Por Manuel Triay Peniche
ÉL cantaba, lo hacía profesionalmente y creo ha sido el único periodista en interrumpir su propio noticiero y ponerse a cantar. Así quiero recordarlo, así era Rafael Vega Valladares: un hombre alegre, trabajador, que vivió una vida intensa, magnífico amigo y, sobretodo, ejemplo de fe y de amor a Dios y a su familia, modelo de esposo, o que me desmienta Miriam, su eterna acompañante.
Rafa llevaba la música en las venas, igual suspendía nuestros desayunos y se sentaba al piano a tocar y cantar, o nuestras tertulias nocturnas y desgranaba con su voz versos de autores que celebraban la vida: “Vive feliz ahora, mientras puedas” en la versión de José María Napoleón que parecía ser de sus preferidas y la divisa de su propia vida y, sí, como reza la canción, hoy ya no tuvo tiempo para sentirse despertar.
A los 58 años de edad y tras un fructífero paso por los tres medios tradicionales de comunicación: prensa, radio y televisión, Rafa ha trascendido y nos deja de herencia su amor la vida, a la que siempre abrió siempre sus fuertes brazos, en la que no dejó nada a la deriva y, así lo corroboramos en su propia casa donde incluso montó su estudio para grabar sus noticieros y preparar sus actuaciones, porque era director y propietario de un grupo musical.
Siempre presumió su paso por el coro de la iglesia de Lourdes: ahí aprendí a cantar y por eso no lo dejo, me confesó un día. En efecto tenía querencia por las cosas y lugares donde se sentía productivo: Diario de Yucatán fue de sus quereres favoritos, ahí convivimos muchos años, ahí aprendimos a querernos y formamos “una segunda familia” que nos mantenía unidos diariamente a través del chat, además de nuestras eventuales convivencias con claves y arpegios, y algún vino relajante.
“Yo espero que pronto diga Dios: tengo un pendiente con Rafa, y que lo palomee y yo salga de esta enfermedad”. Con esto nos despidió a Armando y a mí en días pasados, en nuestro último encuentro; a él le brillaron los ojos con el brillo de la fe, su compañera inseparable, y a mí se me estrujó el corazón y fui presa de insoportable dolor, dolor de amigo, dolor de despedida.
Aquel día, mientras me regresaba a casa, recordé lo efímero de nuestra existencia y de cómo, cuando se trata de nuestros seres queridos, nos “prendemos” a rezarle a Dios para que nos los conserve muchos años y comencé un debate personal: ¿por qué Dios le debe alargar la vida, porque siento que es lo mejor para mi enfermo o porque no quiero sufrir su ausencia?
Rafa: me quedo con esta estrofa de Napoleón que entonaste a través de los años: Y cuando llegue al fin tu despedida, seguro es que feliz sonreirás, por haber conseguido lo que amabas, por encontrar lo que buscabas, porque viviste hasta el final.
Cuando un amigo se va, queda un espacio vacío.
Ahí nos vemos Rafa, resérvame un lugar.