por Carlos E. Bojórquez Urzaiz
Mi padre era un árbol de cedro porque su talante brillaba como los tablones de madera que conseguía a bajo costo, en tanto sus manos, rugosas y encallecidas por temporadas, parecían ser esa suerte de cáscara más o menos fláccida que envuelve la corteza en forma de capas, ocultando la orgullosa fuerza del tronco. En tiempos de seca, sin embargo,sus hojas caían y seguramente su fragilísimo caudal económico también, ya que, por esta causa y otros apuros, precisaba hundir sus raíces en el suelo calizo de esta tierra, buscando alimentos o agua para procurarnos el sustento que de súbito dejaba de llegar a casa.
No pudo ser un ebanista de realce como el abuelo Arsenio que destacó por sus tallas de santos, y ni siquiera un carpintero de postín como el tío Guillermo, pero de tanto ir y venir aBelice, en busca de troncos preciosos, aromáticos y fuertes, aprendió como pocos a valorar la calidad de las maderas que después despachaba a Mérida para surtir a su padre, a su hermano o a quien las quisiera. Creo que en la soledad de las selvas por donde andaba, a fuerza de algún misterio tuvo que aprender a tocar la filarmónica, la misma que años más tarde me dejó como única herencia y me hizo romper el silencio en busca de las notas más adoloridas del blues. Por lo demás, su frente amplia y la calva de apóstol que actualmente poseo, bien pude heredarlas de él, ya que la genética sabe hacer su trabajo y nunca avisa a sus depositarios del destino que depara.
Genio y figura de las contradicciones, fue autor de versos picantes que sin recato ni reservas declamaba en cualquier foro.Afectuoso amigo de mi tío Luis, repentistairremediable también, con todo, mi padre Ramiro Bojórquez Ramos me obsequió la vida sin interés alguno, lo cual no es poca cosa porque he tenido la libertad de vivirla a mi entender, sin demarcaciones previstas, como repasando sus bailoteos y comparsas en los carnavales que partían de San Cristóbal a la Plaza Grande. Quizás esos sean los orígenes de mi vocación por la libertad carente de dogmas, sin manual de prácticas, y llena de una música ceñida a los sentimientos del alma, de eso que él denominaba filin, palabra que escuchabaacaso de mi tío Alfredo Urzaiz Márquez que la empleaba para referirse a un género musicalcubano que ejecutaba a la perfección con el violín, o quizás porque era de uso común en Belice, donde de cierto supe que aprendió a tocar la armónica que años más tarde trató de enseñarme a ejecutar durante mi infancia. Para el caso resulta lo mismo, porque la desfachatez involucrada en las libertades y en el blues, fueron la herencia intangible que me legó con gran amor. Mi agradecimiento hasta el cielopadre, aún conservo tu escalera para remontar sus peldaños.